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miércoles, 24 de abril de 2013

You are being watched

Así empieza la popular serie Person of Interest: "You are being watched. The government has a secret system: a machine that spies on you every hour of every day...
El personaje más importante de la serie no es humano y ni siquiera visible. Es una computadora que sabe todo de todos, ve todo en todos lados, relaciona todo. ¿Una ficción?
Los protagonistas de la serie, Finch y Reese, lo son, sin duda. ¿Pero el resto, la cuestión de la máquina que ve todo, será ficción? Quizás no.
Es lo que sostiene Bruce Schneier en su artículo Our Internet Surveillance Society de abril 2013: nos dirigimos velozmente hacia un sociedad de vigilancia y de control permanente que ni Orwell imaginó.
Bruce Schneier (1963) es criptógrafo y autor de libros como Applied Cryptography (1994). Fue fundador de una importante empresa de seguridad informática, Counterpane, comprada en 2006 por British Telecom, es miembro del Advisory Board de Electronic Frontier Foundation, escribe en la revista Wired, tiene un blog de seguridad y publica una carta mensual sobre el tema: Crypto-gram.
Vale la pena leer el artículo en su totalidad. Transcribo aquí algunos fragmentos, en traducción libre del inglés:
Voy a comenzar con tres puntos de hecho.
Uno: algunos de los militares piratas informáticos chinos [...] fueron identificados porque accedieron a Facebook desde la misma infraestructura de red que utilizaron para llevar a cabo sus ataques.
Dos: Héctor Monsegur, uno de los líderes del movimiento de hackers LulzSec, fue identificado y arrestado el año pasado por el FBI. A pesar de que practica una buena seguridad informática y que utiliza un servicio de retransmisión anónima para proteger su identidad, cometió un desliz.
Y tres: Paula Broadwell, que tuvo un romance con el director de la CIA David Petraeus, tomó grandes precauciones para ocultar su identidad. Nunca se conectó a su servicio de correo electrónico anónimo desde su red doméstica. En cambio utilizó hoteles y redes públicas para enviar sus mails. El FBI comparó los datos de registro de varios hoteles y halló que su nombre era el único que aparecía en todos.
Creo que hay que subrayar esto: uno de los mejores hackers del mundo, los militares de uno de los ejércitos más poderosos dedicados a la piratería informática y el director de la agencia de inteligencia de la primera potencia mundial, fueron cazados porque dejaron, a su pesar, rastros de su paso por el ciberespacio. Sigue Schneier:

Internet es un estado de vigilancia.  Que lo reconozcamos o no, que nos guste o no, estamos siendo rastreados todo el tiempo. Google nos sigue, tanto en sus páginas, como en otras páginas a las que tiene acceso. Facebook hace lo mismo, e incluso sigue a los no usuarios de Facebook. Apple nos sigue en nuestros iPhones y iPads. Un reportero utilizó una herramienta llamada Collusion para hacer un seguimiento de los que lo estaban siguiendo, y resultó que 105 empresas siguieron su uso de Internet en un período de 36 horas.
Cada vez más, lo que hacemos en internet se combina con otros datos que existen sobre nosotros. Desemascarar la identidad de Broadwell implicó relacionar su actividad en internet con sus estadías en hoteles. Todo lo que hacemos hoy implica computadoras, y las computadoras producen naturalmente información como un subproducto. Todo está ahora siendo registrado y correlacionado, y varias compañías especializadas en masas de datos hacen dinero elaborando perfiles íntimos de nuestras vidas con informaciones provenientes de una variedad de fuentes.
Facebook, por ejemplo, relaciona tu conducta on-line con tus hábitos de compra offline. Y aún hay más. Hay datos de localización de tu teléfono celular, hay un registro de tus movimientos en la TV de circuito cerrado.
Es una vigilancia ubicua.  Todos nosotros estamos vigilados todo el tiempo, y esa información se almacena para siempre. Esto es a lo que se parece un estado de vigilancia, y su eficacia es mayor de lo que nunca soñó George Orwell.
Esto ya se parece bastante a la máquina que programó Finch en “Person of Interest”. ¿Y qué podemos hacer, si queremos hacer algo? Dice Schneier:

