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lunes, 9 de octubre de 2017

Se encontraron frente a frente nacionalismo y patriotismo


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El golpe secesionista

Hoy (8 de octubre 2017) se vio en Barcelona una gigantesca manifestación proclamando “recuperem el seny” o sea, recuperemos la sensatez, en la cual participó un millón de personas agitando banderas catalanas, españolas y europeas, que escuchó un discurso del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa y del expresidente del parlamento europeo Josep Borrell, entre otros. Los catalanes no secesionistas se hicieron masivamente presentes y nadie podrá fingir que no existen.
Mientras media Cataluña manifestaba contra la secesión, las empresas con sede en Cataluña huían, tratando de poner a salvo los muebles de la furia independentista y de instalar su sedes en otros lados antes de quedar afuera de Europa y del euro. “Esta semana se ha dado uno de los mayores golpes al proceso independentista con la marcha de las sedes sociales del segundo y del quinto banco español, CaixaBank y Sabadell. El movimiento deja sin entidades relevantes radicadas en Cataluña, una comunidad que tenía 11 entidades domiciliadas en 2009”, se lee en El País de hoy.
La independencia perjudicará a Cataluña, y ya lo está haciendo, de muchas maneras distintas. Quedaría fuera de la Unión Europea, así como fuera de los tratados que le permiten hoy comerciar con las otras naciones de Europa y del mundo; fuera del euro, sin moneda, sin el paraguas del Banco Central Europeo (BCE); fuera del Espacio Schengen, que permite la libre circulación de personas. Una ruina, una catástrofe económica y política, que los secesionistas se empeñan en negar, sordos a las advertencias de las autoridades que les repiten que la ruptura con España es la ruptura con Europa, donde están porque son parte de un país miembro.
De lo que resulta que el proyecto nacionalista no solo ignora a más de la mitad de la ciudadanía que no votó a los partidos independentistas; no solo viola la ley constitucional que le da vida al estado autonómico catalán; sino que conduce Cataluña a la ruina, y le provoca grandes pérdidas al resto de España y de Europa.
Se ha visto más de una vez en la historia que los proyectos nacionalistas desangran y arruinan a los pueblos que los portan. Esperemos que esta vez “recuperem el seny”, prevalezca el buen sentido.

Nacionalismo y patriotismo

En Cataluña, en España y en Europa, se dan enfrentamientos, por ahora cívicos y no armados, entre corrientes nacionalistas excluyentes, etnicistas, particularistas contra corrientes políticas que defienden la unidad europea, las fronteras abiertas, el comercio libre, las uniones supranacionales y la libertad de movimiento, junto a la pertenencia a la UE y la apertura al mundo. Movimientos que se identifican con las instituciones que garantizan las libertades y el goce de los derechos.
Los primeros se pueden calificar de nacionalistas, a los segundos podemos llamarlos patrióticos.
A menudo se confunde “patriota” con “nacionalista”, pero no es lo mismo, como lo explica muy bien Maurizio Viroli en varios de sus libros, especialmente en “Per amore della patria. Patriottismo e nazionalismo nella storia.” (Laterza 1995). Una frase tomada del discurso de Emmanuel Macron en la noche de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas ilustra nuestra posición en este asunto: dijo "Je veux être le président des patriotes face à la menace de nationalistes".
Mario Vargas Llosa, en su discurso al acabar la manifestación ha advertido: el nacionalismo "ha llenado la historia de Europa, del mundo y de España de guerra, sangre y cadáveres".

