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viernes, 10 de abril de 2015

Imperialismo de antes e imperialismo de hoy

El poder imperial y la hegemonía. Dos citas y un comentario.

Traduzco libremente a George Soros, el subrayado es mío (*):
“La guerra fría era un sistema estable. Las dos superpotencias estaban bloqueadas por la destrucción mutua asegurada, y debían retener a sus satélites. Así, las guerras se combatían principalmente en los bordes. Luego del colapso de la Unión Soviética, hubo un momento breve durante el cual los EE.UU. aparecieron como el líder indisputado del mundo. Pero abusó de su poder. Bajo la influencia de los neocons, que argumentaban que los EE.UU. debían usar su poder para imponer su voluntad al mundo, el Presidente George W. Bush declaró la “guerra contra el terror” e invadió Irak con falsos pretextos.
Fue una trágica confusión sobre el rol que corresponde al poder imperial hegemónico. Es el poder de atracción --soft power-- que asegura la estabilidad de los imperios. La fuerza puede ser necesaria para la conquista y la defensa, pero el hegemon debe cuidar los intereses de quienes dependen de él, de manera de asegurar su adhesión, en vez de promover solamente sus intereses propios. Los EE.UU. lo hicieron muy bien después de la 2ª Guerra Mundial, estableciendo las Naciones Unidas y emprendiendo el Plan Marshall. Pero el Presidente Bush olvidó esa lección y destruyó la supremacía estadounidense en poco tiempo. El sueño neocon de “nuevo siglo americano” duró menos de diez años.”
Hasta aquí Soros.

Sobre la hegemonía de Occidente, es interesante el punto de vista de Régis Debray (**):
“El Oeste ha ganado la guerra fría por el jazz, los Beatles y los senos desnudos, tanto como por la fuerza financiera y militar. Hoy, las diez primeras agencias de publicidad son occidentales. Los premios Nóbel y las patentes aseguran a Occidente una formidable supremacía. Las relaciones de poder no son reductibles a relaciones de fuerzas materiales y cuantificables. El hecho de que China vuelva a ser la primera potencia económica mundial en 2030, como lo era en 1830, no significa que se convierta en la primera potencia hegemónica.
“Los EE.UU. no tienen ni siquiera necesidad de tener institutos culturales en el extranjero. En Vietnam, los GI perdieron, pero Coca-Cola ganó la guerra. La hegemonía existe cuando una dominación se vuelve no solamente aceptable, sino deseable por los dominados. El Sr. Sarkozy estaba orgulloso de exhibir una remera de la NYPD (policía de Nueva York), y el Sr. Hollande está orgulloso de que Obama le palmee la espalda.”

En la “guerra contra el terror”, el poder hegemónico o imperial fracasó como lo dice Soros, y también en otro sentido. No solamente el caos que reina en Medio Oriente es en gran parte una de sus obras, sino que además, entretanto, ha surgido una nueva potencia nuclear enemiga, Corea del Norte, que hizo su entrada en el club en 2006 (con explosiones nucleares reiteradas en 2009 y 2013) y lanzó varias veces (quizás con éxito, no está claro) cohetes capaces de llevar una ojiva nuclear a otro continente.
Aprendices de brujo irresponsables, ese es el calificativo que corresponde a los dirigentes como Bush, Cheney, Rumsfeld y Wolfowitz. Utilizaron un enorme poder para sembrar el caos, exactamente lo contrario de lo que se espera de un gran imperio.

Imperios de antes e imperialismo de hoy

Hay que tener presente lo que fueron los imperios de otras épocas para calibrar si es apropiado o no designar como “imperialismo” a la política de EE.UU.. Pensemos en el Imperio Asirio, Persa, Griego, Romano, Otomano, Británico, etc., con sus desplazamientos forzados de pueblos enteros, su ley aplicada en toda la extensión del territorio controlado, la paz que hicieron reinar en sus dominios, su integración de dioses en panteones comunes, la difusión y la imposición de su hegemonía cultural y religiosa.
Para no remontarnos al Imperio Persa o al Romano, recordemos una historia del Imperio Español que me contó un amigo que anduvo de viaje por el norte argentino, visitando Tucumán y los valles calchaquíes. Un gobernador de Tucumán, Alonso Mercado y Villacorta, sofocó en 1665 una rebelión indígena calchaquí y decidió el traslado o deportación de una etnia entera, los quilmes, a más de 1200 km. Los condujeron a pie (!) hasta las cercanías de la ciudad de Buenos Aires, y fueron reducidos en la localidad que es hoy la ciudad de Quilmes en el Gran Buenos Aires.
Esta claro que estamos frente a algo muy distinto en el mundo de hoy, en la época de la hegemonía estadounidense. Veamos.