Claro, podemos tratar de evitarlo. Podemos limitar lo que buscamos en Google desde nuestros iPhones, podemos utilizar navegadores que nos permitan borrar las cookies. Podemos usar un alias en Facebook. Podemos llevar nuestros teléfonos móviles apagados y pagar con dinero en efectivo. Pero cada vez más, nada de eso importa.
Simplemente, son demasiadas las maneras en que podemos ser rastreados. La Internet, el correo electrónico, los teléfonos móviles, los navegadores web, las redes sociales, los motores de búsqueda: se han convertido en necesidades, y es insensato esperar que la gente se niegue a utilizarlos sólo porque no les gusta que los espíen, sobre todo desde el momento en que el tal espionaje se nos oculta deliberadamente, y que hay pocas alternativas propuestas por empresas que no nos espían.

Si nosotros, los navegantes del ciberespacio, no podemos hacer nada para borrar nuestras huellas, ¿lo puede alguien o algo? El mercado, por ejemplo, ¿propondrá una solución? Schneier nos destruye esa ilusión:
Esto no lo puede arreglar el libre mercado. Nosotros, los consumidores, no tenemos ninguna opción. Todas las grandes empresas que nos proveen de servicios de Internet están interesadas ​​en seguirnos. Visite un sitio web y es casi seguro que sabrán quién es usted, hay muchas maneras de ser seguidos sin cookies. Las empresas telefónicas deshacen rutinariamente la protección de la privacidad de la web. Un experimento realizado en la Universidad Carnegie Mellon tomó vídeos en tiempo real de los estudiantes en el campus y fue capaz de identificar un tercio de ellos, comparando sus rostros con fotos etiquetadas de acceso público de Facebook.

La conclusión de Schneier se, a mi ver, demasiado pesimista:
Mantener la privacidad en Internet es casi imposible. Si olvida una sola vez sus protecciones, o cliquea en el enlace equivocado, o escribe las cosas mal, y encuentra su nombre conectado permanentemente a cualquier servicio anónimo que está utilizando. Monsegur se equivocó una vez, y el FBI lo capturó. Si ni el director de la CIA puede mantener su privacidad en Internet, nosotros no tenemos ninguna esperanza.
En el mundo actual, los gobiernos y las empresas están trabajando juntos para que las cosas sigan así. Los gobiernos están dispuestos a utilizar los datos que las empresas recogen -- y en ocasiones exigen que recojan más y que las guarden más tiempo -- para espiarnos. Y las empresas están dispuestas a comprar los datos de los gobiernos. Juntos, los poderosos espían a los desprovistos de poder, y no van a ceder sus posiciones dominantes, mal que les pese a la gente.
Arreglarlo requiere fuerte voluntad política, pero ellos están tan cebados de información como las corporaciones. Multas y penitencias no obstante, nadie agita por mejores leyes de privacidad.
De modo que estamos hechos. Bienvenidos a un mundo donde Google sabe exactamente qué clase de pornografía todos ustedes prefieren, y más de tus intereses que tu propia esposa. Bienvenido a un mundo en el cual tu compañía de teléfono celular sabe exactamente dónde estás todo el tiempo. Bienvenido al fin de las conversaciones en privado, porque cada vez más tus conversaciones se llevan a cabo por el correo electrónico, los mensajes instantáneos o las redes sociales.
Y bienvenido a un mundo donde todo esto, y lo demás que haces o se hace en una computadora, es registrado, relacionado, estudiado y hecho circular de compañía en compañía sin tu conocimiento o consentimiento; donde el gobierno accede a él a su antojo y sin orden judicial.
Bienvenido a una internet sin privacidad, y llegamos a esto sin siquiera haberlo peleado.