La marcha sobre Roma de Benito Mussolini

Y esto me lleva a preguntarme: ¿Por qué el separatismo catalán, y los acontecimientos del 1º de octubre me recuerdan la marcha fascista sobre Roma y la toma del poder por Mussolini?
¡Son a primera vista tan distintos! Ni camisas pardas ni canciones imperiales, los separatistas catalanes no son un movimiento paramilitar, integrado por machos prepotentes y uniformados, es cierto.
Sin embargo, hay un tufillo fascista en el fanatismo secesionista catalán. La voluntad de una minoría bullanguera atiborrada de certezas, esgrimiendo agravios imaginarios, buscando su unidad en el odio; la voluntad, digo, de imponerse a la mayoría que no comulga con sus extremos, sí hace pensar en el precedente de 1922.
Persiguen, gritan, abuchean, escrachan. Los partidos no secesionistas son asediados, necesitan custodia policial para sus desplazamientos. Los no separatistas son insultados, tratados de “fachas” y de “franquistas”.
Los secesionistas son una minoría, y quieren imponerse a la mayoría que desea seguir siendo parte de España -- una parte autónoma y con sus propias instituciones, como lo es -- por los hechos consumados, utilizando las palancas que unas elecciones donde el secesionismo fue minoritario pusieron en sus manos, vía la ley constitucional que hoy violan.
Es un golpe de Estado y una violación de la Constitución española de 1978, gracias a la cual están en el gobierno de Cataluña, gobierno que hoy utilizan para declarar la “Independencia”.
Como en 1922, cuando Mussolini se hizo con el cargo de Premier del Reino de Italia, llevado en la cresta de la ola fascista de la Marcha sobre Roma, de una manera en apariencia legal, cargo desde el cual después ejerció la dictadura, ya sabemos con qué resultado. Y no nos engañemos, el fascismo también era muy popular, tenía muchos seguidores de todas las clases sociales, pero no era democrático, era nacionalista, imperialista, y no era mayoría. Era sí, el más organizado, el más violento, el más fanático.
Una minoría que se impone a una mayoría usando las instituciones (parlamento, gobierno autonómico, policía local), la calle y las manifestaciones multitudinarias, violando la ley, es un “pattern” que podemos reconocer, no es solamente el del fascismo de Mussolini, es también el de las “democracias populares” de Europa del Este de fines de los 40, en los países ocupados por el Ejército Rojo. El mismo método, conceptualmente.
La diferencia es que en el caso catalán se valen de las instituciones autonómicas utilizadas ilegalmente para los fines secesionistas.
Los fines son viles: cesar de sostener a los más pobres que ellos, es decir, lo mismo que querrían hacer los leguistas del norte de Italia, por ejemplo. Es también, aunque lo niegan, un ataque a las instituciones europeas. “Romper España es romper Europa” dijo Manuel Valls, y es así.


[Ya he escrito sobre nacionalismo y patriotismo en varias entradas del blog:

lunes, 3 de julio de 2017

El Observador y la credibilidad del sistema político

"El vuelo público que ha tomado el caso del vicepresidente Raúl Sendic renueva dudas ciudadanas sobre la credibilidad del sistema político [...]
También el Frente Amplio se ha equivocado al tratar de soslayar esos errores, como lo ha hecho en su oposición a comisiones parlamentarias que investiguen denuncias y en el intento de apresurar la derogación del delito de abuso de funciones. Todos los partidos están de acuerdo en eliminarlo, porque la vastedad imprecisa de su texto se presta a arbitrariedades, como ha ocurrido más de una vez en el pasado reciente. Pero es claramente inoportuno hacerlo a las apuradas en el momento actual, debido a las fundadas sospechas de que se procura favorecer a conspicuos dirigentes del oficialismo que están bajo la lupa judicial, como ocurre con Sendic, el exministro de Economía Fernando Lorenzo y el expresidente del Banco República Fernando Calloia."

Estoy casi de acuerdo con la primera frase, salvo en que no creo en que sea una "equivocación" del FA negar las comisiones investigadoras sobre los negocios con Venezuela o las tupabandas, más bien me parece un intento de barrer para abajo de la alfombra y patear la pelota para adelante. Otra cosa es la derogación del vago delito de "abuso de funciones".

A la larga, lo que más mina la credibilidad del sistema político es hacer leyes equivocadas -- leyes inconstitucionales, como la Ley de Caducidad; leyes que cobijan la arbitrariedad, como el Abuso de Funciones; leyes ruinosas, de consecuencias incalculables, como la que ocasionó la deuda con los funcionarios del Poder Judicial -- aunque la corrupción y la inepcia de los dirigentes, como en el caso Sendic, le agregan unos cuantos cucharones de caldo a la sopa del descreímiento.

Sin embargo, no hay que olvidar que el periodismo forma parte del sistema que hace marchar nuestra democracia. No es saludable que un cotidiano principal de nuestra capital, como El Observador, editorialice apoyando o defendiendo una ley que reconoce que "se presta a arbitrariedades", simplemente porque haya sido utilizada para procesar a adversarios políticos. Esa postura también desgasta la "credibilidad" del sistema político: una prensa sectaria que apoya las arbitrariedades si se perpetran contra sus adversarios.