Primeros pasos de la potencia estadounidense

Hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918) los EE.UU. no eran una potencia de gravitación global. Se habían hecho fuertes en su espacio interno y controlado las vías estratégicas de su entorno marítimo. La estadounidense había sido una expansión continental, hacia el oeste, hasta el Océano Pacífico; hacia el sur, anexando California y Tejas. La Corona Británica seguía dominando los mares, un dominio que mantuvo hasta la Segunda Guerra Mundial.
La política estadounidense tenía una fuerte impronta anti colonialista, de acuerdo a su tradición de independencia del Imperio Británico, y era favorable a la liberación de las colonias de las potencias europeas. Esa actitud afectó las relaciones que mantuvo con sus aliados en las dos guerras, pues estos eran todos potencias coloniales, así como también lo eran los enemigos. Se dice a veces que las dos guerras mundiales fueron por el reparto colonial. Si fue así, todos perdieron, salvo los EE.UU., que no querían colonias, sino mercados.
La política estadounidense no iba (ni va) dirigida a gobernar a otro país, no aspira a crear dominios o colonias. Lo cual no hay que confundir con el respeto por la soberanía de los demás estados.
Antes de la 1ª Guerra Mundial (1914-1918), el "big stick" de Theodore Roosevelt (presidente EE.UU. 1901-1909), resolvía por la fuerza y en beneficio de los EE.UU. los pequeños asuntos de su interés. En la opinión pública estadounidense dominaba el aislacionismo; la intervención externa era puntual y sin compromisos. El canal de Panamá y la base de Guantánamo eran necesidades estratégicas del enroque continental y del crecimiento hacia adentro de la sociedad. Del mismo modo, la guerra de Cuba en 1898, la enmienda Platt, las intervenciones de los años 30 en Nicaragua, etc., eran la consolidación de la membrana externa de un desarrollo centrado en el mercado interno y el egocentrismo estadounidense.
Incluso la intervención en Guatemala en 1954 (ya en otra época estratégica) perpetrada por un regimiento de mercenarios locales patrocinado, organizado y financiado por la CIA de Allen Dulles, hermano del Secretario de Estado Foster Dulles, fue en beneficio de una mera compañía bananera, la United Fruit, y producto de la concepción estrecha de la democracia que tenían los hermanos Dulles. Acarreó medio siglo de opresión y de guerra civil a Guatemala, pero el beneficio para EE.UU. fue muy menor. La intervención no fue motivada por una necesidad estratégica del coloso yanqui; este podría haberse acomodado muy bien del reformismo de Jacobo Arbenz y Juan José Arévalo.
Del mundo, los EE.UU. querían las puertas abiertas a su comercio y la seguridad de sus capitales, y ese objetivo lo procuraban con métodos brutales y despiadados, sin consideración por la soberanía o los intereses de los demás países. El mundo no era su asunto y no pretendían gobernarlo, mejorarlo o integrarlo en su sistema estatal.

La segunda Guerra Mundial

Esta política internacional no excluía la acciones generosas y los gestos inéditos.
La Revolución norteamericana del siglo XVIII fue una inspiración para patriotas y revolucionarios de todo el mundo, entre ellos José Artigas y los revolucionarios franceses.
La primera y, sobre todo, la Segunda Guerra Mundial mostraron la mejor cara de la potencia norteamericana. Las fuerzas militares de los EE.UU., luego dar una contribución decisiva a la derrota de la agresión nazi, no se eternizaron en la ocupación y respetaron los procesos democráticos en los países de Europa del Oeste. Este comportamiento de la potencia vencedora y ocupante, cuya superioridad militar nadie ponía en duda, es único en la historia de las guerras y conquistas.
La actitud anti colonialista en la política exterior de EE.UU. se manifestó en la posguerra de la 2ª GM cuando sus ejércitos ocuparon Europa Occidental como potencia militar dominante, y sin embargo abrieron el camino al restablecimiento económico (Plan Marshall) y democrático de Europa Occidental, con elecciones libres en cada país. Algo parecido ocurrió también en el siglo XXI en Afganistán y en Irak, dónde ingresan, consiguen ciertos éxitos militares, y luego intentan retirarse, indiferentes a la destrucción y pérdidas de vidas que ocasionaron, y no instalarse como gobierno imperial.
Si la política de dominación no le es ajena, no se puede ignorar que es distinta de todo lo que se conoció antes, desde el Imperio Persa al colonialismo inglés y francés del siglo XIX. Esto le valió un consenso mundial muy favorable, en un frente de opinión que iba desde la imagen paternal y bonachona de un Franklin D. Roosevelt, pasando por el estilo de vida confortable y moderno del cual fueron el paradigma, hasta la libertad de prensa que fue su orgullo. Otros rasgos menos relucientes, como la violencia privada y la discriminación racial, quedaban en la sombra. Las public relations y el marketing de la potencia del norte eran excelentes.

