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martes, 2 de abril de 2013

Hablemos de totalitarismo y de Corea del Norte

El mal uso de la palabra

El Congreso de Unidad Nacional (UNA) de julio 2012, en su declaración final sostiene que se debe luchar para “alejar a los uruguayos del peligro creciente de ser presas de un régimen totalitario del Frente Amplio, que sólo concibe el ejercicio del Gobierno de un modo autoritario”. El subrayado es mío. La UNA es una corriente del Partido Nacional (PN). El senador Jorge Larrañaga salió con una declaración similar, afirmando que “el gobierno tiene una postura totalitaria” respecto a los cargos en los entes. Otra vez, subrayado mío.
Palabras enormes que vuelan por una cuestión de cargos en los entes, con fines electorales y de promoción partidaria. El tema que provocó estos dislates, en realidad no vale la pena. Son las habituales chicanas del PN que quiere posar de víctima, para justificar la oposición sin cuartel que lleva adelante. Lo mismo que hacía el Frente Amplio cuando estaba en ese lugar, dicen, y quizás sea cierto.
Estas declaraciones de UNA tienen una cosa mala y una buena. La buena es que plantean la discusión del tema del totalitarismo, pronunciando la palabra prohibida en la literatura de izquierda. La mala es que lo hacen de tal manera que condenan la discusión a un chisporroteo de petardo mojado. Calificar al gobierno de Mujica de “totaliario” es un despropósito, fruto de la desorientación de una oposición que no sabe cómo salir de sus lamentables resultados en los sondeos de intención de voto, y a quien no se le ocurre mejor cosa que ir aún más a la derecha, aún más a la guerra de palabras total, a lanzar la acusación mayor, la más terrible, aunque nadie la tome en serio.


El rol de las masas
Pero quedémonos con la cosa buena. Es la ocasión para hablar un poco de totalitarismo, noción delicada y sutil, pero de la mayor importancia, que muchos confundimos a veces con la de tiranía o la de dictadura. El término “totalitarismo” debe entrar en la cultura política uruguaya, pero la manera de hacerlo no es invitándolo a nuestros debates como adjetivo descalificante, insulto o arma arrojadiza.  Hay que incluirlo como sustantivo en nuestras reflexiones, ingresar en ellas las contribuciones de Hannah Arendt y otros pensadores, esenciales para digerir el siglo XX.
El manuscrito del libro de Hannah Arendt Los orígenes del totalitarismo , la obra clásica en el tema, fue concluido en 1949, después del fin de la Segunda Guerra Mundial, bajo el impacto de la Shoah y cuatro años antes de la muerte de Stalin. En él analiza el comunismo estalinista y el nazismo hitleriano, reconociendo sus numerosas diferencias y su esencial identidad. Dice Arendt: “En nuestro contexto, el punto decisivo es que el régimen totalitario difiere de las dictaduras y de las tiranías; distinguir entre estas y aquel no es para nada punto de erudición que podría tranquilamente abandonarse a los teóricos, pues la dominación total es la única forma de régimen con la cual la coexistencia no es posible.” Subrayado mío, otra vez.
Arendt insiste en que el control y la dominación total se establece con la colaboración decisiva de las masas, un hecho chocante y una triste realidad. Para ella, este peso aplastante de las masas es el compañero inseparable del terror en el régimen totalitario. Para los uruguayos, que creemos que la voluntad popular puede legitimar cualquier cosa; para nosotros, a quienes la frase “el pueblo lo quiere” es un encantamiento que silencia cualquier objeción; vale la pena insistir que uno de los rasgos salientes del totalitarismo, tal como lo describe Arendt, es el apoyo de las masas.

Hoy se habla de Corea del Norte
Pero una cosa es el régimen totalitario y otra el movimiento totalitario. El primero es probablemente imposible en Uruguay, pero el segundo puede existir, y de hecho existe. Grupos que tienen como estrella que los guía a Fidel Castro, Mao o Stalin, cuando no a Kim Il Sung, de ideología totalitaria, existen en nuestro país. Los encuadra una ideología blindada contra cualquier realidad o experiencia histórica, una lectura de la sociedad que refleja su propio mundo imaginario, poblado de villanos explotadores y de héroes revolucionarios del proletariado. Están anclados en relatos que tuvieron curso en el siglo XX, y que leímos ávidamente en nuestra juventud. Algunos de esos relatos son grandes épicas, y se puede vivir en ellos y por ellos. Visto así, parece inocuo, pero ellos se lo creen. La épica revolucionaria socialista o comunista aún incide en la realidad política presente.
El mejor (peor) ejemplo que puedo dar es la declaración de Asamblea Popular del 1 de abril de 2013 titulada “Corea del Norte, un ejemplo para toda la humanidad” (sic).
Eso no es extraño ni excepcional. Nuestros partidos son, en alguna medida, agrupamientos de relatos. Quien el de Saravia, quien el de Lenin o el Che, quien el de Batlle y del Uruguay potencial Suiza de América. En cambio, anclados en la racionalidad de reformas concretas y medibles hay pocos, y se los tilda de fríos y tecnócratas, que también en parte lo son.
La “izquierda del puñal totalitario abajo del poncho”, existe. Que se le dé una oportunidad de poner la mano sobre el timón, y veremos los destrozos.
Sería injusto dejar la sensación de que las organizaciones que trabajan por mejorarnos, con los pies sobre la tierra y la cabeza en un ideal de justicia social sin utopía ni apocalipsis, no pesan. Es al contrario, de ellas dependemos para que en este país pase algo positivo. Pero es que hablábamos de totalitarismo.

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