Al pasar, hago notar que Sendic no ha sido procesado por esa ley ni por ninguna otra. Y también de paso, que Amodio sí fue procesado rápidamente, lo que pone signos de interrogación sobre el andamiento del propio Poder Judicial.


Hasta ahora, frente a la masa de evidencia de ruina y de abuso por parte de la dirigencia de ANCAP, con Sendic al frente, la Justicia no ha hecho más que "investigar". ¿Qué esperan? Eso tambíén erosiona la confianza de la ciudadanía, que reclama una sanción severa, proporcional al daño que ocasiona el vaciamiento de una empresa pública, es decir, de todos.

miércoles, 28 de junio de 2017

Macron: la moderación revolucionaria y los nuevos clivajes

La de Emmanuel Macron, nuevo presidente de Francia, es una moderación revolucionaria, sostiene Jean François Kahn (en adelante: JFK) en su artículo “Macron: superar los clivajes, pero hasta el fondo”. (1)
Parece una paradoja, un oxímoron, una contradicción. Pero en la actual coyuntura política uruguaya, que nos tiene arrinconados entre el agotamiento del Frente Amplio y la ausencia de propuestas de los demás partidos, el tema merece reflexión. El planteo de JFK es, al mismo tiempo (“au même temps”, como le gusta decir a Emmanuel Macron), un elogio de la moderación y un llamado a la radicalidad.

Preconizo, dice JFK, una superación de los clivajes obsoletos, dinamitar la bipolaridad asfixiante. (“[...] je préconise [...] une recomposition idéologico-politique, un dépassement des clivages obsolètes, le dynamitage d'une bipolarité asphyxiante.” )

La superación de la bipolaridad izquierda-derecha, representada por la sucesión de naufragios presidenciales,  primero el de Nicolás Sarkozy por la derecha, y luego el de François Hollande por la izquierda, es una necesidad, sí, sostiene JFK, pero pone condiciones para que esa superación resulte en una mejora de la sociedad. La condición es que se ataquen todos los falsos clivajes y se pegue fuerte en el más importante, en el verdadero, según él: el que existe entre el liberalismo y el neoliberalismo.

Elogio de la moderación

La historia nos enseña que son los moderados quienes empiezan las revoluciones. Eso es lógico, dice JFK, porque los moderados son, por definición, quienes se rebelan contra los excesos: exceso de opresión, exceso de injusticia, exceso de malgoverno, exceso de endeudamiento, de déficits, de desocupación, de división nacional. Y abunda en ejemplos convincentes: Mirabeau (1789), Thiers (1830), Lamartine (1848), Gambetta (1870), Washington (colonias británicas 1777), revolucionarios ingleses de 1688, Francisco Madero (México, 1911). [Yo agregaría a Sun Yat-sen en China, 1911, y el Fidel Castro de 1958-59. Etc.]
Los revolucionarios, en cambio, llegan después y siempre lo estropean todo. Los ejemplos históricos abundan también. Como Lenín, el ejemplo paradigmático, que dio el golpe de estado de octubre de 1917, después que la revolución rusa de febrero de ese año depuso al Zar e instauró una República. Lenín sentó las bases del estado totalitario estalinista, y formuló la ideología que dominaría los movimientos totalitarios comunistas del siglo XX hasta nuestros días. Hoy, en nuestro país, un grupo político del FA nombra a su lista en memoria de aquel golpe de estado nefasto, que en el calendario gregoriano fue el 7 de noviembre de 1917 (711).
Que los moderados estén en el origen de las revoluciones es un hecho que puede aparecer paradojal, sin embargo recordemos los nombres contemporáneos que refuerzan esta afirmación: Vaclav Havel, Lech Walesa, Spinola, Adolfo Suárez, Cory Aquino, Violeta Chamorro.
Para JFK, la irrupción del moderado Macron es revolucionaria en el paisaje político francés, porque implosionó el Partido Socialista, dividió a la derecha y frenó el avance del Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen, superó radicalmente la bipolaridad que había bloqueado durante años la vida política de la sociedad francesa.

