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viernes, 30 de octubre de 2015

Una apuesta por Europa

Una afluencia excepcional de refugiados de la guerra en Medio Oriente asalta el flanco sur de la Unión Europea. Cientos de miles de personas de toda edad y condición intentan huir de la destrucción y la muerte que siembra el avance del Estado Islámico (ISIS, Islamic State of Irak and Syria, o Daech, por su sigla en árabe) y de la guerra civil siria por derrocar a Bachar Al Asaad, dos guerras que se entrecruzan y superponen en una región surcada por una red compleja de alianzas y antagonismos nacionales y religiosos.
La crisis presiona sobre las fracturas políticas e ideológicas en cada país de la UE y solicita un posicionamiento de cada partido y corriente de pensamiento.
Comento tres artículos relacionados con esto:
1 - De Arturo Pérez Reverte: "Los godos del emperador Valente", 13 de setiembre 2015.
2 - Del sociológo Alain Touraine “Le souveranisme haineux équivaut au djihadisme”, 21 octobre 2015.
2 - De un anónimo: "The mystery of ISIS" New York Review of Books, Aug 13, 2015.

Pérez Reverte y la nostalgia conservadora

El artículo de Arturo Pérez Reverte "Los godos del emperador Valente", empieza así:
"En el año 376 después de Cristo, en la frontera del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de Atila." Sigue relatando Pérez Reverte que aquellos refugiados comprobaron que el Imperio era débil y corrupto; dos años después mataron al emperador y destrozaron su ejército; noventa y ocho años después depusieron al último emperador.

Es fácil imaginar adónde apunta y cuál es la moraleja de la fábula histórica.
Pérez Reverte mira con pesimismo la crisis actual, la compara con el fin del Imperio Romano, predice la derrota, nuestra derrota: "estas batallas, esta guerra, no se van a ganar, ya no se puede." Porque, considera, nuestra civilización no tolera las atrocidades que serían necesarias para detener la invasión de migrantes, y ellos vienen a matarnos, necesariamente a matarnos, a matar nuestra civilización, nuestro "imperio". Predice un futuro "caótico, violento y peligroso", y quiere educar a la juventud para hacerle frente.

No hay que ser extralúcido para percibir la violencia y el caos en nuestra sociedad actual. Miles de jóvenes europeos se alistan en las filas djihadistas, otros incendian automóviles o hacen cosas peores. Esa violencia nace de las fracturas internas actuantes en las sociedades. En América, del sur, del norte y del centro proliferan las bandas, las maras, los narcotraficantes, los delincuentes, las guerrillas.
El primer gran error de Pérez Reverte es considerar a Europa como una civilización aislada, un "imperio", como él lo llama, en decadencia.
Pero ni es un imperio ni está aislada. Comparte la civilización y los problemas con un vasto mundo, que incluye toda América y algunos países de Asia y Oceanía.
Los inmigrantes en Europa son un desafío y una oportunidad. Europa es capaz de hacer frente a la actual ola de candidatos al asilo. Alemania afrontó y triunfó en el desafío de la reunificación, más vasto y más costoso que la actual crisis.
En esta situación los actos de Angela Merkel, François Hollande y Matteo Renzi muestran a dirigentes decididos, a la altura de las circunstancias, encarnando los valores que le dan sentido a la Unión Europea.

Pérez Reverte sí tiene razón en afirmar que la Unión Europea no puede reaccionar como lo haría un imperio, pero no porque esté en decadencia, sino porque no es un imperio. Hace mucho tiempo que no lo es. La UE es una república, una unión de repúblicas, no un imperio. La comparación con el Imperio Romano es completamente inapropiada, como lo es la comparación con el Imperio Británico o Español. No ser un imperio no significa "estar en decadencia". El Imperio se terminó, no hay imperios en el mundo de hoy, ni siquiera Estados Unidos se puede considerar uno, y no actúa como tal. La hegemonía militar no alcanza para constituir un imperio. El hecho de que EE.UU. no actúe como un imperio contribuyó a sembrar el caos en la periferia de Europa, pero ese es otro tema. (Ver en mi blog: Imperios de antes y de ahora.) Esto, nos guste o no, y a mi me gusta, es un hecho.

La UE es un conjunto de repúblicas con una integración plural, mayormente laicas, pluralistas y democráticas. La política interna es complicada y contradictoria, y una intervención militar para masacrar a civiles desarmados o simplemente dejarlos hundirse y ahogarse en el Mediterráneo es impensable. Pero no porque esté en decadencia, sino todo lo contrario.
Lo que puede matar a la civilización europea, a todo el "imperio", a toda la civilización democrática, laica, mercantil, industrial, literaria, científica, artística de Europa, América y Asia, no es la ola de inmigrantes, sino los propios conflictos internos y la falta de fe en los valores fundadores. Cerrar la puerta a los migrantes es más peligroso para Europa que abrirla, porque seria traicionar sus principios. Hay que levantar el desafío y resolverlo. No aceptarlo sí que pondría en peligro a Europa, al "imperio", como dice tan pérfidamente Pérez Reverte.

El verdadero peligro viene de adentro

El sociólogo francés Alain Touraine lo dice sin ambages en el segundo artículo que quiero comentar: el soberanismo xenófobo equivale al djihadismo.
Hay un peligro y una amenaza reales, pero no vienen de los que buscan refugio, o una vida mejor, en Europa. La mayor amenaza a la Unión Europea es el egoísmo nacional y la xenofobia en ascenso en distintos países, junto con el progreso electoral de la extrema derecha. La amenaza rampante es el estancamiento de la unión política, sin la cual el euro cojea y cojeará siempre. La unión política sufrió un revés mayor con el fracaso del tratado constitucional de 2005, por el resultado negativo del voto francés. Los artífices de esa derrota, de ese fracaso, fueron los soberanismos de izquierda y de derecha. En Francia presenciamos una confluencia de la extrema derecha y de la extrema izquierda que se pusieron de acuerdo para torpedear el avance de la Unión. La extrema derecha xenófoba es una fuerza en ascenso también en otros países, como Polonia o Hungría.
En Francia concretamente, la opinión es reticente respecto a la solidaridad europea, un sondeo lo muestra: Francia es más reacia que otros países a recibir inmigrantes.
La amenaza toma cuerpo en la falta de solidaridad entre los países de la Unión para afrontar esta emergencia de los refugiados de guerra, cada uno quiere salir por la suya, dejando el problema a otros, a los mismos a quienes después piden ayuda y colaboración económica.
En Hungría, el gobierno parece creer que el problema se soluciona erigiendo un muro para que los migrantes no entren, dejando que los demás países se las arreglen con los que llegan a sus costas. Hay miles acampados en Calais, en el norte de Francia, esperando para pasar a las Islas Británicas, llegan decenas de miles a las costas italianas o son rescatados en el mar, se agolpan en Grecia, intentando llegar a Alemania.
Estoy de acuerdo con Alain Touraine, el djihadismo y la xenofobia son simétricos, comparten una misma ánima, se equivalen y complementan, se necesitan mutuamente.

