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viernes, 5 de diciembre de 2014

Carta a un amigo marxista

Entre chistes y boutades se ha instalado entre nosotros una duradera dificultad de llegar al fondo de las cosas y de neutralizar los equívocos que surgen cuando tratamos estos temas.
Por carta será más fácil decir lo que pienso.
Siempre tropezamos con la misma piedra, a saber, si el “socialismo real”, es decir, el régimen imperante en Cuba y en Corea del Norte, el que conoció Rusia y Europa del Este, es o no el verdadero socialismo. Los socialistas como tú dicen que no, que el verdadero es otra cosa, y que ese sí es una cosa buena. Dicen que el verdadero socialismo “es posible”. Incluso hay un sitio con ese nombre, “El socialismo es posible”, donde se expresan partidarios uruguayos de esa idea.

Discutir con Lenin

¿Por qué era tan difícil discutir con los militantes del Partido Comunista en los años 60? Recordemos: cuando alguno de ellos aceptaba confrontar nuestras opiniones en el mano a mano, y a no descartar nuestras afirmaciones como calumnias trotskistas de la burguesía imperialista, todas las críticas a la URSS chocaban con la historia de la Guerra Civil y de la intervención extranjera, y con el relato de los progresos de la planificación y de la “acumulación primitiva socialista”. Era la época de la “competencia pacífica” y de las hazañas científicas (el Sputnik, Gagarin) y económicas del imperio soviético.
Estudiábamos los escritos de Lenin, y encontrábamos en ellos una lógica y una pertinencia sin fallas. Lenin demostraba, paso a paso, que si se quería construir el socialismo el camino era el del Partido Bolchevique. Que cada movida en el tablero había sido necesaria y obligada, cuando no genial.
Partiendo de la base de que se quiere construir el socialismo, y de que se intenta destruir hasta la posibilidad de capitalismo --que se supone es el mayor flagelo de la humanidad, a ninguno comparable-- la lógica de Lenin es imparable. De nada valieron las advertencias de Martov, quien veía en la revolución de Lenin un intento prematuro y un desconocimiento de las enseñanzas de Marx, ni las admoniciones de Rosa Luxemburgo, que intuía un futuro autoritario de dictadura sobre el proletariado. Lenin demostraba y convencía que su camino era el justo, y que quienes querían el socialismo, pues que lo siguieran, y que los demás eran cómplices de la burguesía, de una manera o de otra, deliberada u “objetivamente”. La Cheka fue una invención de Lenin, quien puso al frente de ella al “santo” Feliks Dzerzhinski. Stalin fue un simple continuador de Lenin, hizo lo que había que hacer para aniquilar cualquier resistencia de la sociedad al proyecto socialista. Fue terrible, pero si querés el socialismo, no tiene que asustarte la obra de Fidel, de Kim Il Sung, de Pol Pot o de Mao Tse Tung.
Yo nunca acepté ese camino, siempre fui anti-soviético, porque seguía siendo un pequeño burgués (o burgués derecho viejo) con ilusiones anarquistas, un izquierdista infantil, como siempre me dijeron los camaradas, yo era --según ellos-- uno que no entendía las opciones de hierro que se les planteaban a los proletarios constructores del socialismo. En cambio, me ilusioné con la Revolución Cultural de Mao, que confundí con un alzamiento anti burocrático, pero esa es una vergüenza que cuento en otro lado. Hoy pienso que aquellos bolches tenían una buena parte de razón, respecto de mi actitud y de mi pensamiento.
Lenin destruye al campesinado, al pequeño comercio, a la pequeña industria. Lo hace porque estos “generan capitalismo”. Tenía razón. Lo mismo se hizo en todos lados, mirá en Cuba, que hasta las heladerías eran del Estado. Si querés socialismo no puede haber libertad de empresa, y si no hay libertad de empresa no hay libertad de prensa ni de asociacion ni de expresión, no hay más libertad. En su lugar hay burocracia y represión.
Y lo de Rusia no fue casualidad, se repitió en cada experiencia, ya sea en la Checoslovaquia desarrollada o en el Viet Nam atrasado. Se remplazó a la burguesía (en un sentido amplísimo, que incluye a cualquiera que tenga un mínimo de capital, de medios de produccion) por la burocracia. Se crea una nueva clase burocrática, se eliminan las libertades, y como consecuencia la libertad.
Para aceptar esto hace falta un “hombre nuevo”, como quería el Che. Una nueva especie de gente que sea feliz en ese régimen. Personas que trabajen y mueran sin ánimo de lucro o de gloria, por puro amor al Estado y al Partido, a la Revu, seres que sean uno con el Leviathán.
Esto tiene una lógica de hierro, no hay escapatoria, los camaradas tenían razón, Lenin tenía razón. Si querés el socialismo construirás el capitalismo de estado, y uno bastante totalitario, es la única alternativa que te da la historia en su estadio actual.
El socialismo es posible: es el capitalismo burocrático totalitario. ¡Eureka!