Convergencias que desbloquean

Para JFK, el antagonismo derecha-izquierda en las vivencias sociales y en la sensibilidad es un invariante, y no desaparecerá, forma parte del ADN social y político francés. Pero en su forma mentirosa, inadecuada, fraudulenta y paralizante que había alcanzado, se hizo trizas. Esto me lleva a pensar en el país nuestro. ¿Qué le queda de izquierda al FA, que apoya a las dictaduras de Maduro y de los Castro? Pero, ¿cómo se sale de ese bloqueo, sin caer en los viejos esquemas conservadores de los partidos que se creen “fundacionales” o en minorías testimoniales?

La solución, JFK la sugiere por el lado de las convergencias interclasistas o interpartidarias, y pone como ejemplos franceses a De Gaulle, al Conseil Nationale de la Résistance durante la Segunda Guerra Mundial con Francia ocupada, a la alianza en 1789 del Tercer Estado y la fracción progresista de la  nobleza, la convergencia en 1830 de monárquicos liberales y republicanos. Recuerda la acción de Pierre Mendès-France, que en los años 50 sacó a su país de Indochina, preparó la independencia de Túnez y cayó por sus intentos anti colonialistas. El bloque contra bloque del Frente Popular de 1936, en cambio, aunque permitió algunos avances, desembocó en la infame capitulación de Munich y en el colaboracionismo derechista de Pétain.

Cuidarse de las falsas oposiciones, dualismos y clivajes

Para salir del bloqueo actual derecha-izquierda (en nuestro país pensamos con consternación en encontrarnos de nuevo ante la alternativa Mujica-Lacalle) hay que evitar caer en nuevas falsas oposiciones, fáciles de formular, pero que no resisten un análisis.
Para algunos, el clivaje derecha-izquierda ha estallado, pero ha sido sustituido por otros, como apertura-cerramiento, Europa-Nación, los de arriba y los de abajo, o los que aceptan la mundialización y los que la rechazan.
Falsos dualismos o clivajes, dice JFK. Al analizar cada una de ellas, comprendemos que no podemos ni fiarnos ni entregarnos a ninguno de los polos de esas dualidades, entendemos que el buen sentido no cabe entero en ninguno de los extremos de estas disyuntivas.
Por ejemplo la falsa dualidad Europa o Nación, la que plantea Marine Le Pen, adversaria de la Unión Europea, que opone a la nación francesa. Dice JFK que la Unión Europea no puede ser más que la unión de naciones, que la Unión se construye con las naciones, no disolviéndolas, que la verdadera unión engrandecerá a las naciones, que no las disolverá. La oposición ‘conservador-progresista’ no es menos engañosa. Porque en algunos casos la conservación es la opción deseable, en otros casos es el progreso. Queremos conservar las instituciones republicanas y la armazón solidaria de la sociedad, queremos evitar las catástrofes potenciales del progreso, como la contaminación ambiental, el cambio climático, la destrucción atómica, el arrasamiento de la privacidad o la vigilancia universal con las nuevas tecnologías. Somos conscientes de que el progreso engendra peligros y que hay valores e instituciones que debemos luchar para conservar. Y el progreso tiene sus promesas de avances en salud y conocimientos, que no podemos ni queremos descartar o subestimar. El progreso puede ser salvar al Planeta, y también puede ser perderlo. La ingenuidad “progresista” ya no es de recibo, las cosas son más complejas y el de “conservador-progresista” es un falso clivaje.
JFK refuta igualmente la opción modernidad-arcaísmo, afirmando que un sinnúmero de valores de nuestras tradiciones deben ser cultivados y defendidos, y que todo lo viejo no es para tirar.
La oposición entre seguridad y libertad, otro falso clivaje. La seguridad es una condición de la libertad, sin seguridad no hay libertad. Ni queremos ni podemos renunciar a ninguna de las dos.
Sí son válidos los clivajes básicos: verdadero o falso, justo o injusto, y a ellos debemos remitirnos siempre.

