El mal uso de la palabra
El Congreso de Unidad Nacional (UNA) de julio 2012, en su declaración final sostiene que se debe luchar para “alejar a los uruguayos del peligro creciente de ser presas de un régimen totalitario del Frente Amplio, que sólo concibe el ejercicio del Gobierno de un modo autoritario”. El subrayado es mío. La UNA es una corriente del Partido Nacional (PN). El senador Jorge Larrañaga salió con una declaración similar, afirmando que “el gobierno tiene una postura totalitaria” respecto a los cargos en los entes. Otra vez, subrayado mío.
Palabras
enormes que vuelan por una cuestión de cargos en los entes, con fines
electorales y de promoción partidaria. El tema que provocó estos
dislates, en realidad no vale la pena. Son las habituales chicanas del
PN que quiere posar de víctima, para justificar la oposición sin cuartel
que lleva adelante. Lo mismo que hacía el Frente Amplio cuando estaba
en ese lugar, dicen, y quizás sea cierto.
Estas
declaraciones de UNA tienen una cosa mala y una buena. La buena es que
plantean la discusión del tema del totalitarismo, pronunciando la
palabra prohibida en la literatura de izquierda. La mala es que lo hacen
de tal manera que condenan la discusión a un chisporroteo de petardo
mojado. Calificar al gobierno de Mujica de “totaliario” es un
despropósito, fruto de la desorientación de una oposición que no sabe
cómo salir de sus lamentables resultados en los sondeos de intención de
voto, y a quien no se le ocurre mejor cosa que ir aún más a la derecha,
aún más a la guerra de palabras total, a lanzar la acusación mayor, la
más terrible, aunque nadie la tome en serio.
El rol de las masas
Pero
quedémonos con la cosa buena. Es la ocasión para hablar un poco de
totalitarismo, noción delicada y sutil, pero de la mayor importancia,
que muchos confundimos a veces con la de tiranía o la de dictadura. El
término “totalitarismo” debe entrar en la cultura política uruguaya,
pero la manera de hacerlo no es invitándolo a nuestros debates como
adjetivo descalificante, insulto o arma arrojadiza. Hay que incluirlo
como sustantivo en nuestras reflexiones, ingresar en ellas las
contribuciones de Hannah Arendt y otros pensadores, esenciales para
digerir el siglo XX.
El manuscrito del libro de Hannah Arendt Los orígenes del totalitarismo
, la obra clásica en el tema, fue concluido en 1949, después del fin de
la Segunda Guerra Mundial, bajo el impacto de la Shoah y cuatro años
antes de la muerte de Stalin. En él analiza el comunismo estalinista y
el nazismo hitleriano, reconociendo sus numerosas diferencias y su
esencial identidad. Dice Arendt: “En
nuestro contexto, el punto decisivo es que el régimen totalitario
difiere de las dictaduras y de las tiranías; distinguir entre estas y
aquel no es para nada punto de erudición que podría tranquilamente
abandonarse a los teóricos, pues la dominación total es la única forma de régimen con la cual la coexistencia no es posible.” Subrayado mío, otra vez.
Arendt
insiste en que el control y la dominación total se establece con la
colaboración decisiva de las masas, un hecho chocante y una triste
realidad. Para ella, este peso aplastante de las masas es el compañero
inseparable del terror en el régimen totalitario. Para los uruguayos,
que creemos que la voluntad popular puede legitimar cualquier cosa; para
nosotros, a quienes la frase “el pueblo lo quiere” es un encantamiento
que silencia cualquier objeción; vale la pena insistir que uno de los
rasgos salientes del totalitarismo, tal como lo describe Arendt, es el
apoyo de las masas.
Hoy se habla de Corea del Norte
Pero
una cosa es el régimen totalitario y otra el movimiento totalitario. El
primero es probablemente imposible en Uruguay, pero el segundo puede
existir, y de hecho existe. Grupos que tienen como estrella que los guía
a Fidel Castro, Mao o Stalin, cuando no a Kim Il Sung, de ideología
totalitaria, existen en nuestro país. Los encuadra una ideología
blindada contra cualquier realidad o experiencia histórica, una lectura
de la sociedad que refleja su propio mundo imaginario, poblado de
villanos explotadores y de héroes revolucionarios del proletariado.
Están anclados en relatos que tuvieron curso en el siglo XX, y que
leímos ávidamente en nuestra juventud. Algunos de esos relatos son
grandes épicas, y se puede vivir en ellos y por ellos. Visto así, parece
inocuo, pero ellos se lo creen. La épica revolucionaria socialista o
comunista aún incide en la realidad política presente.
El
mejor (peor) ejemplo que puedo dar es la declaración de Asamblea
Popular del 1 de abril de 2013 titulada “Corea del Norte, un ejemplo para toda la humanidad” (sic).
Eso
no es extraño ni excepcional. Nuestros partidos son, en alguna medida,
agrupamientos de relatos. Quien el de Saravia, quien el de Lenin o el
Che, quien el de Batlle y del Uruguay potencial Suiza de América. En
cambio, anclados en la racionalidad de reformas concretas y medibles hay
pocos, y se los tilda de fríos y tecnócratas, que también en parte lo
son.
La “izquierda del puñal totalitario abajo del poncho”, existe. Que se le dé una oportunidad de poner la mano sobre el timón, y veremos los destrozos.
Sería
injusto dejar la sensación de que las organizaciones que trabajan por
mejorarnos, con los pies sobre la tierra y la cabeza en un ideal de
justicia social sin utopía ni apocalipsis, no pesan. Es al contrario, de
ellas dependemos para que en este país pase algo positivo. Pero es que
hablábamos de totalitarismo.
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