La Guerra Fría

La WWII terminó con las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.
El período que siguió fue llamado el equilibrio del terror, a partir del momento en que la URSS construyó su propia bomba (1949). La Guerra Fría con la URSS mostró un cambio de actitud de EE.UU. respecto del mundo. Se declararon los salvadores de la humanidad y presentaron su oposición al comunismo soviético como una lucha final entre el Bien y el Mal.
Estaban en eso completamente de acuerdo con sus adversarios, sólo diferían en el punto de quién representaba al Bien y quién al Mal. Ese mundo bipolar dio a ambos la justificación ideal para todos los crímenes, atropellos de derechos, bajezas, mentiras y conspiraciones. Los servicios de unos y de otros rivalizaron en cinismo y violencia, la democracia se defendía con dictaduras en casi todo el mundo y el socialismo se apoyaba en la esclavitud de los trabajadores en el resto.
Nosotros éramos “terceristas” -- no en el sentido del “Tercer Mundo”, sino de la Tercera Posición -- no estábamos ni con unos ni con otros, y no teníamos empacho en denunciar los crímenes de ambos. Una actitud que se puede generalizar al mundo de hoy.
La carrera armamentista hizo prosperar a las industrias bélicas. (ver Gastos Militares y De Jouvenel, referencias a proveer). Una vez más, el Estado creció sin medida. Sus poderes aumentaron en proporción del desarrollo industrial y tecnológico, y este mismo fue impulsado por la pugna del armamento. La Guerra Fría potenció en cada bloque el poder estatal, un poder medido en empleados, soldados, gastos militares y fiscales, en capacidad de movilización, en vigilancia de la sociedad. La guerra había servido para eso, y la Guerra Fría fue utilizada de la misma manera.

El mundo unipolar y el Incendio del Reichstag

El totalitarismo comunista perdió la Guerra Fría, pero no por eso hay que creer que la ganó la libertad y la democracia. Al principio pareció, sin embargo.
El hundimiento de la URSS y del comunismo en Europa del este dejó de pronto sin tema a los servicios de inteligencia y a los estados mayores de los ejércitos. ¿Quién era el enemigo? Hubo unos años de desconcierto. Durante un tiempo pareció faltar la justificación para los golpes bajos, la supresión de libertades, la vigilancia y la intromisión del Estado en la vida privada de los individuos.
Luego vino el “descubrimiento” del terrorismo.
Creo que la Guerra Fría no fue producto de un cálculo deliberado, pero tengo la fuerte sospecha de que la nueva guerra fría, la que declaró George W. Bush en 2001 a ese enemigo invisible y ubicuo, el “terrorismo”, fue la ejecución de un plan del complejo militar-industrial estadounidense, que eligió como líderes al equipo Bush-Cheney-Rumsfeld.
Desde muy temprano en la nueva fase, luego de la caída del muro, un grupo de ultraconservadores prepararon su movida. Varios documentos de la comandita de Cheney, Wolfowitz, Rumsfeld, lo atestiguan. (Buscar en la página de la New York Review of Books la clave “Cheney” y “Rumsfeld”, hay bastante.) Ya durante la presidencia de Bush padre, que no quiso escucharlos, y de Clinton, que los mantuvo a raya, se mostraron activos y trataron de avanzar sus peones. Tienen una fuerte base en la industria bélica y petrolera.
Con George W. Bush llegaron al poder. Poco después, el 11 de setiembre del 2001, tuvieron su oportunidad. Bush llamó al atentado contra las Torres Gemelas "El Pearl Harbor del siglo XXI". Quizás sería más justo llamarlo "El Incendio del Reichstag" del mismo.
Recordemos que el incendio del Reichstag, la sede del parlamento de la República alemana de Weimar, fue incendiado en 1934 por manos desconocidas. Hitler desató una gran represión de la oposición, especialmente de los comunistas, a quienes acusó de ser los autores del hecho. Ganó las elecciones que siguieron gracias a la intensa represión de los partidos rivales, y ese fue el comienzo de su dictadura y del camino que condujo a la guerra y al Holocausto. Se supo, y el Mariscal Goëring se jactó de ello, que el incendio fue provocado por los nazis mismos.
En Pearl Harbor en 1941 la flota estadounidense fue atacada y destruida por un enemigo real: la marina y la aviación japonesa. Que FDR supiera por anticipado o no del ataque (parece que no lo sabía, según las últimas investigaciones), que lo haya utilizado o no para justificar su entrada en la guerra frente a un país aislacionista, el enemigo no lo inventó él, ni el ataque tampoco. En cambio, el incendio del Reichstag fue provocado adrede para servir de pantalla a un proyecto represivo preexistente. Hay indicios que hacen sospechar algo parecido, no lo mismo, del atentado contra las Torres Gemelas. Gore Vidal los enumera en su libro "Dreaming War". En síntesis, se argumenta que hay un Estado detrás del 11-S, y que es el servicio de inteligencia pakistaní, el ISI, aliado estrecho de la CIA y coautor de la resistencia afgana antisoviética. Los pakistaníes promovieron a los talibanes y Al-Qaeda. Creo que sería exagerado e inexacto afirmar que el atentado fue planeado por los servicios estadounidenses. No, no lo creo. Pero está probado que ignoraron sistemáticamente los indicios que lo anunciaban, dejaron circular libremente a los futuros autores, ya fichados, bloquearon los informes alarmantes que subían, eso sí. Todo parece sugerir una voluntad de dejar ocurrir. Al día siguiente de los atentados ya estaban prontas las leyes y las medidas para lanzar la ofensiva contra el "terrorismo", la guerra contra Iraq también estaba decidida.