El clivaje verdadero: liberalismo contra neoliberalismo

El clivaje liberal - antiliberal es uno al que una cierta izquierda suele hacer referencia constante. Como sabemos, “liberal” es un calificativo denigratorio que la izquierda del FA dirige a sus adversarios, con pertinencia o sin ella.
Otra equivocación, el verdadero clivaje es otro. Para JFK, la oposición, el clivaje fundamental no es entre el liberalismo y el antiliberalismo, sino entre el liberalismo y el neoliberalismo. “Es decir [la oposición] entre la pluralidad creadora del libre mercado y un modo de dictadura oligárquico-financiera de hecho; la oposición entre la verdadera libertad de emprender y el derecho concedido al gran capital de ahogar la libertad de emprender (para controlar los mercados). El neoliberalismo es, de alguna manera, al liberalismo lo que el leninismo fue al socialismo democrático: [...] una reinvención del comunismo sobre la base de la privatización universal.”
Dice JFK:
“Nada, de hecho, sería más liberal que la promulgación de una ley antitrust, una lucha contra los abusos de posición dominante y de los acuerdos ilícitos; una restauración de la competencia en los sectores en los que ha sido ahogada; una protección de los productores, [...] Pregunta: ¿rehusar estas formas de auténticas liberalizaciones sería un gesto de izquierda? ”
En otras palabras, la izquierda democrática debe ser auténticamente liberal, contra los empujes neoliberales que llevan a una dictadura monopolística del gran capital. Para ello puede encontrar aliados en la derecha para llevar adelante un política de centro radicalmente reformadora. Es lo que, a los ojos de JFK, encarna Macron.


Ahora o nunca


Para terminar, JFK explica que esta oportunidad de reformar la sociedad y la política francesas es la última, que en Francia se está llegando al combate decisivo, pero eso es tema para otro día, para otro artículo.



miércoles, 14 de junio de 2017

La reforma del mercado de trabajo de Macron

Emmanuel Macron, nuevo presidente de Francia, hizo su campaña ganadora sobre dos temas principales: 1- la pertenencia a, y el reforzamiento de, la Unión Europea, y 2- la reforma del mercado de trabajo. Ambos temas eran el blanco de los ataques más furiosos de sus rivales, respectivamente de derecha y de izquierda. Por la izquierda: ya el anterior presidente François Hollande había sido puesto en jaque por un amague de reforma del código laboral, y sufrido un deterioro sin precedentes de su prestigio y de su popularidad como consecuencia de las huelgas y las manifestaciones sindicales. Por la derecha, Marine Le Pen basaba su campaña electoral en la reacción friolenta de los franceses a la mundialización, representada para muchos por las instituciones de la UE, con sus fronteras abiertas y su libertad interna de movimiento y comercio.
De frente a esos dos ataques, Macron redobló la apuesta. Se afirmó pro europeo sin reservas. Y la reforma del mercado de trabajo fue puesta a la cabeza de su programa y de su campaña electoral, a pesar de ser la bête noire de la izquierda política y sindical. Entre las dos vueltas de las elecciones presidenciales, el candidato de la izquierda extrema, Jean-Luc Mélenchon, le ofreció su apoyo a condición de que renunciara a ella. Macron públicamente rehusó. La modificación del código laboral, la reforma del mercado de trabajo fue el centro de la campaña y del programa de Macron, que ahora se apresta a cumplir.
Veamos de qué se trata.

El problema: la desocupación

Hace años que Francia se debate con el problema de la alta tasa de desocupación, la gente que busca trabajo y no lo encuentra. Este problema tiene un enorme costo para la sociedad, tanto moral como financiero. Hay un gran aparato de protección de los desocupados, que sin embargo no puede impedir que un cierto número importante al fin y al cabo llegue al término de sus derechos y quede al margen de la sociedad. Es un drama que viven los trabajadores franceses, que fragiliza sus vidas y amarga la existencia de muchos.
Sucesivos gobiernos han ensayado distintas soluciones, los candidatos han prometido siempre atacar el problema y resolverlo, pero ninguno lo ha logrado. Hoy la desocupación llega a 9,5 %, y es el punto más bajo en cinco años.

¿Qué es lo que anda mal?

El análisis que hace Macron, y del que resultan las líneas de su reforma, es el siguiente:
Lo que hace obstáculo a la creación de empleo no es ni el sistema de seguro de salud que cubre a la gran mayoría de la población ni la protección del medio ambiente, lo que disuade a las empresas de reclutar es que el despido de un trabajador es casi imposible o muy caro, prohibitivo. Esto hace que las empresas eviten contratar gente.
En Francia, los despidos individuales y las reducciones de personal solo pueden ocurrir en condiciones específicas, limitadas. Negligencia grave para los individuos, o razones económicas para la reducción de personal. Las razones económicas quedan al arbitrio de un juez que decidirá si los despidos están justificados o no. Los jueces tienen mucha latitud para decidir. En caso de despido injustificado, las indemnizaciones que se deberán pagar pueden ser muy altas, y de hecho la ley no pone tope al monto de estas, lo que resulta en riesgos potencialmente ilimitados para las empresas.