La lucha de clases y el (destino del) proletariado - La lectura marxista

El marxismo no se limita a afirmar simplemente, a constatar, que hay luchas internas entre distintas partes de la sociedad, a observar que, por ejemplo, los obreros de una fábrica hacen huelga para que les aumenten el salario y les mejoren las condiciones de trabajo. El marxismo interpreta --“lee”-- las luchas sociales como la oposición entre las clases generadas por el capital, o sea entre los que explotan el capital y los que son explotados por él, y sobre todo ve en esa lucha el motor del cambio, el camino de la transformación de la sociedad en una sociedad sin clases. Ese es el destino del proletariado para los marxistas, alumbrar un mundo nuevo, socialista, comunista, un destino redentor. El proletariado, a través de su sufrimiento, el que produce la explotación de su trabajo, y de su lucha, es el redentor colectivo de la sociedad. No en vano se habla de “lucha final” en la Internacional.
La lucha de clases y su consecuencia, la caída del capitalismo, es una creencia marxista, que es una religión más, y no la menos irracional. En un tiempo se pretendió “científica”, pero eso ya pasó. En efecto:
Confrontemos este concepto con la historia de los últimos siglos. Se puede afirmar sin reservas que la acción sindical que inspiraron, organizaron y/o apoyaron los socialdemócratas marxistas cambió de manera radical y duradera el mundo del trabajo, para bien. También cambió, en general para bien, la producción, porque los mayores salarios reclamaron e hicieron posibles inversiones en máquinas e inventos productivos. Cambió la manera de gobernar con el ascenso al gobierno de los socialdemócratas, que trajeron líderes del horizonte obrero y participación popular. Cambió el equilibrio social, cambió el respeto y la dignidad social de los trabajadores, cambió la educación, la atención médica. Pero ni siquiera el gobierno de los socialistas socialdemócratas marxistas trajo el socialismo. El capital siguió prosperando, las desigualdades se mantuvieron o aumentaron. El capitalismo no solamente siguió, sino que mutó, asumió formas disitintas, conquistó más mundo, no perdió ni por un momento esa cualidad proteica que Marx le descubrió, de evolucionar y de adaptarse, de permear todas las sociedades, de disolver las tradiciones, de revolucionar, para bien y para mal, el colectivo humano.
El capitalismo de hoy es muy distinto del que conoció Marx en el siglo XIX, no solamente desde el punto de vista tecnológico, también en lo social y organizativo, en lo semántico.
Con el cambio del  capitalismo cambiaron también las clases que él define. Los agentes del capital, los que dirigen y lo conducen en sus metamorfosis, son en su mayoría asalariados, no propietarios del mismo, asalariados ricos, sí, muy bien pagos, con propiedades, pero asalariados al fin. Estos asalariados se puede decir que se pagan de la plusvaía, sea, pero otros asalariados muy bien pagos, como los ingenieros, conceptores, vendedores, organizadores, son un tipo de proletariado (proletarios en el sentido de Marx, de ser productores de plusvalía para el capital) que no ha perdido totalmente su parcela de potencia productiva, tiene su saber y su destreza, se ha desproletarizado en cierta medida, pero sigue estando del lado de los productores de plusvalía, no de los apropiadores de la misma. No son pobres ni desprovistos, pero son un tipo de proletario (otra vez, en el sentido de Marx).
Ahora pues, el proletariado ya no es un cuerpo, no es una clase homogénea, si es que lo fue alguna vez fuera de las teorías de Marx. Está pulverizada en segmentos y grupos distintos, que no tienen ni tienen por qué tener “conciencia de clase” (salvo por una fe religiosa, por ejemplo marxista). De modo que, en la realidad de la sociedad de hoy, no hay más clases (salvo en la teoría) ni menos aún lucha de clases. Lo que hay son sindicatos, lo que hay son creyentes marxistas que visten sus funciones de estas ideas, que “leen” así su experiencia, como podrían utilizar (y de hecho hay quien utiliza) el cristianismo o cualquier otra religión para lo mismo.

La dictadura del proletariado

Esto supo ser una metáfora en la pluma de Marx y Engels, un juego de palabras que oponía “dictadura del proletariado” a “dictadura de la burguesía”, que el marxismo de este modo denunciaba y describía como hegemonía de los valores burgueses y la vigencia de una ley desnivelada a favor de los propietarios frente a los desposeídos. La metáfora sugería la lucha por la inversión del paradigma, pero en la acción revolucionaria se transformó en la afirmación y el reclamo de una vera y propia dictadura, con fusilamientos, torturas, prisión, persecución e imperio de la arbitrariedad burocrática. Marx -- y Lenin también antes de la toma del poder -- era partidario de una organización democrática del Estado.