Pero, hay que decirlo: Bruce Schneier es de los que la pelea. En su práctica y en su prédica, junto a otros elaboró, propuso y difundió soluciones, que sin embargo, como él dice, no son suficientes.
Yo pienso que la situación todavía no es “orwelliana”. No hay un gobierno central en posesión de todos los hilos, de todos los datos. No hay una sola empresa monopólica manejando nuestras computadoras y nuestras redes. No hay una impotencia total de los ciudadanos e internautas. Existen asociaciones, como EFF, CDT, EPIC, EDRI, etc, que luchan por los derechos de los ciudadanos-internautas, que hacen juicios, promueven leyes, publican instrumentos que sirven para resguardarnos. Existe el soft libre, el código abierto, el encriptado a disposición de todos, el TOR, para escapar al control. La situación no es todavía “orwelliana”, pero es grave. La lucha continúa.

martes, 2 de abril de 2013

Medios y fines - respuesta a Jorge Barreiro

Jorge Barreiro, en su blog Dudas Razonables, analiza la frase de Albert Camus “en políticia son los medios los que justifican el fin”.
Barreiro (y quizás Camus) da una solución fácil al problema de los medios y los fines, que me parece meramente retórica.
Parecería querer decir que basta hacer lo correcto en cada momento para que al fin se obtenga una sociedad justa, o por lo menos que basta no desviarse del bien para no llegar al mal.
Una guía tan fácil (de decir, porque de hacer es mucho más difícil) me parece inaplicable.


En primer lugar, porque obtura la discusión sobre los fines. Esos fines tan elevados que justifican cualquier iniquidad, en general son elevados solamente en los adjetivos que utilizan sus partidarios. El socialismo, el comunismo, el ultra liberalismo o libertarianismo, y muchos etcéteras, son como la “verdadera religión”: siempre pretenden llevarnos al paraíso.
En el nombre de todas las religiones (e incluyo en esta denominación a los variados nacionalismos) se han hecho barbaridades “necesarias” para su triunfo, es decir para la “salvación” según sus criterios.
Como los fines, en general, están protegidos de la discusión por un aura religiosa de santidad, son sagrados y por encima de los cuestionamientos, nos contentamos con poner en tela de juicio a los medios.


La política (incluyo en esto a la guerra) crea un estado de excepción moral. Es muy difícil aplicar la moral familiar de todos los días en la política (la guerra).
¿Está todo permitido, como algunos dicen? ¿Están exentos de condena los que torturan, violan, asesinan, secuestran? Se ha tratado de legislar y de poner límites a la barbarie de la guerra con tratados internacionales, declaraciones y acuerdos, con éxito muy limitado. Recordar el Plan Cóndor y Guantánamo, para hacer una lista corta.
Sin embargo, la guerra (casi) siempre persigue fines sagrados (para alguien).


El clásico en esa materia no es Albert Camus, que vivió el drama de la guerra de Argelia con el alma dividida, era francés y argelino, librepensador y de raíz cristiana, sino Machiavelli.
Isaiah Berlin publicó un ensayo sobre él donde señala justamente la novedad que introdujo.
Y se trata de la incompatibilidad de dos códigos de moral. Lo que destruyó Machiavelli, según Berlin, es la creencia en la compatibilidad de todos los valores genuinos. (Ver el ensayo de Isaiah Berlin).
Creo que la discusión sobre los fines no nos la podemos ahorrar de ninguna manera.

Hablemos de totalitarismo (II): los peligros actuales

Y hablando de totalitarismo y de siglo XXI, hay que poner los relojes en hora. Los tiempos son propicios a los discursos encomiásticos de la democracia y de la libertad que brinda el mercado y la circulación del dinero. Se describe un sistema que mantiene en equilibrio el poder del estado y el control que sobre él ejercen los ciudadanos, mediante la prensa y los medios de libre expresión, un contrapoder que neutraliza los excesos del primero y tiende a depurarlo de la corrupción y los abusos. Es un relato muy lindo, que me gusta creer, pero que está todavía muy lejos de la realidad que vivimos.
El problema es que estamos presenciando el desarrollo de un proceso que puede muy bien llegar a sofocar a ese sistema tan bello que nos describen, desviarlo y frustrarlo definitivamente, reduciéndolo a una cáscara ideológica vacía y un cínico discurso justificatorio: es el ascenso de la plutocracia.

