Buscar este blog

miércoles, 22 de julio de 2015

Raíces y antepasados

Me escribe un querido amigo, a propósito del Estado Islámico, Boko Haram y otros Al Qaeda:
“Esto es un choque de civilizaciones y en tanto olvidemos que nuestra civilización es la Cristiana Occidental (Toynbee) y que sus raíces son grecorromanas y judeocristianas estamos perdidos. [...]”

¿Raíces judeo cristianas?  ¿Civilización occidental?

Discrepo “radicalmente” con mi amigo. Estoy de acuerdo en la necesidad y la pertinencia de defenderse de los fanáticos, pero diverjo con él en ese asunto muy importante de las raíces. Son cosas profundas puesto que, como la imagen lo sugiere, se hunden en la tierra y pretenden interpretar la matriz de nuestro ser.
Lo primero que debemos tener presente cuando decimos que “nuestras raíces son judeocristianas” es que las sociedades no crecen de sus raíces como los árboles.
Las sociedades evolucionan en un mundo abierto, no determinado. Cambian y evolucionan por desarrollo, pero también por agregados, por mezclas, interacciones, choques y mutaciones bruscas. Los hijos no son iguales a sus padres, no se “deducen” ni “brotan” de ellos, no tienen de nacimiento ni sus virtudes ni sus defectos, se hacen en la vida. Con más razón, las sociedades evolucionan y cambian, pero no se deducen de sus precedentes históricos, no se derivan como una fórmula matemática de su pasado o de su historia. Porque, además, las sociedades no tienen ADN.
Las sociedades cambian por muchos factores: por su propia renovación incesante, por el factor aleatorio de la reproducción sexuada, por los movimientos de pueblos que llevan al contacto no siempre pacífico de culturas, y fatalmente al mestizaje. Las raíces históricas son el pasado, no son nuestra identidad.
No fue de las raíces judeo-cristianas que creció la República laica, fue en ruptura con ellas. Las raíces están presentes, no se desvanecen ni se pierden, pero hay algo más, algo creado después, hay novedades, hay una mutación de nuestra cultura que introduce la libertad, la abolición de la esclavitud, la libertad de la mujer, sus derechos cívicos y sexuales. Hay ruptura y continuidad a la vez. Hay lugar en la República para creyentes y no creyentes, para católicos, judíos, protestantes, ateos y musulmanes que respeten las leyes.
El desafío del fanatismo conquistador y agresivo, que puede ser religioso como en el caso de los islamistas, que puede ser nacionalista como en el caso de los rusos, no se debe enfrentar refugiándose detrás de un altar o bajo las sotanas del cura del pueblo. Se combate sin retroceder, bien plantados sobre nuestros valores de la libertad y de la modernidad, se combate y se vence afirmando y viviendo esos valores, haciéndolos realidad.
Nuestra república es un estado de derecho, inclusivo de todos los que acepten y respeten sus leyes, sin importar el origen, la sangre o la religión. Es eso lo que debemos defender.

Muchas raíces

Sin embargo, en lo de las “raíces judeo-cristianas” hay otra falsedad, tanto en el caso de los españoles como en el de los americanos. En el caso de España, porque la presencia dominante del islam en la Península Ibérica durante siete siglos dejó para siempre una huella en nuestra civilización. Lo atestigua el gran número de palabras de origen árabe en el castellano, los monumentos, la arquitectura. En el caso de América, llamada “Latina” porque las lenguas comunes son de origen latino, las culturas precolombinas, aún hoy presentes y vivaces en muchos dominios, no se pueden ignorar, como tampoco es menor el aporte africano. Varios países de nuestra América tienen lenguas oficiales, al lado del castellano, que son de origen precolombino: por ejemplo, el Paraguay tiene el guaraní, Perú el quechua, el aimara y otras, México tiene 67 lenguas nativas reconocidas como “lenguas nacionales”. ¿Y la raíz judeo-cristiana? Es una entre otras; no se puede negar la historia ni elegir, dentro de la historia, la raíz que más nos gusta.

¿Es posible elegir a sus antepasados?

Hay personas que creen que pueden elegir a sus antepasados, exaltando a unos y negando a otros, y a veces inventándolos. Unos se dicen italianos porque tienen un abuelo italiano, otros se dicen charrúas porque nacieron con la mancha mongoloide.
El hecho es que todos los seres humanos somos descendientes de una serie geométrica de antepasados: dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, y así sucesivamente. Tenemos una multitud de antepasados, y en el tumulto de la historia hay en esa multitud personas de distintos países, colores, costumbres, culturas y orígenes, sin hablar de virtudes y defectos. Eso es más evidente en un país como Uruguay, poblado casi exclusivamente por migrantes de los países vecinos y de Europa, pues la población precolombina era poco numerosa. Es más, la especie humana actual, según lo que se sabe, se originó en un valle de África Oriental y se difundió por oleadas sucesivas a todo el Planeta, llegando por último al continente americano. Por la información genética que se posee, en cada etapa de ese camino nos cruzamos con las poblaciones que encontrábamos, de especies vecinas (neandertales, floresiensis, denisoviensis) o de nuestra misma especie de otros caminos migratorios.
En los últimos cinco siglos de historia americana no ha sido distinto: las poblaciones se cruzaron y se mestizaron, como sucedió siempre. Lo mismo que en nuestra Banda Oriental.
La verdad es que en nuestra sangre están todos nuestros antepasados, y no solamente algunos, no solo aquellos que nos gustan, los más de moda o más lindos y virtuosos; están todos, con los sufrimientos, los goces, los errores y los trabajos de sus vidas, que de generación en generación culminaron en nosotros. ¿Por qué negar a unos y privilegiar a otros? Todos fueron necesarios, todos están en lo que somos, como nosotros estaremos en las generaciones que nos sucedan.
Otra cosa es analizar los vestigios culturales que dejó cada una de las cepas que se fusionaron en la población, estudiar lo que pervive en nosotros de los guaraníes, de los genoveses, de los mandingas, de los andaluces, de los minuanes, de los gallegos.
La no discriminación por raza, religión, sexo, lengua o credo debe aplicarse también a los antepasados. No elegir a unos y negar a otros.

