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miércoles, 29 de mayo de 2013

La libertad de las mujeres, un principio esencial

La situación es cómica: aún no hay candidatos, y ya nos preguntamos si votaremos a este o aquel.
Si nos atenemos a las candidaturas oficiales, quedamos con la mente en blanco y el voto ídem.
Ni los colorados ni los blancos ni los frenteamplistas tienen un nombre para presentar a la ciudadanía.
Pero, “entre nosotros”, es dado por seguro que los colorados llevarán a Bordaberry, los blancos a Larrañaga y los frenteamplistas a Tabaré Vázquez.
Es inminente la confirmación de la candidatura de Tabaré. Algunos apreciables líderes trabajan para ello, como Marita Muñoz y Álvaro García. Y como no quiero que digan que no se los advertí, antes de que lo proclamen quiero decirlo: yo no votaré a Tabaré.
Me preguntarán ¿qué importancia tiene que lo votes o no lo votes? Ya se sabe que la mitad del país no lo votará, que para ganar le alcanza con la mitad más uno, que tuvo apenas más que eso cuando ganó la vez anterior. Sí, es cierto, pero yo siempre voté a la izquierda, desde el año 1958, cuando voté por primera vez, que lo hice por el PS de Cardozo, Dubra y Vivián Trías. Después, siempre que pude votar, lo hice por la izquierda. De modo que mi no-voto significa algo.
Me pregunto qué habrá votado Tabaré en 1958. Pero como el voto es secreto, nunca lo sabremos a ciencia cierta.
Lo que sé, porque es público, es que se casó por la Iglesia a los 22 años. ¿Era de izquierda?
Hoy hace campaña contra la ley de despenalización del aborto. ¿Es de izquierda?
No es que no haya hecho nada ni que no me gusten algunas de las cosas que hizo, como la reforma de la salud, el IRPF, el Plan Ceibal o la prohibición del tabaco, que me parecen buenos logros.
La libertad de las mujeres en lo sexual y en lo reproductivo es para mí una cuestión de principios, y de las más importantes. Es una cuestión de civilización, de Derechos Humanos, como la libertad de pensamiento, el libre examen de los textos bíblicos, el respeto de la ciencia. Las mujeres no pertenecen ni a la sociedad ni a sus maridos ni a la nación, se pertenecen a sí mismas. Mi diferencia con Tabaré en eso no es una cuestión de detalle, es abismal. Es la principal razón por la cual no lo votaré, si se presenta.
También creo que necesitamos renovar nuestros líderes, sincerar nuestras ideas y respetar nuestras palabras. Ganar es importante, pero ganar sin máscaras.
Yo quisiera tener un candidato de centro-izquierda para votar, pero si no lo tengo, votaré en blanco.

Hamlet con mayúscula

En “El Día”, Don José Batlle y Ordóñez causó escándalo escribiendo “dios”, así, con minúscula, para exhibir su ateísmo y provocar a los clericales.
Es una actitud tentadora para todos los ateos, agnósticos o anticlericales, que nos preguntamos: ¿debemos escribir “dios” con minúscula? ¿Sería lo correcto?
Pues ahora, luego de mis lecturas de arqueología bíblica llegué a la conclusión de que no.
Queda muy claro que el Dios de los católicos, judíos, evangélicos y etcéteras es un personaje de ficción. De una ficción apasionante, de una historia que muchos toman al pie de la letra, de acuerdo. De ficción profunda y trascendente, pase. Pero ficción al fin.
No se me ocurriría escribir ni Hamlet ni Don Quijote ni Mandrake con minúscula.
Adiós gracias.

Amodio y su traición

El relato tupamaro

Por alguna razón que escapa a mi entendimiento, los uruguayos somos insaciables de épica tupamara, por modesta y gris que sea, que lo es. Cualquier libro que trate de ellos tiene la inmediata atención del público.
Esta épica tiene una peculiaridad: se pretende verdadera, proclama su carácter de “historia”, afirma que trata de sucesos reales, de hechos acontecidos. También en el cine tiene gran favor el género documental, con la misma pretensión: ser verdadero, no ser “ficción”.
La literatura apologética ha inundado así nuestras librerías. Lo que Hebert Gatto llama la “literatura de las virtudes” anda viento en popa.