El Odio

El tercer artículo que quiero comentar es :"The mystery of ISIS" NYRB Aug 13, 2015. por Anonymous, (una persona que no quiere revelar su nombre). Tiene que ver con lo anterior, es otra crisis que se empalma con la de los migrantes.
Luego de leer este artículo sobre el Estado Islámico (ISIS, Islamic State of Irak and Syria o Daech, por sus iniciales en árabe) que pinta un cuadro escalofriante del estado de cosas, queda flotando una pregunta: ¿cómo se explica el ascenso y el atractivo del ISIS? ¿Cómo pudo atraer veinte mil voluntarios djihadistas venidos de todo el mundo entre 2012 y 2014, originarios de todo tipo de países y sectores sociales?
Los hechos nos ponen en presencia de la ferocidad y el tesón de un lado, el de los djihadistas, y la ausencia dramática de voluntad de combatir del otro, el del ejército de Baghdad.
La insurgencia del ISIS contradice los principios estratégicos clásicos de la ‘Guerra Prolongada’ de Mao: el ISIS controla territorio y acepta, qué digo, busca la batalla frontal con el ejército regular del enemigo, y además lo hace con éxito, todo lo contrario de lo que Mao aconseja en sus libros y de lo que él mismo practicó en las distintas etapas de sus guerras contra los caudillos militares, los japoneses y el Kuomintang. En las ciudades y territorios que controla, lejos de tratar de ganarse el favor de la gente, Daech oprime y aterroriza a la población, provoca éxodos, comete masacres, multiplica el horror a extremos que repugnan hasta a los talibanes, restablece la esclavitud y la violación de menores. "Engendros satánicos" denunciados por los doctores del Islam, pero con un vigor asombroso.
El articulista anónimo no encuentra la explicación de este ascenso, de esta victoria, de esta epidemia de odio, y confieso que yo tampoco. Simplemente me veo obligado a constatar que la sociedad mercantil moderna es una inmensa fábrica de odio, donde impera el desprecio y el ninguneo.
No encuentro la explicación de esto, puedo solamente especular sobre el origen y la causa:
Se puede atribuir la generación de odio a la desigualdad abismal de ingresos, polarización creciente, o a la actitud de arrogancia, al frío desprecio egoísta de los ricos, de los exitosos en el sistema, quienes se han autoconvencido de que sus privilegios y su éxito son merecidos, de que su superioridad social es natural e inherente a sus personas, cuando es, en realidad, el resultado del juego de dados del mercado, el producto de la vida en nuestra sociedad, cuyas jerarquías se sortean casi siempre por el azar del nacimiento. La suerte en nuestra sociedad recuerda el cuento ‘La lotería de Babel’, de Jorge Luis Borges.
Puedo especular también que en la feroz obsesión anti femenina del radicalismo islámico, así como en la creciente ola de feminicidios y de violencia doméstica en nuestro país (otra expresión de odio), se reconoce la ‘peste emocional’ que describía el psicoanalista Wilhelm Reich, el teórico de la “revolución sexual”: un Complejo de Edipo no encarado, una pequeñez rencorosa y vengativa, que suscita violencia y ‘sublimación’ religiosa. Pido perdón por la salida freudiana.
Por último, quizás el odio djihadista sea pariente del odio revolucionario. Hay quien ve en el odio la fuerza que mueve la Revolución, es decir, la destrucción total del orden y del régimen imperante, y de la Redención (con mayúscula) de la sociedad. Hay un tufillo religioso en la fe revolucionaria. Creen que si hacemos la Revolución todos los odios se verán saciados, la bolsa de odio se habrá vaciado y podremos vivir felices para siempre en un mundo de paz y amor. La prédica revolucionaria es una justificación de la guerra, En eso se parece al djihadismo.

Nacionalismo versus patriotismo

En contrapunto, en oposición con todos los odios está la falta de amor y el pánico conservador y pesimista de Pérez Reverte, quien machaca con las 'raíces judeo-cristianas', a las cuales agrega las del islam para que quede lindo, llama 'imperio' a la Unión Europea y clama que nos invaden, que estamos terminados, que el mundo de los DD.HH., de la prosperidad y el bienestar se hunde, se hundirá seguramente bajo el peso de las invasiones bárbaras, como sucedió con el Imperio Romano.
Lo que me preocupa de Pérez Reverte no es su ataque de pánico. No me preocupa que profetice catástrofes desde las alturas de su conocimiento de la historia ni que confunda a la UE con un imperio ni que limite la civilización cuestionada a Europa occidental, cuando la misma se extiende también por América y Asia. Lo que sí me preocupa es su falta de amor por la civilización real en la que vivimos, amor que reserva para un pasado imaginario de gloria, mientras considera al presente pura decadencia y desencanto. Le falta un amor que yo llamo patriotismo, o sea el orgullo y la disposición a luchar por las instituciones que nos hacen libres. Le llamo patriotismo a ese amor, a ese orgullo y a esa disposición combativa, por oposición al nacionalismo, que es otra cosa, como muy bien lo explica Maurizio Viroli en su libro “Per amore della patria”.
Lo que me preocupa es la carencia de patriotismo frente al odio djihadista, al odio que niega todo, vitupera y denuesta, califica con adjetivos hirientes, desprecia y mata con la palabra y la espada la realidad de nuestra civilización, trabajosamente alumbrada por los siglos. Falta de amor a las instituciones que nos hacen libres, libres en el pensamiento, libres en la palabra, libres en la opción sexual. Falta de orgullo patriótico por las conquistas de los últimos 50 años.
No es del pasado de guerras, de conquistas y clarines de lo que hay que estar orgullosos, hay que ufanarse de nuestros logros recientes. En 1945 Europa estaba en ruinas, empobrecida, hambrienta, surcada por multitudes sin hogar, herida por las masacres y los rencores nacionales, dividida por el encono de la batalla que terminaba, y sin embargo se levantó, se unió, dio ejemplo de paz y convivencia. De eso hay que estar orgullosos, eso hay que defender, incluso recibiendo e integrando las multitudes que huyen de la guerra en Medio Oriente.
Hace treinta años América del Sur estaba cubierta de dictaduras, hoy tenemos gobiernos que responden a las aspiraciones de los pueblos. Hay que estar orgullosos de cómo hemos restablecido el imperio del derecho en Uruguay, Argentina, Brasil, Chile, Perú, Bolivia, etc., y de haber derrotado al terrorismo de estado, aunque la tarea no esté terminada (y tengamos a Fernández Huidobro al frente del Ministerio de Defensa).
Creo que hay que tener presente, no la historia del Imperio Romano y su derrumbe, sino la de la inmensa capacidad que tienen nuestras sociedades, las europeas, pero también las americanas, del norte, sur y centro, de crear instituciones democráticas y de integrar (no sin dolor) a inmigrantes.

Otros verdaderos peligros

El odio djihadista, el odio revolucionario, el nacionalismo xenófobo, no son los únicos peligros que nos amenazan.
PIenso que puedo ser optimista frente a la actual crisis, que puedo esperar que la superemos, apuesto a que esta civilización, este "imperio", no será destruido por un enemigo o circunstancia externos. Europa logrará integrar positivamente la nueva ola inmigratoria de refugiados y se verá mejorada y fortalecida por ella, económica, demográfica y socialmente, surgirá más próspera, más poblada, más unida y sobre todo más justa.
Estoy menos confiado en que nuestra civilización, es decir, las instituciones que nos hacen libres, no sea destruida por su propia lógica interna incontrolable. Porque, con mucha suerte, el desarrollo se puede guiar u orientar, pero no se puede ni detener ni fijar en un estadio ni volver a una situación anterior. Los nostálgicos y los conservadores no dan en la solución.

Creo y apuesto a que vamos a superar la ola de refugiados, las guerras de religión, la agresión rusa, la crisis del euro, los gobiernos cleptocráticos, la deuda griega, la estupidez de Berlusconi y Putin, los abrazos de Fidel con el Papa, pero no sé si superaremos el espionaje generalizado, el colapso de la privacidad, la inteligencia artificial creativa, los objetos conectados y la exacerbación de las desigualdades. La modernidad absorberá todo, el problema es esa modernidad misma, la que los islamistas y otros fanáticos resisten por la puerta del frente, pero que abrazan y adoptan por la ventana del costado, el de las armas, de las comunicaciones, de los bancos, del comercio de armas y de drogas.
Por el momento no nos contemos historias que no vienen al caso de decadencia del Imperio Romano y de bárbaros a nuestras puertas. Los migrantes, los refugiados son tan bárbaros como nosotros, pero con menos suerte, les tocó vivir una guerra.

domingo, 4 de octubre de 2015

Amodio y su traición II

Hace un año y medio, el 29 de mayo de 2013, luego de la entrevista de Gabriel Pereyra con Héctor Amodio Pérez, o sea de su “aparición”, publiqué una entrada del blog que titulé igual: Amodio y su traición.
En el tiempo transcurrido desde entonces este personaje publicó un libro, vino a Uruguay a presentarlo, y quedó preso, “procesado con prisión por reiterados delitos de privación de libertad” (El Observador, 14 de setiembre de 2015).