domingo, 5 de julio de 2015

La guerra por los senos desnudos

“L’Ouest a gagné la guerre froide par le jazz, les Beatles et les seins nus autant que par la force financière et militaire.” (El Oeste ganó la guerra fría por el jazz, los Beatles y los senos desnudos tanto como por la fuerza financiera y militar)
Régis Debray en una entrevista, 17 de julio de 2014.

La_libertad_guiando_al_pueblo_(1830).jpg
Eugène Delacroix La libertad guiando al pueblo (1830)

Una amiga, angustiada por el avance del fanatismo religioso, me escribía: “Da la impresión de que el mundo civilizado, que incluye a los musulmanes y a los judíos, está mirando impotente un fenómeno más extraño que una invasión de marcianos. ¿Dónde estuvo el huevo de esta serpiente? ¿Cómo y por qué se incubó y nació con tanto poder de hacer daño?”.
Yo respondí: “La bandera negra en torno a la cual se agrupan los bárbaros es el odio de la mujer, la voluntad de esclavizarla y rebajarla. Creo que es por la libertad de la mujer en la sociedad moderna que se libra la guerra en curso.”
Ella manifestó sus dudas : “Sí, en parte es el odio a la mujer. [...] No es lo único, pero es algo que empuja a las bestias de EI”.

Pero yo insisto.
Lo que molesta de la modernidad a los fanáticos religiosos del mundo entero no es la tecnología, de la cual usan y abusan bajo la forma de celulares, televisores, videocámaras, vehículos todoterreno, aviones y armas de todo tipo, cuanto más sofisticadas mejor, lo que les molesta, digo, de la “cultura occidental”, concepto que abarca algo muy vago y muy amplio, que cubre desde la producción de Hollywood hasta el Quijote, desde los fármacos y las drogas hasta el cante flamenco y el alpinismo, es el rol y la importancia creciente del personal femenino, que se viste más o menos como quiere, que hace más o menos lo que quiere. Digo “más o menos” porque ya sabemos el rol preponderante que juega la moda y la imagen en lo que hacemos. En todo caso, lo que decide del atuendo y la conducta de las mujeres (y de los varones) no es el código religioso, sino otro código, variable y cambiante, arbitrado por cada persona, y en absoluto sagrado. Digamos en una palabra, libre.

La moral ha dejado el terreno de la conducta sexual y se ha concentrado en la ética de las relaciones interpersonales. Es inmoral robar y mentir, pero no lo es tener relaciones sexuales consentidas con una persona de paso. Un vestido puede ser calificado como “de mal gusto” o “pasado de moda”, pero no de “blasfemo” o “inmoral”. Lo sagrado es la persona humana, y sus derechos son intangibles, pero no son sagrados ni intangibles los textos religiosos, que están sujetos a libre examen.
Y, muy importante, somos universalistas. Esto quiere decir que los Derechos Humanos son de todos, sin distinción de raza, sexo, edad, lengua, religión y país de origen. La mutilación y la tortura están mal en todos lados, no me importa que sea Somalia o Pocitos. El universalismo es una herencia preciosa que nos queda de la Ilustración, aunque hayamos puesto muchos bemoles al fatalismo del progreso.

A los fanáticos les molesta la laicidad del Estado, pero aún más la laicidad de las costumbres. La laicidad de las costumbres y del Estado vienen del brazo de la laicidad del pensamiento, es decir sometido a un criterio de verdad que no es (más) religioso; una afirmación tendrá que ser demostrada (de alguna manera), y no será verdadera simplemente por la autoridad de quien la dijo, un Padre de la Iglesia, un Papa, un Ayatollah o un Imam. La verdad salió del dominio de la religión. Es lo que reconocemos como parte indisociable de la modernidad.
La libertad individual, y sobre todo la libertad individual de las mujeres, es lo que molesta a los fanáticos religiosos. Los creímos derrotados, desbandados y en vía de desaparición, pero hoy se han levantado como zombis asesinos, sembrando el terror.

¿Y el petróleo, no es el verdadero motivo, la puesta en juego en esta guerra? El petróleo es el nervio de ella en ambos sentidos, uno, el de ser la energía que la mueve y anima, y dos, el de ser lo que la repercute y refleja (*). Es decir que las fuerzas militares en presencia necesitan vitalmente del petróleo para moverse y para financiarse, y también que los vaivenes de la lucha se sienten en los precios y en el abastecimiento de los mercados.
Pero el motivo, el alma de la guerra en curso es la oposición a la emancipación femenina, es el horror que provocan en los fanáticos los senos desnudos de las mujeres libres.

(*) Si alguien duda de esto que lea la página de ASPO (Association for the study of Peak Oil & Gas) o el informe semanal, la Newsletter de ASPO-USA.