En este sistema las grandes empresas se desempeñan mejor que las chicas, porque tienen abogados y especialistas laborales en sus planteles. Pero las pequeñas son las más generadoras de empleo.

¿Qué va a cambiar?

Estas son las cosas que propone cambiar el programa de Emmanuel Macron, se liberaliza el despido, se pone tope a las indemnizaciones atribuidas por despido injustificado, y el seguro de paro podrá ser cobrado también por aquellos trabajadores que renuncian en sus empleos, para favorecer la movilidad y la toma de riesgos.

Cambio en el financiamiento

Pero no se queda allí: junto a una mayor latitud para las reducciones de personal, Macron propone un cambio en el financiamiento del sistema de protección de los desocupados. Este pesa hoy abrumadoramente sobre las espaldas de empleados y empleadores, bajo la forma de descuentos del salario y cargas por empleado para las empresas. Hoy, un cuadro superior (ingeniero, gerente, administrador) que gana 75 mil euros nominales al año, cuesta 118 mil a su empresa y recibe en la mano 47 mil; mientras que el mismo en el Reino Unido cuesta 89 y recibe 52. Es decir, la carga de la seguridad social reposa sobre los hombros de las empresas y de los trabajadores individuales, y Macron propone que se saque de allí y se hagan cargo los impuestos en general, de modo de dejar más libertad a las empresas y mejorar el salario. Hay que ver cómo se lleva esto adelante, porque no es fácil hacer los números para que todo esto cierre y la sociedad lo acepte.

Acuerdos por empresa

El sistema actual favorece a las grandes empresas, multinacionales o no, que tienen los medios legales y técnicos para navegar la selva burocrática y jurídica de la ley francesa. Pero se sabe que son las pequeñas y medianas empresas las más generadoras de empleo. Simplificar los trámites, aligerar las cargas impositivas, es un imperativo para promover el empleo. Que sea más fácil emprender, hacer negocios, tomar y dejar empleados.
Agrava esto la ley que establece que los acuerdos nacionales negociados por los sindicatos por rama de la industria, son válidos y obligatorios para todas las empresas por encima de los acuerdos particulares por empresa. Ello establece escalas salariales, precio de horas extras, horarios, beneficios, etc., rígidos y obligatorios para todas las empresas de la rama industrial, cualquiera sea su tamaño y giro de negocio.  El programa de Macron propone invertir esta jerarquía, dando a los acuerdos por empresa validez por encima de los acuerdos por rama.

El mercado de trabajo a dos velocidades

El sistema actual ha generado también un mercado de trabajo a dos velocidades; por un lado un puñado de trabajadores con contrato sin término, sean funcionarios públicos o privados, que están seguros y protegidos en sus empleos, porque despedirlos es casi imposible o muy caro; y por otro lado una gran masa, cada vez mayor, de trabajadores, sobre todo jóvenes, que alinean contratos de corta duración, que cambian constantemente de empleo y que no pueden hacer planes de carrera. Uno de los puntos centrales del programa de Macron es extender la protección social a estos trabajadores precarios o independientes, reconocer su existencia, aceptar que el trabajo independiente ha llegado para quedarse, y hacer de modo que se integre al sistema y a sus beneficios.

Más allá del mercado de trabajo, los privilegios

Las elecciones legislativas en curso (escribo esto entre las dos vueltas) van camino de dar al Presidente Macron los medios para hacer realidad esta política. En los años venideros sabremos qué resultado da.
Pero:
Las reformas deben ir más lejos que el mercado de trabajo si se quiere cambiar en profundidad a la sociedad francesa. Seguimos a Jean-François Kahn en su artículo referenciado abajo, que dice: “[es necesario] el agrupamiento en torno a un proyecto de voluntades [decididas a] a atacar tan frontalmente los privilegios de fortuna como los de estatuto; a flexibilizar el mercado de trabajo para liberar el empleo, mientras se restaura una progresividad fiscal disuasiva de las remuneraciones obscenas (los 40 patrones del CAC40 ganan en promedio 4,5 millones de euros por año); [...] yendo más lejos en la baja de las cargas [...]”
La tarea es titánica pero, si obtiene resultados, será un aliento y una inspiración para los reformadores en países como el nuestro, con problemas, si no iguales, por lo menos similares.