Sorprendente procesamiento

Confieso que su procesamiento me sorprendió, y me plantea preguntas. El crimen inextinguible, en Uruguay, fue el terrorismo de Estado: fueron  las detenciones arbitrarias operadas por personal militar, las víctimas retenidas por tiempo indefinido en lugares no comunicados a sus familias y sin intervención del juez, mantenidos bajo capucha y torturados, a veces hasta la muerte, los desaparecidos. Fue la suspensión de garantías individuales, sancionada en el Parlamento, y la ausencia de actuaciones judiciales, que dejaba el control total en manos de la autoridad militar. El juez militar tomaba declaración al detenido al lado del tacho del submarino en el cual se le torturaba. Asimismo, la participación civil en la dictadura, decorativa u operacional, fue muy importante, tanto en la época de Bordaberry, como después.
Los que tienen edad lo recuerdan: las chanchitas recorriendo las calles y deteniendo a quien quisieran, encapuchándolo y tirándolo a patadas adentro; la tortura era general y empezaba allí.
El fiscal y el juez que procesaron a Amodio, ¿están pensando en procesar a todos los que participaron en los arrestos y en las torturas? Si fuera asi, tienen muchísimo trabajo por delante. Recientemente fue muy sonado el caso del general Barneix, procesado por su responsabilidad en la muerte de Aldo (El Chiquito) Perrini en la tortura, que ocurrió durante su guardia cuando era teniente. Se trata de homicidio. Por tortura o privación de libertad remontando a esa época no ha sido procesado nadie; si no me equivoco, Amodio es el primero. ¿Los delitos de Amodio son de lesa humanidad? ¿El prisionero que colabora es asimilado a un militar? Veremos cómo sigue el caso. Su resolución tendrá consecuencias sobre la situación legal de mucha gente.

La traición de Amodio y las otras

Amodio traicionó al MLN, cambió de bando, colaboró con sus enemigos. Muchos uruguayos lo sienten como si su traición hubiera sido, no al MLN, sino a todos. Es un “traidor”, sin más, en general.
Me importa poco el MLN, tanto el de aquella época como el de ahora, lo tengo en poco aprecio y que lo haya traicionado o no me deja indiferente. Me refiero obviamente a la organización, no a la gente que militaba alli.
Pero Amodio no solamente traicionó al MLN, sino que se pasó al bando del enemigo común de todos, al bando de los torturadores terroristas que actuaban en nombre del Estado, entonces no puedo mirarlo como un problema ajeno, una cuestión que interesa solamente al MLN.
Tampoco puedo mirar de afuera, como algo que interesa solamente a otros, las negociaciones que entabló la dirección prisionera del MLN con los militares sus carceleros en el Batallón Florida intentando promover un golpe de estado “bueno”, o sea “peruanista”. Pero estos dirigentes no son calificados de traidores como lo es Amodio. Colaboraron y conspiraron con los mismos torturadores que Amodio, u otros, no importa. Investigaron los “ilicitos” para comprometer a la clase política, trabajaron para ellos, comprometieron a sus compañeros todavía libres, contribuyeron así quizás a que fueran capturados. Pero sobre todo se cambiaron de bando, se identificaron con una fracción militar. Su “traición”, lo pondré sin comillas, su traición es diferente de la de Amodio, pero es traición igual.
Creo, sin embargo, que ni Amodio ni los dirigentes del MLN que se pusieron al servicio de los oficiales del Ejército que creían “peruanistas” cambiaron de naturaleza cuando hicieron lo que hicieron. Hubo continuidad, porque a la dictadura el MLN la llevaba en la sangre, en el ADN, como se dice ahora.

Uruguay comparado con Italia

No puedo evitar comparar el caso uruguayo de represión de la guerrilla con lo sucedido en Italia en los años 80, con el desmantelamiento de las Brigadas Rojas, y la lucha contra la Mafia, contra la P2, contra las diferentes mafias que pululan en la península. En todos los casos el rol de los “arrepentidos”, tanto de mafia como de brigadistas, fue decisivo. La información no fue obtenida mediante tortura. Todo se hizo con garantías procesales.
Para las Brigadas Rojas la derrota política que siguió al secuestro y el asesinato de Aldo Moro fue crucial para disolver sus filas y quebrar la resolución de numerosos militantes que decidieron apartarse de ese camino. Los brigadistas quedaron aislados y fueron repudiados por todo el espectro político, incluso y muy especialmente por la izquierda, que reaccionó con horror ante el asesinato. Muy importante fue la actitud del Partido Comunista Italiano, porque no hay que olvidar que el secuestro de Aldo Moro fue dirigido a torpedear una inminente participación suya en el gobierno, que hubiera sido una primicia en el mundo de la OTAN. El PCI asumió a las BR como su enemigo y promovió la ruptura de la clase obrera con el brigadismo, con el cual de todos modos nunca había sido muy afín.
El caso de Tommaso Buscetta (“Don Masino”), el primer alto responsable de la mafia siciliana en colaborar con la justicia, permitió desmantelar una buena parte de la “Cosa Nostra” y llevar ante los tribunales a un gran número de criminales mafiosos.
Nadie llamaba traidor a Buscetta, salvo los mafiosos que había puesto al descubierto, en cambio se le llamó “pentito”, arrepentido. Tampoco se llamó así a los brigadistas que pasaron a colaborar en el desguace de su organización. Nadie se burla de ellos ni hace escarnio de su nombre, por más que generen tristeza, y muchos estuvieron largos años presos y tuvieron que encararse con sus víctimas.
La principal diferencia es, me parece, la legitimidad del régimen con el que colaboraban, y también la dignidad de la autoridad a la que se sometían. En el caso de Italia se confesaban con los jueces, muchos de los cuales fueron luego asesinados por la mafia, como el Juez Giovanni Falcone; en Italia era a un estado legítimo, con garantías. En el caso de Uruguay la colaboración y la negociación fue con unos militares usurpadores del poder, terroristas de estado.

miércoles, 22 de julio de 2015

Raíces y antepasados

Me escribe un querido amigo, a propósito del Estado Islámico, Boko Haram y otros Al Qaeda:
“Esto es un choque de civilizaciones y en tanto olvidemos que nuestra civilización es la Cristiana Occidental (Toynbee) y que sus raíces son grecorromanas y judeocristianas estamos perdidos. [...]”

¿Raíces judeo cristianas?  ¿Civilización occidental?