El materialismo histórico (el determinismo marxista)

En el corazón de la instrucción marxista impartida a los párvulos está el “Materialismo Histórico”, y todavía debe andar por ahí algún ejemplar del opúsculo de Marta Harnecker con ese título. Debe haber quien lo lea.
In a nutshell, la historia tiene leyes, dice, y entre esas leyes está que el capitalismo terminará y lo remplazará el socialismo, que luego evolucionará al comunismo.
Se puede creer en eso, si uno quiere. Yo no quiero. El Materialismo Histórico es determinista, muy siglo XIX. No soy determinista, creo que el paradigma determinista se hundió, el Dios de Laplace renunció y se jubiló. Se debe de haber muerto, era muy viejo.
El futuro del capitalismo, el fin del capitalismo, porque todo tiene que tener un fin, también la especie humana tendrá un fin, es opaco para mí. Yo creo en la sociedad abierta, en el futuro abierto, yo creo que el porvenir será lo que hagamos (colectivamente) y lo que suceda (meteorito, dinosaurios). No hay nada determinado, nada predestinado, nada garantizado, ni siquiera lo peor.
Hay, sin embargo, un aspecto instrumental y serio del Materialismo Histórico, que analiza las situaciones de clase para actuar sobre ellas. El PCCh lo utilizó en abundancia para incidir en la evolución de la condición del campesinado, organizó a los pobres contra los medianos y ricos, por ejemplo, pasó de la propiedad individual a las cooperativas y luego a las “comunas populares” propiedad del Estado. No es lo que me interesa aquí, tengo una imagen positiva de la ingeniería social, cuando se utiliza para promover o instrumentar mejoras, en un régimen democrático, con métodos ídem. El MH es una ideología que recubre una ingeniería social, un sistema de conceptos, o de preconceptos, una mística milenarista, que forma parte de un sistema de manipulación por el Partido de masas y colectivos.

Liberal, individualista, pequeño-burgués, me dirán

Claro, lo veo venir, y lo asumo hasta cierto punto. Hasta cierto punto, veamos cuál.

Pequeño burgués

Empecemos por lo de pequeño-burgués. Si lo fuera diría “¡y a mucha honra!”. Pero soy burgués por mi origen, proletario por mi vida y mi trabajo de ingeniero (como expliqué antes), y nunca practiqué las virtudes de trabajo y austeridad características de la pequeño burguesía. Todos saben que la pequeña empresa es la más generadora de empleo, que es una locomotora del crecimiento y del producto bruto interno. Generadora de ahorro, de progreso, frágil, exigente, la pequeño burguesía mira las manifestaciones obreras con desconfianza, y estos la miran con envidia. Todos quisieran tener casa, familia, negocio, es el proyecto de muchos de esos que pasan gritando en la manifestación. Entonces, loor a la pequeño burguesía, y basta.

Individualista

Sí, y esta vez puedo decirlo: ¡a mucha honra!
Es necesario poner límites a esta afirmación, para no llevarla al absurdo.
Ser individualista no se opone a ser solidario ni reniega de la asociación de hombres (ufa, y mujeres) libres. Al contrario, realza el valor de la solidaridad y de la vida asociativa.
Nacemos en sociedad, como pequeños seres incompletos, indefensos, dependientes. Crecemos y nos volvemos autónomos gracias a los cuidados generosos de nuestros mayores y del resto de la gente, cooperando. Es un drama, y resultan graves daños, cuando esto no funciona así.
Ser individualista significa para mí que el sentido está en el individuo, por oposición a la sociedad, la nación, la iglesia, el partido o la tribu. Todas cosas estas que existen, naturalmente, y condicionan positivamente al individuo. Así como hay leyes para proteger a la sociedad de los individuos, hay leyes para proteger al individuo de la sociedad, del Estado, de la tribu, del partido y de la iglesia. Los DDHH son derechos individuales, derechos que protegen al individuo de la familia, de la sociedad y del Estado, por lo menos. Los famosos DESC son, en mi idea, de otro orden, de un orden más económico, por decirlo así, objeto de la lucha entre partidos; los DDHH, en cambio, son absolutos.

Liberal

¿Liberal? Bueno, más o menos.
“Liberal” es un epíteto insultante, muy utilizado por gente de izquierda, especialmente tupas y bolches, para denigrar a sus adversarios. Cuando se critica a Astori, por ejemplo, se dice que promueve una política económica liberal. (Sí, estoy de acuerdo con la política económica de Astori, y lo voté).
Por eso, hay mucha confusión y hay que ir con cuidado.
En algunos sentidos soy liberal. Soy liberal en el sentido estadounidense, donde la izquierda que votó a Obama se dice “liberal”, quiere seguro de salud y mejores escuelas públicas, no quiere más torturas ni prisión en Guantánamo. Soy liberal en el sentido italiano, donde el PD se etiqueta a sí mismo como “liberal” (pronunciado con acento inglés).
Liberal es una noción que se define también por sus opuestos. Veamos:
“Liberal” se opone en lo político a: “autoritario”, “monárquico”, “conservador” y “totalitario”.
En lo económico se opone a: “mercantilista”, “estatista” y “proteccionista”.
Soy liberal también en estos sentidos, aunque defiendo a UTE, a ANTEL y a la refinería.
Finalmente, lo más importante para vos, “liberal” se opone también, en lo político y en lo económico, a “socialista”, pero tiene sentido hablar de “socialismo liberal”. Hum, esto podría ser yo, pero hay que abundar.

Perdoname lo esquemático, fragmentario e incompleto de este ensayo.
Quería simplemente avanzar en una discusión siempre iniciada y nunca proseguida, tirando sobre la mesa algunas cartas (marcadas).