Referencias

Jean François Kahn “Macron: dépasser les clivages, oui, mais jusqu’au bout”.
Ver sobre el mismo tema el artículo de Catherine Rampell en WP junio 8, 2017,
“Macron attempts a feat that Trump wouldn’t dare”

sábado, 29 de abril de 2017

Emmanuel Macron y la insurgencia del centro político

La primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas puso en el primer lugar a un centrista, Emmanuel Macron, con 24,01% de los votos, en una elección con alta tasa de participación: votó el 77,77% de los inscritos (el voto en Francia no es obligatorio).

La alegría y el optimismo que sentí en un primer momento se enfriaron en cuanto miré el resultado en la perspectiva de la segunda vuelta.

En el total suman más del 40% los votos emitidos a favor de las opciones extremas (Marine Le Pen 21,30% + Jean Luc Mélenchon 19,58%), y si sumamos a los que proponen abandonar la Unión Europea invocando un "soberanismo" rabioso, llegamos casi al 50%. Ellos incluyen a los mencionados Mélenchon y Le Pen, más la mayoría de los candidatos minoritarios.

Si alguien duda de que lo que llamo "opciones extremas" lo sean, fíjense: Marine Le Pen propone restablecer las fronteras (denunciar el tratado de Schengen), volver al franco y aplicar la "preferencia nacional" en empleos y beneficios sociales, y su partido es el refugio de la xenofobia, el negacionismo y la resistencia a los avances sociales; Mélenchon, por su parte, propone abandonar la UE en favor del ALBA, la alianza bolivariana de las Américas, un delirio basado en las fronteras que supuestamente tiene Francia con Brasil en la Guayana, y en la presencia en el Caribe de las islas francesas Guadalupe y Martinica, todos vestigios del imperio colonial francés.
Sí, y esas opciones extremas reunieron, sumadas, más del 40% de los votos.

El camino de Macron hacia la mayoría en la segunda vuelta pasa por conquistar una buena parte de los votos que en la primera fueron a François Fillon (derecha, conservador), Benoit Hamon (socialista), Jean-Luc Mélenchon (ultra izquierda), etc, todos más o menos incompatibles con su programa liberal social de centro. Los que votaron a esos candidatos por algo lo hicieron, ahora deberán reflexionar y elegir entre el populismo nacionalista de derecha y el sobrio programa centrista, que no resuelve rencores ni evoca revanchas. Y la abstención también es un gran enemigo de Emmanuel Macron.

La mayoría en la segunda vuelta es un milagro que una candidatura de centro puede operar, cosa que sería imposible para otra colocada más hacia la derecha o más hacia la izquierda en el espectro político. Ni Fillon ni Mélenchon, que estuvieron cerca de pasar a la segunda vuelta, podrían reunir los votos para derrotar a Marine Le Pen. Pero tampoco será fácil para Macron.

El extremismo populista tiene mucha fuerza, está con viento en popa internacionalmente, el Brexit y Trump mostraron que todo es posible, y lo fortalecen aún más los relatos dominantes de izquierda y de derecha. El relato de izquierda, que demoniza el libre comercio y lo acusa de ser el causante de la desocupación y de la desigualdad; el relato de derecha, que responsabiliza a la inmigración de la inseguridad y del desempleo. Ambos culpan a los tratados fundadores de la Unión Europea de instaurar esos males, el libre comercio y la inmigración. Juntos, extrema derecha y extrema izquierda, forman una muralla de prejuicios formidable y temible que el candidato Macron debe perforar para ganar.

Por cierto, los sondeos dan como favorito al candidato centrista, pero lo mismo ocurría dos semanas antes de las elecciones en EE.UU., Hillary aventajaba a Trump, y ya sabemos lo que pasó.