Reinventar la Guerra Fría

El comando ultra conservador necesitaba una situación análoga a la Guerra Fría para aumentar los gastos militares, dar fundamento al recorte de libertades y obtener respaldo para la política agresiva. Esta era, por otra parte, su agenda política trazada desde el principio de los noventa.
Con el terrorismo reinventaron la guerra fría. Esta vez contra un adversario débil y evanescente que pueden designar y atacar a voluntad, un adversario que ellos (me refiero al ejecutivo federal estadounidense) pueden manipular.
Manipular en dos sentidos: que pueden producirlo, es decir, pueden generar actos terroristas que justifiquen la reacción de las fuerzas armadas estadounidenses; y dos, pueden elegir a piacere el adversario. Hoy deciden que el eje del mal pasa por Iraq y lo atacan. Si les conviene Iraq por el petróleo y por su posición estratégica en Medio Oriente, allá van. Tienen que remediar a su frágil posición en Arabia Saudita, reforzar su control de las reservas mundiales estratégicas de combustible fósil, jaquear la influencia iraní, establecer una presencia militar poderosa en la región: lo hacen, diciendo que combaten el terrorismo.
Esas son las ventajas de estar en guerra con un adversario que ellos se inventan. La justificación escatológica a la medida.

La mano negra

La consecuencia es que los servicios están sueltos por el mundo otra vez haciendo de las suyas. Suprimen adversarios molestos, promueven sucesos útiles que dan pie para avanzar los peones propios. Las leyes empiezan a ser modificadas a voluntad de los servicios (FBI, CIA, NSA, DIA, y otros de los países aliados y satélites) para invadir la esfera privada de los ciudadanos, espiarlos, controlarlos, eventualmente comprometerlos. Se pueden colocar archivos en las computadoras que después sirven de prueba, registrar todas las comunicaciones, en un mundo en donde casi toda la comunicación pasa por las ondas. El espionaje universal de los ciudadanos y sus organizaciones civiles pasa a ser legal y se potencia por todos los medios electrónicos disponibles, se unifican las bases de datos.
Después de la destrucción de vidas y bienes, los daños más durables de la ofensiva conservadora podría ser el relajamiento de las leyes que protegen la vida privada y el espacio íntimo de los ciudadanos, el crecimiento desmedido de los servicios de inteligencia volcados al control de las ideas, el deterioro de las normas internacionales que protegen los derechos humanos. El desparpajo con que éstos son violados en Iraq, Afganistán y Guantánamo, sin hablar de los propios EE.UU., es alarmante.

¿Hay que llamarle imperialismo?