Tenemos aquí, por un lado, la acusación lanzada por los blancos: “¡totalitarios!”, por el otro a la izquierda, levantando los brazos al cielo y clamando inocencia. Pero nadie habla de fenómeno totalitario, de la importancia de la libertad y de los peligros actuales. No es el viejo totalitarismo hitleriano o stalinista el peligro que se cierne sobre nuestras sociedades.

Son otros los procesos tenebrosos que amenazan nuestra libertad:  El control y monitoreo de  nuestras comunicaciones, la invasión de nuestra reflexión privada (que tiene lugar en gran parte sobre los medios electrónicos de comunicación), las restricciones a la libertad en nombre de la “lucha contra el narcotráfico”, la piratería y el terrorismo. Y las abismales desigualdades generadas por el desarrollo económico, que extreman la concentración de la riqueza en un polo reducido de adinerados, que crean las condiciones para el triunfo de la plutocracia.
Las democracias industrializadas, los países ex comunistas y la China convergen por distintos caminos hacia una plutocracia, es decir, el dominio del estado por un pequeño grupo de gente muy rica, que aspira a servirse del poder estatal para mantener y aumentar su riqueza. El camino hacia el reino de la plutocracia en EE.UU., Rusia y China no puede ser más diferente y específico, pero parecen converger a un modelo con rasgos comunes -- abismales desigualdades sociales, limitación de libertades, concetración de riqueza y de poder estatal, con poderes discrecionales para los servicios de seguridad. (El Presidente de EE.UU. puede mandar matar a quién decida, por ejemplo.) Decir desigualdad no es decir pobreza, atención, sino pobreza relativa.
Valdría la pena detenerse un momento a reflexionar en estas cosas, antes de lanzar fuegos griegos con figurines del siglo XX. Estamos frente al desarrollo de una aberración del siglo XXI que se edifica, en algunos casos, dentro de las reglas de la democracia y sirviéndose de ellas. No sirve oponerle el totalitarismo del siglo XX, ni para remplazarlo ni para criticarlo. Es un fenómeno en desarrollo, que cambia las reglas de juego en la sociedad para convertirla en el teatro del reino del dinero como patrón único y descarnado de las relaciones sociales. Es la muerte de todos los valores que nos permiten vivir, el pensamiento, la ciencia, el arte, el amor,
absorbidos y hegemonizados por la riqueza material, es decir, por lo que el dinero puede comprar.

Hablemos de totalitarismo y de Corea del Norte

El mal uso de la palabra

El Congreso de Unidad Nacional (UNA) de julio 2012, en su declaración final sostiene que se debe luchar para “alejar a los uruguayos del peligro creciente de ser presas de un régimen totalitario del Frente Amplio, que sólo concibe el ejercicio del Gobierno de un modo autoritario”. El subrayado es mío. La UNA es una corriente del Partido Nacional (PN). El senador Jorge Larrañaga salió con una declaración similar, afirmando que “el gobierno tiene una postura totalitaria” respecto a los cargos en los entes. Otra vez, subrayado mío.
Palabras enormes que vuelan por una cuestión de cargos en los entes, con fines electorales y de promoción partidaria. El tema que provocó estos dislates, en realidad no vale la pena. Son las habituales chicanas del PN que quiere posar de víctima, para justificar la oposición sin cuartel que lleva adelante. Lo mismo que hacía el Frente Amplio cuando estaba en ese lugar, dicen, y quizás sea cierto.
Estas declaraciones de UNA tienen una cosa mala y una buena. La buena es que plantean la discusión del tema del totalitarismo, pronunciando la palabra prohibida en la literatura de izquierda. La mala es que lo hacen de tal manera que condenan la discusión a un chisporroteo de petardo mojado. Calificar al gobierno de Mujica de “totaliario” es un despropósito, fruto de la desorientación de una oposición que no sabe cómo salir de sus lamentables resultados en los sondeos de intención de voto, y a quien no se le ocurre mejor cosa que ir aún más a la derecha, aún más a la guerra de palabras total, a lanzar la acusación mayor, la más terrible, aunque nadie la tome en serio.