Discrepo “radicalmente” con mi amigo. Estoy de acuerdo en la necesidad y la pertinencia de defenderse de los fanáticos, pero diverjo con él en ese asunto muy importante de las raíces. Son cosas profundas puesto que, como la imagen lo sugiere, se hunden en la tierra y pretenden interpretar la matriz de nuestro ser.
Lo primero que debemos tener presente cuando decimos que “nuestras raíces son judeocristianas” es que las sociedades no crecen de sus raíces como los árboles.
Las sociedades evolucionan en un mundo abierto, no determinado. Cambian y evolucionan por desarrollo, pero también por agregados, por mezclas, interacciones, choques y mutaciones bruscas. Los hijos no son iguales a sus padres, no se “deducen” ni “brotan” de ellos, no tienen de nacimiento ni sus virtudes ni sus defectos, se hacen en la vida. Con más razón, las sociedades evolucionan y cambian, pero no se deducen de sus precedentes históricos, no se derivan como una fórmula matemática de su pasado o de su historia. Porque, además, las sociedades no tienen ADN.
Las sociedades cambian por muchos factores: por su propia renovación incesante, por el factor aleatorio de la reproducción sexuada, por los movimientos de pueblos que llevan al contacto no siempre pacífico de culturas, y fatalmente al mestizaje. Las raíces históricas son el pasado, no son nuestra identidad.
No fue de las raíces judeo-cristianas que creció la República laica, fue en ruptura con ellas. Las raíces están presentes, no se desvanecen ni se pierden, pero hay algo más, algo creado después, hay novedades, hay una mutación de nuestra cultura que introduce la libertad, la abolición de la esclavitud, la libertad de la mujer, sus derechos cívicos y sexuales. Hay ruptura y continuidad a la vez. Hay lugar en la República para creyentes y no creyentes, para católicos, judíos, protestantes, ateos y musulmanes que respeten las leyes.
El desafío del fanatismo conquistador y agresivo, que puede ser religioso como en el caso de los islamistas, que puede ser nacionalista como en el caso de los rusos, no se debe enfrentar refugiándose detrás de un altar o bajo las sotanas del cura del pueblo. Se combate sin retroceder, bien plantados sobre nuestros valores de la libertad y de la modernidad, se combate y se vence afirmando y viviendo esos valores, haciéndolos realidad.
Nuestra república es un estado de derecho, inclusivo de todos los que acepten y respeten sus leyes, sin importar el origen, la sangre o la religión. Es eso lo que debemos defender.

Muchas raíces

Sin embargo, en lo de las “raíces judeo-cristianas” hay otra falsedad, tanto en el caso de los españoles como en el de los americanos. En el caso de España, porque la presencia dominante del islam en la Península Ibérica durante siete siglos dejó para siempre una huella en nuestra civilización. Lo atestigua el gran número de palabras de origen árabe en el castellano, los monumentos, la arquitectura. En el caso de América, llamada “Latina” porque las lenguas comunes son de origen latino, las culturas precolombinas, aún hoy presentes y vivaces en muchos dominios, no se pueden ignorar, como tampoco es menor el aporte africano. Varios países de nuestra América tienen lenguas oficiales, al lado del castellano, que son de origen precolombino: por ejemplo, el Paraguay tiene el guaraní, Perú el quechua, el aimara y otras, México tiene 67 lenguas nativas reconocidas como “lenguas nacionales”. ¿Y la raíz judeo-cristiana? Es una entre otras; no se puede negar la historia ni elegir, dentro de la historia, la raíz que más nos gusta.

¿Es posible elegir a sus antepasados?

Hay personas que creen que pueden elegir a sus antepasados, exaltando a unos y negando a otros, y a veces inventándolos. Unos se dicen italianos porque tienen un abuelo italiano, otros se dicen charrúas porque nacieron con la mancha mongoloide.
El hecho es que todos los seres humanos somos descendientes de una serie geométrica de antepasados: dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, y así sucesivamente. Tenemos una multitud de antepasados, y en el tumulto de la historia hay en esa multitud personas de distintos países, colores, costumbres, culturas y orígenes, sin hablar de virtudes y defectos. Eso es más evidente en un país como Uruguay, poblado casi exclusivamente por migrantes de los países vecinos y de Europa, pues la población precolombina era poco numerosa. Es más, la especie humana actual, según lo que se sabe, se originó en un valle de África Oriental y se difundió por oleadas sucesivas a todo el Planeta, llegando por último al continente americano. Por la información genética que se posee, en cada etapa de ese camino nos cruzamos con las poblaciones que encontrábamos, de especies vecinas (neandertales, floresiensis, denisoviensis) o de nuestra misma especie de otros caminos migratorios.
En los últimos cinco siglos de historia americana no ha sido distinto: las poblaciones se cruzaron y se mestizaron, como sucedió siempre. Lo mismo que en nuestra Banda Oriental.
La verdad es que en nuestra sangre están todos nuestros antepasados, y no solamente algunos, no solo aquellos que nos gustan, los más de moda o más lindos y virtuosos; están todos, con los sufrimientos, los goces, los errores y los trabajos de sus vidas, que de generación en generación culminaron en nosotros. ¿Por qué negar a unos y privilegiar a otros? Todos fueron necesarios, todos están en lo que somos, como nosotros estaremos en las generaciones que nos sucedan.
Otra cosa es analizar los vestigios culturales que dejó cada una de las cepas que se fusionaron en la población, estudiar lo que pervive en nosotros de los guaraníes, de los genoveses, de los mandingas, de los andaluces, de los minuanes, de los gallegos.
La no discriminación por raza, religión, sexo, lengua o credo debe aplicarse también a los antepasados. No elegir a unos y negar a otros.

domingo, 5 de julio de 2015

La guerra por los senos desnudos

“L’Ouest a gagné la guerre froide par le jazz, les Beatles et les seins nus autant que par la force financière et militaire.” (El Oeste ganó la guerra fría por el jazz, los Beatles y los senos desnudos tanto como por la fuerza financiera y militar)
Régis Debray en una entrevista, 17 de julio de 2014.

La_libertad_guiando_al_pueblo_(1830).jpg
Eugène Delacroix La libertad guiando al pueblo (1830)

Una amiga, angustiada por el avance del fanatismo religioso, me escribía: “Da la impresión de que el mundo civilizado, que incluye a los musulmanes y a los judíos, está mirando impotente un fenómeno más extraño que una invasión de marcianos. ¿Dónde estuvo el huevo de esta serpiente? ¿Cómo y por qué se incubó y nació con tanto poder de hacer daño?”.
Yo respondí: “La bandera negra en torno a la cual se agrupan los bárbaros es el odio de la mujer, la voluntad de esclavizarla y rebajarla. Creo que es por la libertad de la mujer en la sociedad moderna que se libra la guerra en curso.”
Ella manifestó sus dudas : “Sí, en parte es el odio a la mujer. [...] No es lo único, pero es algo que empuja a las bestias de EI”.

Pero yo insisto.
Lo que molesta de la modernidad a los fanáticos religiosos del mundo entero no es la tecnología, de la cual usan y abusan bajo la forma de celulares, televisores, videocámaras, vehículos todoterreno, aviones y armas de todo tipo, cuanto más sofisticadas mejor, lo que les molesta, digo, de la “cultura occidental”, concepto que abarca algo muy vago y muy amplio, que cubre desde la producción de Hollywood hasta el Quijote, desde los fármacos y las drogas hasta el cante flamenco y el alpinismo, es el rol y la importancia creciente del personal femenino, que se viste más o menos como quiere, que hace más o menos lo que quiere. Digo “más o menos” porque ya sabemos el rol preponderante que juega la moda y la imagen en lo que hacemos. En todo caso, lo que decide del atuendo y la conducta de las mujeres (y de los varones) no es el código religioso, sino otro código, variable y cambiante, arbitrado por cada persona, y en absoluto sagrado. Digamos en una palabra, libre.

La moral ha dejado el terreno de la conducta sexual y se ha concentrado en la ética de las relaciones interpersonales. Es inmoral robar y mentir, pero no lo es tener relaciones sexuales consentidas con una persona de paso. Un vestido puede ser calificado como “de mal gusto” o “pasado de moda”, pero no de “blasfemo” o “inmoral”. Lo sagrado es la persona humana, y sus derechos son intangibles, pero no son sagrados ni intangibles los textos religiosos, que están sujetos a libre examen.
Y, muy importante, somos universalistas. Esto quiere decir que los Derechos Humanos son de todos, sin distinción de raza, sexo, edad, lengua, religión y país de origen. La mutilación y la tortura están mal en todos lados, no me importa que sea Somalia o Pocitos. El universalismo es una herencia preciosa que nos queda de la Ilustración, aunque hayamos puesto muchos bemoles al fatalismo del progreso.