¿Se puede hablar de imperialismo? El calificativo de “imperialista” para designar la política estadounidense tiene la utilidad de ser peyorativo, insultante, para un gobierno que pretende ser un adalid de la libertad de las naciones. Además denuncia una realidad que se quiere ocultar: la de una potencia que atropella a los débiles en beneficio propio. Usamos el término “imperialismo” porque existe un consenso adverso a los imperios, arraigado en los países surgidos de viejas colonias, de los cuales EE.UU. forma parte. Es como llamar “fascista” o “nazi” a los adversarios del progresismo, es un tema juzgado, ya sea que el adjetivo se ajuste o no a la realidad. Pero tiene el inconveniente de la incoherencia con el significado histórico de la palabra “imperio” e “imperialismo”, aquello de lo cual las potencias europeas estaban tan orgullosas, y que concebían como una misión evangelizadora o civilizadora. (“The white man’s burden”) El imperialismo de antaño tenía una personificación, el Rey de España, el Rey de Inglaterra, el Emperador Romano. El actual no la tiene, es tanto un gobierno como una empresa, una entidad multinacional, es una personificación, no una persona o entidad con voluntad única y coherente.
Quizás sería mejor encontrar una expresión para designarla mejor que “imperialismo”. No sé qué proponer. ¿Voluntad hegemónica? Humm.
Porque el hecho de que el voluntad hegemónica del gobierno estadounidense difiera tanto del antiguo colonialismo hace una diferencia, y es que no estamos gobernados por procónsules o emisarios imperiales, sino por nuestros propios gobiernos surgidos de elecciones democráticas. Podemos elegirlos, por más que estemos condicionados por la ley del dinero, por más que los medios de comunicación sean dados cargados, por más que los elegidos estén condicionados por décadas de gestión irresponsable y a merced de los bancos acreedores. Podemos hacer política y organizar nuestra sociedad civil, podemos crear nuestros medios, conquistar espacios de expresión y defender bienes culturales. Quiere decir que en esto, por más temible y poderosa que sea la voluntad hegemónica estadounidenses, nuestro peor enemigo somos nosotros mismos. También podríamos ser nuestro mejor amigo.

CITAS

(*) George Soros, durante una entrevista con el corresponsal del Spiegel (2014), Gregor Peter Schmitz, dijo:
[...]
Soros: It has totally transformed the geopolitical situation. I have some specific ideas on this subject, but it is very complicated. I can’t possibly explain it in full because there are too many countries involved and they are all interconnected.
Schmitz: Give it a try.
Soros: I should start with a general observation. There are a growing number of unresolved political crises in the world. That is a symptom of a breakdown in global governance. We have a very rudimentary system in place. Basically, there is only one international institution of hard power: the UN Security Council. If the five permanent members agree, they can impose their will on any part of the world. But there are many sovereign states with armies; and there are failed states that are unable to protect their monopoly over the use of lethal force or hard power.
The cold war was a stable system. The two superpowers were stalemated by the threat of mutually assured destruction, and they had to restrain their satellites. So wars were fought mainly at the edges. After the collapse of the Soviet Union, there was a brief moment when the United States emerged as the undisputed leader of the world. But it abused its power. Under the influence of the neocons, who argued that the United States should use its power to impose its will on the world, President George W. Bush declared “war on terror” and invaded Iraq under false pretenses.
That was a tragic misinterpretation of the proper role of hegemonic or imperial power. It is the power of attraction—soft power—that ensures the stability of empires. Hard power may be needed for conquest and self-protection, but the hegemon must look after the interests of those who depend on it in order to secure their allegiance instead of promoting only its own interests. The United States did that very well after World War II, when it established the United Nations and embarked on the Marshall Plan. But President Bush forgot that lesson and destroyed American supremacy in no time. The neocons’ dream of a “new American century” lasted less than ten years.
[...]

(**) Régis Debray, entrevistado (17/07/2014) en “Le Monde” por Nicolas Truong, “Les forces et faiblesses du monde de l’Ouest”.
[...]
“’Ouest a gagné la guerre froide par le jazz, les Beatles et les seins nus autant que par la force financière et militaire. Aujourd’hui, les dix premières agences de pub sont occidentales. Les prix Nobel et les brevets assurent à l’Occident une formidable suprématie. Les rapports de puissance ne sont pas réductibles à des rapports de forces matériels et quantifiables. Le fait que la Chine redevienne la première puissance économique mondiale en 2030, comme elle l’était en 1830, ne signifie pas qu’elle devient la première puissance hégémonique.
“Les Etats-Unis n’ont même pas besoin d’avoir des instituts culturels à l’étranger. Au Vietnam, les GI ont perdu, mais Coca-Cola a gagné la guerre. L’hégémonie, c’est quand une domination est rendue non seulement acceptable mais désirable par les dominés. M. Sarkozy était fier d’arborer le tee-shirt NYPD [de la police de New York], et M. Hollande est fier qu’Obama lui mette la main sur l’épaule.”
[...]