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viernes, 11 de noviembre de 2016

La democracia en peligro. Pensando con Leszek Kolakowski

Pone en peligro a la democracia el uso fraudulento de la idea, más que sus tradicionales enemigos, los militares y la derecha autoritaria. El uso fraudulento de la idea (Maduro, Ortega, ...) y el repliegue identitario (Trump, Le Pen, etc.) son hoy las amenazas mayores. Con el triunfo de Trump volvemos a leer a Leszek Kolakowski para buscar algo de claridad.

Luego de algunos años de consenso y satisfacción continental por la recuperación de las instituciones y el estado de derecho al sur del Río Grande, vemos reaparecer las dictaduras y los regímenes autoritarios. Dictadura y régimen autoritario, Cuba lo tiene desde hace más de 50 años, pero en el resto de los países parecía imponerse el respeto de los presupuestos fundamentales de la convivencia democrática. La palabra y la idea de “democracia” se ha vuelto sagrada. Un ícono que todos adoran por igual, tirios y troyanos, que está en los tratados y es ensalzada en los foros internacionales. Esta es una realidad que hoy utilizan sus enemigos, endosando el manto de la legitimidad democrática para sus fines autoritarios y opresores.

En realidad, el restablecimiento democrático de los ochenta fue sobre todo el de las elecciones y del sistema de partidos, parlamentos y presidentes, y con mucho retraso y lentitud, el de la justicia. También tiene retraso la concepción predominante de la democracia, que acentúa la importancia de las elecciones y mengua el de las otras condiciones que le dan existencia. Esta concepción deformada favorece el fraude populista.
Leyendo a Leszek Kolakowski [1]:
“El principio del gobierno de la mayoría es insuficiente si vamos a distinguir entre democracia o oclocracia (el gobierno del populacho). El principio del gobierno de la mayoría no constituye una democracia en sí mismo; sabemos de los regímenes tiránicos que contaron con el apoyo de la mayoría, como la Alemania nazi y la teocracia iraní. No podemos llamar democrático a un régimen en el que el 51 por ciento de la población puede linchar impunemente al restante 49 por ciento.”
Kolakowski analiza tres componentes necesarios a la democracia, el gobierno de la mayoría, la independencia del sistema legal del poder ejecutivo, y la garantía de la igualdad de los ciudadanos ante la ley y de los derechos personales elementales. La lista de los derechos está en discusión, pero no se concibe que no incluya las libertades de movimiento, de expresión, de asociación y de adquirir propiedades.
Kolakowski escribió esto en 1990, un momento de auge democrático, pero no dejó de ver los peligros. Profetizó:
“Una segunda fuente de energía antidemocrática [después de la primera, el sovietismo, en su momento] sería el avance del nacionalismo nocivo alrededor del mundo. Los sentimientos patrióticos en sí mismos no son incompatibles con una perspectiva democrática, mientras signifiquen una solidaridad favorable a la propia nación, la fidelidad a la herencia cultural nacional y a la lengua, y el deseo de tener una nación mejor y más civilizada. (El patriotismo quiere quiere limpiar a la nación; el nacionalismo, blanquearla, decía Chesterton.) El nacionalismo es nocivo y hostil a la civilización cuando se mantiene a través de la creencia en la superioridad natural de la propia tribu y el odio a los demás; si busca pretextos, por tontos que sean, para extenderse en territorios ajenos y, sobre todo, si implica un creencia idólatra en la absoluta supremacía de los valores nacionales cuando chocan con los derechos de las personas que constituyen esa nación. No hay necesidad de demostrar que esta clase de nacionalismo rapaz y potencialmente totalitario está aumentando en varias partes del globo.”

Con Trump presidente de los EE.UU., con el repliegue del Reino Unido  después del Brexit, con la sombra de la derecha populista proyectada sobre Italia (Cinque Stelle) y Francia (Front National), gobernando en Hungría (Viktor Orban) y en Polonia (ver el gobierno ultraconservador desmantela el estado de derecho), y creciente en otros países, está empezando a crecer en los espíritus universalistas, patriotas y libertarios un sentimiento de asedio. Vladimir Putin exulta, que es el ejemplo más claro del fraude del que hablamos, un gobierno surgido de elecciones, un país donde se robaron todo, ingentes cantidades de millones de euros y de empresas, donde los servicios de inteligencia actúan impunemente, matando opositores y periodistas, sin control.
Algunos de los temas que le dieron el triunfo a Trump y que son cabalgados por Marine Le Pen y Beppe Grillo no le son extraños a la llamada izquierda progresista, a saber: el ataque a la libertad de comercio y a la globalización. La Unión Europea es el gran enemigo.
La extrema izquierda y la extrema derecha están unidas en ese ataque. La izquierda uruguaya es afín a ese espíritu, hace del libre comercio su bête noire y, por lo menos en parte, tolera o apoya a Maduro y a Ortega, esgrimiendo esa concepción que centra la validez de la democracia en la celebración de elecciones.
Se me dirá que una cosa es la democracia y otra la libertad de comercio.
No tanto. El repliegue identitario, económico y social de los países sobre sí mismos lleva a la guerra, primero comercial, luego a la guerra a secas.
La Unión Europea fue inspirada por la Segunda Guerra Mundial, fue creada en respuesta a ella por una generación que la concibió en los campos de concentración y en el destierro sufrido bajo el nazismo y el fascismo. Hoy se olvida. Si Europa se divide no es difícil profetizar que será el teatro del enfrentamiento de potencias extra europeas, como sucedió en la SGM, que empezó como guerra europea y terminó enfrentando a EE.UU. y la URSS sobre una frontera que cortaba a Europa de norte a sur, desde el Mar del Norte hasta el Mediterráneo. Son poca cosa los países europeos, incluso los más grandes, aislados frente a potencias como China, EE.UU. o Rusia, poca cosa, pero muy codiciables.
Lo mismo puede decirse, con más razón, de nuestro pequeño Uruguay.
Si queremos la democracia, la prosperidad y la paz, tenemos que propiciar los bloques, los acuerdos y las aperturas comerciales, y gestionarlas correctamente, es decir, con humanidad.
Y, sobre todo, entender que defender la democracia es algo más que celebrar periódicamente elecciones; las otras cosas, como por ejemplo el respeto de las minorías, la libertad de pensamiento y de expresión son, por lo menos, igual de importantes.


[1] “Incertidumbres de una era democrática” por Leszek Kolakowski, en Vuelta Nº164 julio 1990.