A los fanáticos les molesta la laicidad del Estado, pero aún más la laicidad de las costumbres. La laicidad de las costumbres y del Estado vienen del brazo de la laicidad del pensamiento, es decir sometido a un criterio de verdad que no es (más) religioso; una afirmación tendrá que ser demostrada (de alguna manera), y no será verdadera simplemente por la autoridad de quien la dijo, un Padre de la Iglesia, un Papa, un Ayatollah o un Imam. La verdad salió del dominio de la religión. Es lo que reconocemos como parte indisociable de la modernidad.
La libertad individual, y sobre todo la libertad individual de las mujeres, es lo que molesta a los fanáticos religiosos. Los creímos derrotados, desbandados y en vía de desaparición, pero hoy se han levantado como zombis asesinos, sembrando el terror.

¿Y el petróleo, no es el verdadero motivo, la puesta en juego en esta guerra? El petróleo es el nervio de ella en ambos sentidos, uno, el de ser la energía que la mueve y anima, y dos, el de ser lo que la repercute y refleja (*). Es decir que las fuerzas militares en presencia necesitan vitalmente del petróleo para moverse y para financiarse, y también que los vaivenes de la lucha se sienten en los precios y en el abastecimiento de los mercados.
Pero el motivo, el alma de la guerra en curso es la oposición a la emancipación femenina, es el horror que provocan en los fanáticos los senos desnudos de las mujeres libres.

(*) Si alguien duda de esto que lea la página de ASPO (Association for the study of Peak Oil & Gas) o el informe semanal, la Newsletter de ASPO-USA.

domingo, 14 de junio de 2015

¡Adiós Patonga!


Patonga.jpg
Patablanca, alias Patonga o El Pata.

Nunca supimos quién ni por qué les había cortado la cola. Llegaron así. Él y su hermana la Negrita aparecieron un día en el jardín de casa, enfermos y hambrientos, buscando familia. Tenían menos de un mes.
“¿Les habrán cortado la cola porque los creían de raza?”, nos preguntamos.
“¡Esto, de raza!” lanzó con desprecio una vecina de mala entraña, cuyo perro, nos dijo, costaba 400 dólares.
Sí, de mala entraña, pero tenía razón, de raza no eran esos cachorritos. Amorosos, conmovedores, mas irremediablemente bastardos, callejeros, descendientes de cruzas aleatorias, de encuentros fortuitos por los montes de Punta Colorada.
No estábamos preparados para tener perros, no sabíamos nada, en nuestra vida no había lugar, nuestra casa no se adaptaba, el jardín no tenía cerco: pensamos pues curarlos, vacunarlos y buscarles una familia de acogida.
Pero poco a poco se convirtieron en parte de la familia. Nos fueron ganando, nos divirtieron, nos conmovieron, nos asombraron. Como la vez que, durante un paseo, salió una perra recién parida y se lanzaron a la carrera para ponerse debajo e intentar mamar de sus tetas. La pobre perra huyó despavorida, claro.
El Pata, después de tres días de ayuno durante los cuales lo hidratamos con una jeringa, se puso a comer y a recuperar el tiempo perdido. A partir de ese momento no dejó de disfrutar de la vida y de darnos el ejemplo de disfrute y aceptación.
Los dos perritos jugaban interminablemente entre ellos, pero tenían cada uno su vida propia. Justamente, en sus andanzas la Negrita entró en conflicto con aquella vecina mala entraña y tuvimos que cederla a alguien de nuestra familia, con quien está hasta ahora, y que la guardan como un tesoro.
Luces y sombras del Pata: un perro obediente que entendió enseguida que no tenía que subirse a los sillones ni a la cama, que respetaba las prohibiciones que los humanos le imponían. Un perro amigo, afable, juguetón, que nunca en su vida atacó a una persona, aunque metía miedo con sus ladridos si algún extraño se acercaba. Un guardián seguro, un valiente defensor de sus amos: más de una vez plantó cara a jaurías amenazantes para defendernos. En la soledad del monte, Patonga era un compañero que inspiraba confianza.
Y sombras: Su enemistad con los carteros, los tomadores de consumo y las bicicletas nos obligó a atarlo a menudo, para evitar sustos y zozobras a paseantes desprevenidos, que no podían saber que era sin peligro.
Vivió así sus años, disfrutando de los paseos por el monte, de levantar perdices, de correr ñandúes (sí, los hubo, por descuido de un criadero vecino) y chiricotes, de sus relaciones tormentosas con las perras del barrio, de correr autos.
Vivió sus años, y ahora lo perdimos prematuramente. ¡Cómo lo extrañamos!
¡Adiós Patonga!

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lunes, 4 de mayo de 2015

Sobre un artículo de E. Goligorsky. Ateísmo, creencias, religión .. y yo

Recomiendo la lectura del artículo de Eduardo Goligorsky en Libertad Digital, “Creer o no creer”, al cual sentí la necesidad de adjuntar el siguiente comentario:

Creencias de varios tipos

Necesito distinguir “creencia”, tanto de “religión” como de “creencia en lo sobrenatural”.
Hay creencias de varios tipos, que comprometen la mente y el corazón de distinta manera.
Por ejemplo, hablamos de ateísmo, y yo soy ateo del Dios de los católicos, del de los judíos y del de los musulmanes, Dios, Jehová, Allah. Hay otros dioses, un “algo” que circula por el Universo haciendo de las suyas, en el cual (no quise poner “quien”) ni creo ni descreo, sino que me encojo de hombros, intrigado: soy agnóstico. En síntesis, como me gusta decir, soy ateo del “alguien” y agnóstico del “algo”.
Aún así, podría creer en fenómenos paranormales o sobrenaturales, pero eso es aún otra cosa.

Creer en valores

Para contestarle a Voltaire, a través de Goligorsky, se puede no tener religión y tener valores, y creer en ellos. Los que enumera Goligorsky: amor al prójimo, abnegación, compasión; son valores en los cuales “creemos”, y a pie juntillas. Incluso uno puede juzgar lo nocivo o lo beneficioso de una religión según cómo y cuánto promueve esos valores, sin entrar a juzgar sobre la veracidad o falsedad de las leyendas que la sustentan.

Creer en las leyendas

Llegamos a las leyendas: otro punto, y que tiene que ver también con las religiones que no se declaran como tales, que no son las menos peligrosas. La creencia en las leyendas, me refiero a la Biblia, el Corán, el Mahabharata, la Historia Patria, el martirio de los vascos bajo el yugo español, el destino emancipador del proletariado, etc. La creencia en las leyendas, digo, es piedra fundamental de las religiones declaradas (catolicismo, etc.) y de las no declaradas, es decir, los variados nacionalismos y socialismos que mueven a las multitudes alrededor nuestro.

Los relatos fundadores

Los relatos fundadores de las religiones son muchas veces apasionantes, fuentes de profunda sabiduría y escuela de vida, esto es, si uno los interpreta, si no los toma al pie de la letra. Se puede leer el Génesis con pasión y no afirmar que el mundo fue creado hace seis mil años. Creo en el Génesis como creo en Don Quijote. (Es por eso que no escribo “dios” con minúscula, como lo hacía Don José Batlle y Ordóñez; pienso que, como “Don Quijote”, como “Harry Potter”, “Dios” se escribe con mayúscula.)
A propósito, un gran escritor, es decir, un gran fabricante de relatos y leyendas, Vladimir Nabokov, se indignaba por cómo trataba Cervantes a Don Quijote. Él creía en Don Quijote, hablaba de él como de una persona, calumniada, maltratada por Cervantes. ¿Nos reímos, estaba equivocado?