La sed de relato tupamaro encontró una nueva fuente la semana pasada con la “aparición” de Héctor Amodio Pérez, el traidor. Y otra vez, toda la parafernalia de la jerga, los “nombres de guerra”, los “berretines”, los locales, las columnas, los CE, y la calesita de las direcciones, de que quién tomó cuál decisión, y quién no.
Concretamente, los verdaderos crímenes del MLN (el asesinato de Pascasio Báez, el de los cuatro soldados y los del 14 de abril), buscan responsables, ya que no autores. Quién decidió, quién aprobó, quién asintió. Amodio dice que él no. Y que Sendic sí.
Sería un tema de menor importancia si no se tratara de una de las religiones más importantes con curso en la izquierda uruguaya. Porque no es otra cosa que religión el contexto de ese relato, de esa épica, porque es creída, es tomada por verdadera, y porque distribuye los puntos del bien y del mal, pone en escena roles de buenos y generosos contra malos y asesinos.
Se tilda a  Amodio de Judas, pero parece útil recordar que en esta historia no hay un príncipe de la esperanza, un Jesús, un salvador o un mesías para traicionar, un personaje que haga del desleal Amodio un “Judas”. Porque para que haya Judas tiene que haber Jesús, y no es el caso. El MLN era un grupo, no era ni una nación ni un colectivo de fe, no tenía espesor histórico ni real ni imaginario, y se disolvió al primer embate, como no la habría hecho jamás una religión profética. Por ejemplo, los Falun Gong en China resisten mejor.
¿Traidor? Sí, porque siendo uno de  los jefes colaboró con el enemigo de la organización a la que pertenecía, cambió de bando, y se benefició con ello. El ladrón lo es porque roba, no importa qué. Este es un traidor a un grupo que se vanagloriaba de ser de pocas palabras (“las acciones nos unen, las palabras nos separan”), de pocas ideas, porque ellas incitan al “garganteo”, muy mediático, triunfalista, y que hacía del poder su único dios.

Y la historia de Amodio es justamente la de la lucha por el poder en una organización guerrillera que se creía triunfante y que se descompuso en el momento de la derrota; se trata de los que ganaron y de los que perdieron.
Para usar parangones históricos habría que hablar, salvando las distancias, no del Judas del MLN, sino del Trotski tupamaro, el derrotado en la lucha por el poder. El hecho de que unos hayan ido a prisión y otro al exilio, a la clandestinidad y al anonimato, se disuelve en la perspectiva de los años. Hoy están, los primeros en la presidencia de la república, en el ministerio de defensa o en la notoriedad pública, mientras que el otro sale penosamente del ostracismo y de la ignominia. Está muy claro quién ganó y quién perdió.

La teoría de los dos demonios

La disputa histórica sobre quién o qué causó el advenimiento de la dictadura cívico-militar que castigó al país del 1973 a 1985 pone frente a frente varias teorías: unos acusan a las FF.AA., otros a la izquierda revolucionaria, principalmente el MLN, y otros aún afirman que son dos los males que aquejaron al país, los militares y los tupamaros, los dos igualmente graves; esta última es la “teoría de los dos demonios”. La historia desmiente a unos y a otros. Los hechos son que el MLN y todos los movimientos guerrilleros estaban derrotados antes del golpe de estado, pero que la conflictividad sindical sí era altísima y estaba causada por la crisis socioeconómica general que vivía el Uruguay desde hacía muchos años, crisis que los partidos gobernantes habían sido incapaces de resolver o amortiguar. La teoría de los dos demonios tiene el gran defecto de pasar por alto la responsabilidad del sistema político, que fue clientelista, excluyente y cerrado durante el siglo XX, además del error de olvidar la asimetría fundamental entre quienes actuaban en nombre del Estado y quienes no.
El relato de Amodio devuelve el protagonismo al grupo guerrillero, como si este hubiera sido determinante de algo en el destino del país, como si ese destino estuviera en juego en las opciones divergentes de la dirección del MLN de entonces. Es una teoría de los dos demonios, de otra manera. Amodio está convencido, aún hoy, de la importancia y de la trascendencia de lo que hizo o quiso hacer. Cree que algo hubiera cambiado si él hubiera tenido las riendas de la organización, como si un Trotski en el poder en lugar de Stalin hubiera podido cambiar el curso de la historia y hacer del socialismo en la URSS algo viable y humano.

