Buscar este blog

lunes, 30 de enero de 2012

Una afirmación llena de sobrentendidos

Varios compañeros de Aquella Época con respetable trayectoria militante, entre los cuales algún verdadero amigo, salieron a la cancha de las ideas con una página web: “El socialismo es posible”.
El título parece la chata afirmación de fe de un creyente ingenuo. Lo mismo sucede con algunas de las ideas planteadas allí - no pretendo haber leído todo, ni mucho menos. Descartando la ingenuidad, se me ocurre la siguiente lectura:
En clave de alusión histórica al socialismo soviético, chino, cubano, coreano, etc., socialismos que no solo fueron posibles, sino que existieron, y en algunos casos existen, como tristes realidades, la frase del título implica que estos no son o no fueron socialismo; [pues descartamos el significado redundante, pleonástico y obvio “existe el socialismo coreano”, por ejemplo].
De allí que se debe entender que en la frase “el socialismo es posible” se cobija un acerba crítica al socialismo existente y pretérito, negándolo como tal.
La tal frase nos demuestra, en particular, un disenso profundo con el régimen cubano, que se proclama socialista; un disenso tácito, por cierto, pero no menos radical. [No se me escapa que varios de los participantes en ese foro apoyan explícitamente al régimen cubano, que guardan silencio cuando un preso político cubano muere en una huelga de hambre, lo que hago es un análisis del emblema "el socialismo es posible".]
Este es el primer sobrentendido.
El segundo sobrentendido es que el verdadero “socialismo” es otra cosa. Algo que está por inventarse o construirse, algo diferente, parecido o no a lo que ya se hizo con ese nombre. Pero no sabemos qué es.
El tercero es: vamos a entendernos en qué queremos que sea el “socialismo”, para eso estamos aquí y ese es el sentido de este foro.
Pero, a pesar de todas esas vaguedades, se afirma con fe: “es posible”.
Por mi parte estoy en completo desacuerdo.
Dejar la crítica del socialismo existente, presente y pretérito, a los sobrentendidos no es posible.
Estoy en desacuerdo con lo sistemático del objetivo “socialismo”, un concepto global de la sociedad, que incluye la producción, la distribución y las relaciones sociales, una cosa que en otra época llamaríamos “utopismo”.
Estoy en desacuerdo con la designación del “capitalismo” como el origen y la raíz de todos los males que sufrimos, así como con reducir todos ellos a causas económicas.
Estoy en desacuerdo con las proyecciones globales y sistémicas de tipo determinista, muy típicas de las doctrinas del siglo XIX y temprano siglo XX, estilo marxismo-leninismo, y estoy en desacuerdo con identificarlas con la izquierda política y social.
La izquierda es, a mi modo de ver, conciencia de la injusticia imperante en las relaciones sociales, disconformidad con la marcha del mundo y voluntad de cambio.
Lo urgente no es construir utopías tipo “el socialismo es posible”, que sirven al espíritu religioso anidado en nosotros en forma consciente o inconsciente, sino reflexionar:
1 - ¿Qué es una sociedad justa?
2 - Cuál sería una política de Estado, (a) equilibrada en el mundo multipolar actual y (b) que respete, al mismo tiempo, nuestros intereses y nuestros valores.

jueves, 26 de enero de 2012

El diccionario de la Real Academia, la Iglesia y nosotros

Ricardo Soca observa que el diccionario de la Real Academia falla en su deber de imparcialidad.
El DRAE presenta el significado de ciertas palabras desde la óptica estrecha del dogma católico, sin pararse a pensar que la lengua castellana es patrimonio de gente de todas las religiones.

Adiós al sesentismo *

Algunos de los que fuimos jóvenes en Aquella Época, que seguimos vivos y que profesábamos lo que hoy llamamos “sesentismo”, es decir, la creencia de que el mundo se podía cambiar para mejor con una revolución armada como la cubana, hemos cambiado. Es un cambio que les propongo a aquellos que creen que no cambiaron, que piensan que solamente envejecieron.

Para empezar a cambiar, desembarazarnos de la idea de que la “razón de Estado”, el “bien supremo de la Nación” o la “Revolución” puede justificar todo, porque eso nos conduce derecho a aceptar los campos de concentración y los goulags, nazis o soviéticos, o de Isla de Pinos. Rechazar todo eso sin miramientos.