El Mundo III de Karl Popper

No lo creo. Los personajes de la literatura, los protagonistas de los relatos, existen. Tienen un lugar en el mundo de las ideas y de los productos del pensamiento humano, son una realidad en el “Mundo III” de Karl Popper, que es tan real como los otros dos. El teorema de Pitágoras existe sin Pitágoras, sin mí, sin cada uno de los matemáticos que sabe demostrarlo. Don Quijote existe en ese mundo, anda sobre su Rocinante, flanqueado por su fiel escudero Sancho Panza, desfaziendo entuertos.
Yo creo en eso. ¿Es una creencia en lo sobrenatural? Quizás lo sea, en sentido estricto.

viernes, 10 de abril de 2015

Imperialismo de antes e imperialismo de hoy

El poder imperial y la hegemonía. Dos citas y un comentario.

Traduzco libremente a George Soros, el subrayado es mío (*):
“La guerra fría era un sistema estable. Las dos superpotencias estaban bloqueadas por la destrucción mutua asegurada, y debían retener a sus satélites. Así, las guerras se combatían principalmente en los bordes. Luego del colapso de la Unión Soviética, hubo un momento breve durante el cual los EE.UU. aparecieron como el líder indisputado del mundo. Pero abusó de su poder. Bajo la influencia de los neocons, que argumentaban que los EE.UU. debían usar su poder para imponer su voluntad al mundo, el Presidente George W. Bush declaró la “guerra contra el terror” e invadió Irak con falsos pretextos.
Fue una trágica confusión sobre el rol que corresponde al poder imperial hegemónico. Es el poder de atracción --soft power-- que asegura la estabilidad de los imperios. La fuerza puede ser necesaria para la conquista y la defensa, pero el hegemon debe cuidar los intereses de quienes dependen de él, de manera de asegurar su adhesión, en vez de promover solamente sus intereses propios. Los EE.UU. lo hicieron muy bien después de la 2ª Guerra Mundial, estableciendo las Naciones Unidas y emprendiendo el Plan Marshall. Pero el Presidente Bush olvidó esa lección y destruyó la supremacía estadounidense en poco tiempo. El sueño neocon de “nuevo siglo americano” duró menos de diez años.”
Hasta aquí Soros.

Sobre la hegemonía de Occidente, es interesante el punto de vista de Régis Debray (**):
“El Oeste ha ganado la guerra fría por el jazz, los Beatles y los senos desnudos, tanto como por la fuerza financiera y militar. Hoy, las diez primeras agencias de publicidad son occidentales. Los premios Nóbel y las patentes aseguran a Occidente una formidable supremacía. Las relaciones de poder no son reductibles a relaciones de fuerzas materiales y cuantificables. El hecho de que China vuelva a ser la primera potencia económica mundial en 2030, como lo era en 1830, no significa que se convierta en la primera potencia hegemónica.
“Los EE.UU. no tienen ni siquiera necesidad de tener institutos culturales en el extranjero. En Vietnam, los GI perdieron, pero Coca-Cola ganó la guerra. La hegemonía existe cuando una dominación se vuelve no solamente aceptable, sino deseable por los dominados. El Sr. Sarkozy estaba orgulloso de exhibir una remera de la NYPD (policía de Nueva York), y el Sr. Hollande está orgulloso de que Obama le palmee la espalda.”

En la “guerra contra el terror”, el poder hegemónico o imperial fracasó como lo dice Soros, y también en otro sentido. No solamente el caos que reina en Medio Oriente es en gran parte una de sus obras, sino que además, entretanto, ha surgido una nueva potencia nuclear enemiga, Corea del Norte, que hizo su entrada en el club en 2006 (con explosiones nucleares reiteradas en 2009 y 2013) y lanzó varias veces (quizás con éxito, no está claro) cohetes capaces de llevar una ojiva nuclear a otro continente.
Aprendices de brujo irresponsables, ese es el calificativo que corresponde a los dirigentes como Bush, Cheney, Rumsfeld y Wolfowitz. Utilizaron un enorme poder para sembrar el caos, exactamente lo contrario de lo que se espera de un gran imperio.

Imperios de antes e imperialismo de hoy

Hay que tener presente lo que fueron los imperios de otras épocas para calibrar si es apropiado o no designar como “imperialismo” a la política de EE.UU.. Pensemos en el Imperio Asirio, Persa, Griego, Romano, Otomano, Británico, etc., con sus desplazamientos forzados de pueblos enteros, su ley aplicada en toda la extensión del territorio controlado, la paz que hicieron reinar en sus dominios, su integración de dioses en panteones comunes, la difusión y la imposición de su hegemonía cultural y religiosa.
Para no remontarnos al Imperio Persa o al Romano, recordemos una historia del Imperio Español que me contó un amigo que anduvo de viaje por el norte argentino, visitando Tucumán y los valles calchaquíes. Un gobernador de Tucumán, Alonso Mercado y Villacorta, sofocó en 1665 una rebelión indígena calchaquí y decidió el traslado o deportación de una etnia entera, los quilmes, a más de 1200 km. Los condujeron a pie (!) hasta las cercanías de la ciudad de Buenos Aires, y fueron reducidos en la localidad que es hoy la ciudad de Quilmes en el Gran Buenos Aires.
Esta claro que estamos frente a algo muy distinto en el mundo de hoy, en la época de la hegemonía estadounidense. Veamos.

Primeros pasos de la potencia estadounidense

Hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918) los EE.UU. no eran una potencia de gravitación global. Se habían hecho fuertes en su espacio interno y controlado las vías estratégicas de su entorno marítimo. La estadounidense había sido una expansión continental, hacia el oeste, hasta el Océano Pacífico; hacia el sur, anexando California y Tejas. La Corona Británica seguía dominando los mares, un dominio que mantuvo hasta la Segunda Guerra Mundial.
La política estadounidense tenía una fuerte impronta anti colonialista, de acuerdo a su tradición de independencia del Imperio Británico, y era favorable a la liberación de las colonias de las potencias europeas. Esa actitud afectó las relaciones que mantuvo con sus aliados en las dos guerras, pues estos eran todos potencias coloniales, así como también lo eran los enemigos. Se dice a veces que las dos guerras mundiales fueron por el reparto colonial. Si fue así, todos perdieron, salvo los EE.UU., que no querían colonias, sino mercados.
La política estadounidense no iba (ni va) dirigida a gobernar a otro país, no aspira a crear dominios o colonias. Lo cual no hay que confundir con el respeto por la soberanía de los demás estados.
Antes de la 1ª Guerra Mundial (1914-1918), el "big stick" de Theodore Roosevelt (presidente EE.UU. 1901-1909), resolvía por la fuerza y en beneficio de los EE.UU. los pequeños asuntos de su interés. En la opinión pública estadounidense dominaba el aislacionismo; la intervención externa era puntual y sin compromisos. El canal de Panamá y la base de Guantánamo eran necesidades estratégicas del enroque continental y del crecimiento hacia adentro de la sociedad. Del mismo modo, la guerra de Cuba en 1898, la enmienda Platt, las intervenciones de los años 30 en Nicaragua, etc., eran la consolidación de la membrana externa de un desarrollo centrado en el mercado interno y el egocentrismo estadounidense.
Incluso la intervención en Guatemala en 1954 (ya en otra época estratégica) perpetrada por un regimiento de mercenarios locales patrocinado, organizado y financiado por la CIA de Allen Dulles, hermano del Secretario de Estado Foster Dulles, fue en beneficio de una mera compañía bananera, la United Fruit, y producto de la concepción estrecha de la democracia que tenían los hermanos Dulles. Acarreó medio siglo de opresión y de guerra civil a Guatemala, pero el beneficio para EE.UU. fue muy menor. La intervención no fue motivada por una necesidad estratégica del coloso yanqui; este podría haberse acomodado muy bien del reformismo de Jacobo Arbenz y Juan José Arévalo.
Del mundo, los EE.UU. querían las puertas abiertas a su comercio y la seguridad de sus capitales, y ese objetivo lo procuraban con métodos brutales y despiadados, sin consideración por la soberanía o los intereses de los demás países. El mundo no era su asunto y no pretendían gobernarlo, mejorarlo o integrarlo en su sistema estatal.