¿Qué cambió?

La distancia de los años debería haberles dado una idea del calado que se gastan las tendencias que modelan realmente la historia de un país. ¿Los movimientos guerrilleros de los años 60 y 70 cambiaron algo en el Uruguay? La respuesta está más arriba: sí, cambiaron la narrativa, el modo en que nos vemos a nosotros mismos, las historias que nos contamos. También, en relación con eso, la experiencia de la dictadura, de la prisión y del exilio cambió nuestro modo de mirarnos a nosotros mismos.
Aún así, se me escapa la razón de la pasión por el protagonismo tupamaro. Es un género ficcional que no me engancha, que me parece repetitivo, chato; la gloria en juego me parece vacía, el objetivo de todo, ausente. Creo que la narrativa tiene que ser otra, que nuestra aventura debe ser contada de otro modo. Es lo que me he esforzado en hacer en las novelas Fratelli y La Tinta Invisible.

Europa: guerra o unión

Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se produjo una mutación histórica, un cambio epocal en la configuración geopolítica del mundo.
Fue una guerra que comenzó en territorio europeo entre estados europeos. Alemania invadió Polonia en setiembre de 1939, y Francia y el Reino Unido se alinearon con Polonia. La guerra se transformó, en tres o cuatro años, en guerra mundial entre grandes potencias extra europeas. Alemania atacó a la URSS el 22 de junio de 1941. Japón atacó a EE.UU. el 7 de diciembre del mismo año.
Pero Europa fue el principal teatro de operaciones de esa guerra, en lo que concierne la guerra terrestre. Y a su término, se halla a dos grandes potencias, EE.UU. y la U.R.S.S. ocupando y repartiéndose el continente Europeo. Una de ellas es americana, la otra es europea, pero solo en parte y teóricamente. Invaden, bombardean, ocupan y controlan los países claves del continente. Salvo España, Portugal, el Reino Unido, Suiza y Suecia, todos los demás países europeos sufrieron la ocupación y la dominación de estas grandes potencias no europeas.

La Unión Europea se concibió en los campos de prisioneros y en las batallas de la Segunda Guerra Mundial. Los padres que impulsaron la Confederación del Carbón y del Acero, que después fue el Mercado Común y luego la Unión Europea, comprendieron que una Europa dividida y en conflictos intestinos era fácil presa de las potencias exteriores. A pesar de estar destruida y en ruinas al salir de la Guerra, era la presa más codiciada del mundo, y lo seguiría siendo, y lo es aún hoy con más razón, por su acumulación de riqueza y de conocimiento.
Y su desunión la pone en peligro, como ayer, más que ayer, pues hoy las potencias exteriores han crecido, son potencias industriales, nucleares, con recursos enormes. No existe solamente EE.UU. y Rusia, existen también la India, China, que son potencias mayores y nucleares, y también potencias menores: Japón, Brasil, Pakistán, etc., algunas de ellas con el arma nuclear.
Una Europa dividida es débil, se puede jugar a un país contra otro, Europa unida es fuerte, puede jugar en la escena mundial de igual a igual con las demás potencias.

Eso es lo que está en juego en la crisis del euro. La dinámica de la Unión, contrariada por el fracaso en el 2006 del proyecto de constitución europea, que hubiera puesto las bases de una unión política con cesión parcial de soberanía, y permitido la unión bancaria y fiscal, vive ahora una prueba mayor. Su existencia misma está en juego.
Muchas fuerzas juegan en contra del euro, que es jugar contra la UE. Los soberanistas y los especuladores, desde extremos opuestos, lo hacen.  
Si Europa retrocede en la Unión, en dos generaciones o aún antes, tendremos una guerra en Europa y por Europa, una guerra de rapiña, por apropiarse de su riqueza o para eliminar a un rival. ¡Que esto no ocurra, que la Unión Europea se consolide y crezca! La paz del mundo está en juego.