Para seguir, ampliar la biblioteca, visitar a otros pensadores que nos proponen ideas ni tan simples ni tan abarcadoras y sistemáticas como las que nos inspiraron en aquellos tiempos. Pensamientos diversos, que atienden realidades, y que tienen la virtud de estar abiertos al debate y a la reflexión, de estar dispuestos a la confrontación con los textos y la experiencia.

Sugiero, primero de todos, a Baruch Spinoza en su “Tratado teológico-político”, quien concibe el “reino de Dios” como el imperio de la ley, igual para todos, y de la caridad, junto a la libertad para cada uno de pensar lo que quiera y de decir lo que piensa.

Luego a Karl Popper, quien refuta el determinismo histórico (en particular el marxiano) y nos habla de sociedades de futuro abierto y de libertad; el mismo Popper, que rechaza las soluciones globales y propone una ingeniería social de problemas puntuales.

Hannah Arendt, quien explica la profunda identidad de los totalitarismos nazi y soviético, su andamiento y la naturaleza de los partidos que los construyen; John Rawls, quien se pregunta por las características requeridas por una sociedad para ser considerada justa, más allá del reparto igualitario estricto.

La vida, ¿no es una oportunidad para cambiar? Para los que tenemos la suerte de no estar bajo tierra, el cambio ¿es una tentación que hay que resistir o una necesidad para adaptar nuestras ideas a la experiencia histórica?

¿Se pueden seguir pronunciando palabras como “liberación nacional”, “imperialismo”, “tercer mundo”, “violencia liberadora”, e via dicendo, sin que nos importe su vacío de significado actual?

¿Es tan grave llamar a las cosas por su nombre? ¿Denunciar la prepotencia de un gran país, sin ponerle el mote de “imperialista”? ¿Llamar a los retrógrados en materia social con ese nombre, en vez de “fascistas”? ¿Imprecar a los piratas ladrones que navegan en la anarquía financiera llamándolos piratas y ladrones, en vez de “capitalistas salvajes”?

¿Qué queda de la izquierda si le sacamos el sesgo ideológico “anticapitalista” y “socialista”?

Pues, ¡lo principal!

Ninguna de nuestras ideas de los años sesenta tiene vigencia, salvo una: existe la injusticia, existe la opresión, hay que ponerles coto, hay que cambiar. Esa es la fidelidad que observo con mis ideas de aquellos años, con mi juventud sesentista. Si nos equivocamos en las soluciones - la revolución armada estilo cubano - en cambio, no le erramos en la identificación de los problemas.

*(Reflexiones en ocasión de un acto en memoria de los “fusilados de Soca”: Graciela Estefanel, Floreal García, Mirtha Hernández, Héctor Brum y María de los Ángeles Corbo, un 17 de diciembre de 2011. Ver el artículo de Roger Rodríguez en La República.)

martes, 24 de enero de 2012

Preso político muerto en huelga de hambre en Cuba

Es Wilmar Villar Mendoza, de 31 años, fallecido en custodia policial luego de una huelga de hambre de 50 días. El gobierno niega, alegando que se trata de un delincuente común, muerto por causas naturales. Su viuda desmiente al gobierno cubano, y los gobiernos de España y de EE.UU. condenan. El tema de si es o no un delincuente, de si es o no un disidente, están tratados del modo habitual en que el gobierno cubano enfrenta estos asuntos, con manipulaciones y falta de transparencia.
Escuchemos a Yoani Sánchez, en su blog Generación Y, bajo el título Delincuentes comunes, que dice:

Si nos dejamos guiar por la propaganda gubernamental, en esta Isla no hay una sola persona decente, preocupada por el destino nacional y sin crímenes cometidos que además se oponga al sistema. Todo aquel que emite una crítica es inmediatamente tachado como terrorista o vendepatria, malhechor o amoral. Acusaciones difíciles de “desmentir” en un país donde cada día la mayoría de los ciudadanos tiene que cometer varias ilegalidades para sobrevivir. Somos 11 millones de delincuentes comunes, cuyas tropelías van desde comprar leche en el mercado negro hasta tener una antena parabólica. Prófugos de un código penal que nos asfixia, fugitivos del “todo está prohibido”, evadidos de una prisión que comienza con la propia Constitución de la República. Somos una población cuasi penitenciaria a la espera de que la lupa del poder se pose sobre nosotros, hurgue en nuestras vidas y descubra la última infracción cometida.

Buen retrato de una sociedad totalitaria en descomposición.