La segunda Guerra Mundial

Esta política internacional no excluía la acciones generosas y los gestos inéditos.
La Revolución norteamericana del siglo XVIII fue una inspiración para patriotas y revolucionarios de todo el mundo, entre ellos José Artigas y los revolucionarios franceses.
La primera y, sobre todo, la Segunda Guerra Mundial mostraron la mejor cara de la potencia norteamericana. Las fuerzas militares de los EE.UU., luego dar una contribución decisiva a la derrota de la agresión nazi, no se eternizaron en la ocupación y respetaron los procesos democráticos en los países de Europa del Oeste. Este comportamiento de la potencia vencedora y ocupante, cuya superioridad militar nadie ponía en duda, es único en la historia de las guerras y conquistas.
La actitud anti colonialista en la política exterior de EE.UU. se manifestó en la posguerra de la 2ª GM cuando sus ejércitos ocuparon Europa Occidental como potencia militar dominante, y sin embargo abrieron el camino al restablecimiento económico (Plan Marshall) y democrático de Europa Occidental, con elecciones libres en cada país. Algo parecido ocurrió también en el siglo XXI en Afganistán y en Irak, dónde ingresan, consiguen ciertos éxitos militares, y luego intentan retirarse, indiferentes a la destrucción y pérdidas de vidas que ocasionaron, y no instalarse como gobierno imperial.
Si la política de dominación no le es ajena, no se puede ignorar que es distinta de todo lo que se conoció antes, desde el Imperio Persa al colonialismo inglés y francés del siglo XIX. Esto le valió un consenso mundial muy favorable, en un frente de opinión que iba desde la imagen paternal y bonachona de un Franklin D. Roosevelt, pasando por el estilo de vida confortable y moderno del cual fueron el paradigma, hasta la libertad de prensa que fue su orgullo. Otros rasgos menos relucientes, como la violencia privada y la discriminación racial, quedaban en la sombra. Las public relations y el marketing de la potencia del norte eran excelentes.

La Guerra Fría

La WWII terminó con las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.
El período que siguió fue llamado el equilibrio del terror, a partir del momento en que la URSS construyó su propia bomba (1949). La Guerra Fría con la URSS mostró un cambio de actitud de EE.UU. respecto del mundo. Se declararon los salvadores de la humanidad y presentaron su oposición al comunismo soviético como una lucha final entre el Bien y el Mal.
Estaban en eso completamente de acuerdo con sus adversarios, sólo diferían en el punto de quién representaba al Bien y quién al Mal. Ese mundo bipolar dio a ambos la justificación ideal para todos los crímenes, atropellos de derechos, bajezas, mentiras y conspiraciones. Los servicios de unos y de otros rivalizaron en cinismo y violencia, la democracia se defendía con dictaduras en casi todo el mundo y el socialismo se apoyaba en la esclavitud de los trabajadores en el resto.
Nosotros éramos “terceristas” -- no en el sentido del “Tercer Mundo”, sino de la Tercera Posición -- no estábamos ni con unos ni con otros, y no teníamos empacho en denunciar los crímenes de ambos. Una actitud que se puede generalizar al mundo de hoy.
La carrera armamentista hizo prosperar a las industrias bélicas. (ver Gastos Militares y De Jouvenel, referencias a proveer). Una vez más, el Estado creció sin medida. Sus poderes aumentaron en proporción del desarrollo industrial y tecnológico, y este mismo fue impulsado por la pugna del armamento. La Guerra Fría potenció en cada bloque el poder estatal, un poder medido en empleados, soldados, gastos militares y fiscales, en capacidad de movilización, en vigilancia de la sociedad. La guerra había servido para eso, y la Guerra Fría fue utilizada de la misma manera.

El mundo unipolar y el Incendio del Reichstag

El totalitarismo comunista perdió la Guerra Fría, pero no por eso hay que creer que la ganó la libertad y la democracia. Al principio pareció, sin embargo.
El hundimiento de la URSS y del comunismo en Europa del este dejó de pronto sin tema a los servicios de inteligencia y a los estados mayores de los ejércitos. ¿Quién era el enemigo? Hubo unos años de desconcierto. Durante un tiempo pareció faltar la justificación para los golpes bajos, la supresión de libertades, la vigilancia y la intromisión del Estado en la vida privada de los individuos.
Luego vino el “descubrimiento” del terrorismo.
Creo que la Guerra Fría no fue producto de un cálculo deliberado, pero tengo la fuerte sospecha de que la nueva guerra fría, la que declaró George W. Bush en 2001 a ese enemigo invisible y ubicuo, el “terrorismo”, fue la ejecución de un plan del complejo militar-industrial estadounidense, que eligió como líderes al equipo Bush-Cheney-Rumsfeld.
Desde muy temprano en la nueva fase, luego de la caída del muro, un grupo de ultraconservadores prepararon su movida. Varios documentos de la comandita de Cheney, Wolfowitz, Rumsfeld, lo atestiguan. (Buscar en la página de la New York Review of Books la clave “Cheney” y “Rumsfeld”, hay bastante.) Ya durante la presidencia de Bush padre, que no quiso escucharlos, y de Clinton, que los mantuvo a raya, se mostraron activos y trataron de avanzar sus peones. Tienen una fuerte base en la industria bélica y petrolera.
Con George W. Bush llegaron al poder. Poco después, el 11 de setiembre del 2001, tuvieron su oportunidad. Bush llamó al atentado contra las Torres Gemelas "El Pearl Harbor del siglo XXI". Quizás sería más justo llamarlo "El Incendio del Reichstag" del mismo.
Recordemos que el incendio del Reichstag, la sede del parlamento de la República alemana de Weimar, fue incendiado en 1934 por manos desconocidas. Hitler desató una gran represión de la oposición, especialmente de los comunistas, a quienes acusó de ser los autores del hecho. Ganó las elecciones que siguieron gracias a la intensa represión de los partidos rivales, y ese fue el comienzo de su dictadura y del camino que condujo a la guerra y al Holocausto. Se supo, y el Mariscal Goëring se jactó de ello, que el incendio fue provocado por los nazis mismos.
En Pearl Harbor en 1941 la flota estadounidense fue atacada y destruida por un enemigo real: la marina y la aviación japonesa. Que FDR supiera por anticipado o no del ataque (parece que no lo sabía, según las últimas investigaciones), que lo haya utilizado o no para justificar su entrada en la guerra frente a un país aislacionista, el enemigo no lo inventó él, ni el ataque tampoco. En cambio, el incendio del Reichstag fue provocado adrede para servir de pantalla a un proyecto represivo preexistente. Hay indicios que hacen sospechar algo parecido, no lo mismo, del atentado contra las Torres Gemelas. Gore Vidal los enumera en su libro "Dreaming War". En síntesis, se argumenta que hay un Estado detrás del 11-S, y que es el servicio de inteligencia pakistaní, el ISI, aliado estrecho de la CIA y coautor de la resistencia afgana antisoviética. Los pakistaníes promovieron a los talibanes y Al-Qaeda. Creo que sería exagerado e inexacto afirmar que el atentado fue planeado por los servicios estadounidenses. No, no lo creo. Pero está probado que ignoraron sistemáticamente los indicios que lo anunciaban, dejaron circular libremente a los futuros autores, ya fichados, bloquearon los informes alarmantes que subían, eso sí. Todo parece sugerir una voluntad de dejar ocurrir. Al día siguiente de los atentados ya estaban prontas las leyes y las medidas para lanzar la ofensiva contra el "terrorismo", la guerra contra Iraq también estaba decidida.