El rol de las masas
Pero quedémonos con la cosa buena. Es la ocasión para hablar un poco de totalitarismo, noción delicada y sutil, pero de la mayor importancia, que muchos confundimos a veces con la de tiranía o la de dictadura. El término “totalitarismo” debe entrar en la cultura política uruguaya, pero la manera de hacerlo no es invitándolo a nuestros debates como adjetivo descalificante, insulto o arma arrojadiza.  Hay que incluirlo como sustantivo en nuestras reflexiones, ingresar en ellas las contribuciones de Hannah Arendt y otros pensadores, esenciales para digerir el siglo XX.
El manuscrito del libro de Hannah Arendt Los orígenes del totalitarismo , la obra clásica en el tema, fue concluido en 1949, después del fin de la Segunda Guerra Mundial, bajo el impacto de la Shoah y cuatro años antes de la muerte de Stalin. En él analiza el comunismo estalinista y el nazismo hitleriano, reconociendo sus numerosas diferencias y su esencial identidad. Dice Arendt: “En nuestro contexto, el punto decisivo es que el régimen totalitario difiere de las dictaduras y de las tiranías; distinguir entre estas y aquel no es para nada punto de erudición que podría tranquilamente abandonarse a los teóricos, pues la dominación total es la única forma de régimen con la cual la coexistencia no es posible.” Subrayado mío, otra vez.
Arendt insiste en que el control y la dominación total se establece con la colaboración decisiva de las masas, un hecho chocante y una triste realidad. Para ella, este peso aplastante de las masas es el compañero inseparable del terror en el régimen totalitario. Para los uruguayos, que creemos que la voluntad popular puede legitimar cualquier cosa; para nosotros, a quienes la frase “el pueblo lo quiere” es un encantamiento que silencia cualquier objeción; vale la pena insistir que uno de los rasgos salientes del totalitarismo, tal como lo describe Arendt, es el apoyo de las masas.

Hoy se habla de Corea del Norte
Pero una cosa es el régimen totalitario y otra el movimiento totalitario. El primero es probablemente imposible en Uruguay, pero el segundo puede existir, y de hecho existe. Grupos que tienen como estrella que los guía a Fidel Castro, Mao o Stalin, cuando no a Kim Il Sung, de ideología totalitaria, existen en nuestro país. Los encuadra una ideología blindada contra cualquier realidad o experiencia histórica, una lectura de la sociedad que refleja su propio mundo imaginario, poblado de villanos explotadores y de héroes revolucionarios del proletariado. Están anclados en relatos que tuvieron curso en el siglo XX, y que leímos ávidamente en nuestra juventud. Algunos de esos relatos son grandes épicas, y se puede vivir en ellos y por ellos. Visto así, parece inocuo, pero ellos se lo creen. La épica revolucionaria socialista o comunista aún incide en la realidad política presente.
El mejor (peor) ejemplo que puedo dar es la declaración de Asamblea Popular del 1 de abril de 2013 titulada “Corea del Norte, un ejemplo para toda la humanidad” (sic).
Eso no es extraño ni excepcional. Nuestros partidos son, en alguna medida, agrupamientos de relatos. Quien el de Saravia, quien el de Lenin o el Che, quien el de Batlle y del Uruguay potencial Suiza de América. En cambio, anclados en la racionalidad de reformas concretas y medibles hay pocos, y se los tilda de fríos y tecnócratas, que también en parte lo son.
La “izquierda del puñal totalitario abajo del poncho”, existe. Que se le dé una oportunidad de poner la mano sobre el timón, y veremos los destrozos.
Sería injusto dejar la sensación de que las organizaciones que trabajan por mejorarnos, con los pies sobre la tierra y la cabeza en un ideal de justicia social sin utopía ni apocalipsis, no pesan. Es al contrario, de ellas dependemos para que en este país pase algo positivo. Pero es que hablábamos de totalitarismo.