Reinventar la Guerra Fría

El comando ultra conservador necesitaba una situación análoga a la Guerra Fría para aumentar los gastos militares, dar fundamento al recorte de libertades y obtener respaldo para la política agresiva. Esta era, por otra parte, su agenda política trazada desde el principio de los noventa.
Con el terrorismo reinventaron la guerra fría. Esta vez contra un adversario débil y evanescente que pueden designar y atacar a voluntad, un adversario que ellos (me refiero al ejecutivo federal estadounidense) pueden manipular.
Manipular en dos sentidos: que pueden producirlo, es decir, pueden generar actos terroristas que justifiquen la reacción de las fuerzas armadas estadounidenses; y dos, pueden elegir a piacere el adversario. Hoy deciden que el eje del mal pasa por Iraq y lo atacan. Si les conviene Iraq por el petróleo y por su posición estratégica en Medio Oriente, allá van. Tienen que remediar a su frágil posición en Arabia Saudita, reforzar su control de las reservas mundiales estratégicas de combustible fósil, jaquear la influencia iraní, establecer una presencia militar poderosa en la región: lo hacen, diciendo que combaten el terrorismo.
Esas son las ventajas de estar en guerra con un adversario que ellos se inventan. La justificación escatológica a la medida.

La mano negra

La consecuencia es que los servicios están sueltos por el mundo otra vez haciendo de las suyas. Suprimen adversarios molestos, promueven sucesos útiles que dan pie para avanzar los peones propios. Las leyes empiezan a ser modificadas a voluntad de los servicios (FBI, CIA, NSA, DIA, y otros de los países aliados y satélites) para invadir la esfera privada de los ciudadanos, espiarlos, controlarlos, eventualmente comprometerlos. Se pueden colocar archivos en las computadoras que después sirven de prueba, registrar todas las comunicaciones, en un mundo en donde casi toda la comunicación pasa por las ondas. El espionaje universal de los ciudadanos y sus organizaciones civiles pasa a ser legal y se potencia por todos los medios electrónicos disponibles, se unifican las bases de datos.
Después de la destrucción de vidas y bienes, los daños más durables de la ofensiva conservadora podría ser el relajamiento de las leyes que protegen la vida privada y el espacio íntimo de los ciudadanos, el crecimiento desmedido de los servicios de inteligencia volcados al control de las ideas, el deterioro de las normas internacionales que protegen los derechos humanos. El desparpajo con que éstos son violados en Iraq, Afganistán y Guantánamo, sin hablar de los propios EE.UU., es alarmante.

¿Hay que llamarle imperialismo?

¿Se puede hablar de imperialismo? El calificativo de “imperialista” para designar la política estadounidense tiene la utilidad de ser peyorativo, insultante, para un gobierno que pretende ser un adalid de la libertad de las naciones. Además denuncia una realidad que se quiere ocultar: la de una potencia que atropella a los débiles en beneficio propio. Usamos el término “imperialismo” porque existe un consenso adverso a los imperios, arraigado en los países surgidos de viejas colonias, de los cuales EE.UU. forma parte. Es como llamar “fascista” o “nazi” a los adversarios del progresismo, es un tema juzgado, ya sea que el adjetivo se ajuste o no a la realidad. Pero tiene el inconveniente de la incoherencia con el significado histórico de la palabra “imperio” e “imperialismo”, aquello de lo cual las potencias europeas estaban tan orgullosas, y que concebían como una misión evangelizadora o civilizadora. (“The white man’s burden”) El imperialismo de antaño tenía una personificación, el Rey de España, el Rey de Inglaterra, el Emperador Romano. El actual no la tiene, es tanto un gobierno como una empresa, una entidad multinacional, es una personificación, no una persona o entidad con voluntad única y coherente.
Quizás sería mejor encontrar una expresión para designarla mejor que “imperialismo”. No sé qué proponer. ¿Voluntad hegemónica? Humm.
Porque el hecho de que el voluntad hegemónica del gobierno estadounidense difiera tanto del antiguo colonialismo hace una diferencia, y es que no estamos gobernados por procónsules o emisarios imperiales, sino por nuestros propios gobiernos surgidos de elecciones democráticas. Podemos elegirlos, por más que estemos condicionados por la ley del dinero, por más que los medios de comunicación sean dados cargados, por más que los elegidos estén condicionados por décadas de gestión irresponsable y a merced de los bancos acreedores. Podemos hacer política y organizar nuestra sociedad civil, podemos crear nuestros medios, conquistar espacios de expresión y defender bienes culturales. Quiere decir que en esto, por más temible y poderosa que sea la voluntad hegemónica estadounidenses, nuestro peor enemigo somos nosotros mismos. También podríamos ser nuestro mejor amigo.

CITAS

(*) George Soros, durante una entrevista con el corresponsal del Spiegel (2014), Gregor Peter Schmitz, dijo:
[...]
Soros: It has totally transformed the geopolitical situation. I have some specific ideas on this subject, but it is very complicated. I can’t possibly explain it in full because there are too many countries involved and they are all interconnected.
Schmitz: Give it a try.
Soros: I should start with a general observation. There are a growing number of unresolved political crises in the world. That is a symptom of a breakdown in global governance. We have a very rudimentary system in place. Basically, there is only one international institution of hard power: the UN Security Council. If the five permanent members agree, they can impose their will on any part of the world. But there are many sovereign states with armies; and there are failed states that are unable to protect their monopoly over the use of lethal force or hard power.
The cold war was a stable system. The two superpowers were stalemated by the threat of mutually assured destruction, and they had to restrain their satellites. So wars were fought mainly at the edges. After the collapse of the Soviet Union, there was a brief moment when the United States emerged as the undisputed leader of the world. But it abused its power. Under the influence of the neocons, who argued that the United States should use its power to impose its will on the world, President George W. Bush declared “war on terror” and invaded Iraq under false pretenses.
That was a tragic misinterpretation of the proper role of hegemonic or imperial power. It is the power of attraction—soft power—that ensures the stability of empires. Hard power may be needed for conquest and self-protection, but the hegemon must look after the interests of those who depend on it in order to secure their allegiance instead of promoting only its own interests. The United States did that very well after World War II, when it established the United Nations and embarked on the Marshall Plan. But President Bush forgot that lesson and destroyed American supremacy in no time. The neocons’ dream of a “new American century” lasted less than ten years.
[...]

(**) Régis Debray, entrevistado (17/07/2014) en “Le Monde” por Nicolas Truong, “Les forces et faiblesses du monde de l’Ouest”.
[...]
“’Ouest a gagné la guerre froide par le jazz, les Beatles et les seins nus autant que par la force financière et militaire. Aujourd’hui, les dix premières agences de pub sont occidentales. Les prix Nobel et les brevets assurent à l’Occident une formidable suprématie. Les rapports de puissance ne sont pas réductibles à des rapports de forces matériels et quantifiables. Le fait que la Chine redevienne la première puissance économique mondiale en 2030, comme elle l’était en 1830, ne signifie pas qu’elle devient la première puissance hégémonique.
“Les Etats-Unis n’ont même pas besoin d’avoir des instituts culturels à l’étranger. Au Vietnam, les GI ont perdu, mais Coca-Cola a gagné la guerre. L’hégémonie, c’est quand une domination est rendue non seulement acceptable mais désirable par les dominés. M. Sarkozy était fier d’arborer le tee-shirt NYPD [de la police de New York], et M. Hollande est fier qu’Obama lui mette la main sur l’épaule.”
[...]