La esperanza radica en cómo Emmanuel Macron ganó la primera vuelta. Macron no ganó con casi un quinto de los votos emitidos por eliminación, por descarte, frente a los otros diez candidatos con los cuales competía. Es una figura nueva, es joven, es un recién llegado a la política, y conquistó positivamente el sufragio por sus propuestas inteligentes, equilibradas y novedosas. Basta estudiar cualquiera de ellas para notar cómo une la audacia con la ponderación, cómo casa la comprensión del problema a la búsqueda sin prejuicios de una solución. No es el lugar para entrar en el detalle de la reforma del mercado de trabajo o de la protección social de los trabajadores independientes, pero son medidas que encaran los problemas actuales de trabajadores y empresarios.

En esta coyuntura en la que se juega el destino de Francia, de Europa y del mundo, en este trance en el que apostamos todo al magnetismo y a la clarividencia de un líder centrista, me parece oportuno subrayar los rasgos del "centro político" y disipar algunos errores de lo que se concibe como tal.

1 - "El centro no tiene luz propia, es izquierda o es derecha" dicen los que están bajo la influencia de la ideología marxista, que mira al centro político como la prenda de la pequeño-burguesía. Abundan los ejemplos históricos de líderes transformadores que deben ser considerados de centro, como Lázaro Cárdenas, Pierre Mendès-France, Olof Palme, y en nuestro país José Batlle y Ordóñez, Zelmar Michelini o Wilson Ferreira, y ahora en Francia quizás Emmanuel Macron, que demuestran lo contrario, que el centro político dinamiza la sociedad e impulsa las transformaciones políticas en el sentido de la justicia y la libertad.

2 - El centro es moderado, pero algunos ven la moderación como tibieza. La moderación del centro político consiste en rehusar los extremos utópicos, las soluciones súbitas y violentas, la revolución, la expropiación general, el régimen autoritario para imponer el "nuevo orden". La pasión del centro político por generar los cambios no es extremista, puede y debe ser moderada, en el sentido de reconocer límites. Una política llevada al extremo puede ser contra productivo. No se trata de demolición ni de cirugía social cruenta, se trata de producir cambios consensuados y democráticos.

3 - La disyuntiva "revolucionario o reformista" que antes subyacía a nuestros análisis, se ha transformado en "reformador o conservador". Los izquierdistas se suman muchas veces a las fuerzas conservadoras vía el corporatismo de algunas clases de trabajadores.

4 - Se confunde "patriota" con "nacionalista". El nacionalismo infecta a la izquierda tanto como a la derecha, y nadie está libre. En cambio, el lugar del patriotismo es el centro, y este se opone al nacionalismo. Esta frase tomada del discurso de Macron en la noche de la primera vuelta retrata nuestra posición en este asunto: "Je veux être le président des patriotes face à la menace de nationalistes".Es la idea que el filósofo italiano Maurizio Viroli desarrolla en varios de sus libros, especialmente en "Per amore della patria. Patriottismo e nazionalismo nella storia." (Laterza, 1995), idea muy bien explicada por Fernando Savater en un artículo "Vivere Libero", y por el propio Viroli en una entrevista ("Maquiavelo y el patriotismo republicano"). En Francia, la oposición patriotismo-nacionalismo se expresa en las posiciones pro o contra la Unión Europea.

5 - Ciertos izquierdistas transforman el combate contra la pobreza en la llamada "distribución de la riqueza", estilo Chávez, Maduro o Perón. El "centro político" lo piensa distinto:
En ciertas coyunturas, sin duda, es necesario habilitar a los más desfavorecidos, como sucedió con el "Plan de Emergencia", al principio del primer gobierno de Tabaré Vázquez, cuando en el país se vivían todavía las secuelas de la crisis del 2002. Es un paliativo necesario, a veces. Pero esa no es la solución de fondo para el problema de la pobreza, como tampoco lo es la "destrucción del capitalismo". La "distribución de la riqueza" es, en realidad, la destrucción de la riqueza, un beneficio efímero y contra productivo; en eso el ejemplo de la Venezuela de Chávez y Maduro, o de la Cuba de los Castro, países arruinados y pobres, que fueron ricos, es elocuente.

En materia de combate a la pobreza, si se descarta la "destrucción del capitalismo" y las estrategias abrasivas de la matriz productiva, desde el Estado el foco debe ponerse en la producción de riqueza, en la igualdad de oportunidades, en la cultura, en la formación profesional, en la amortiguación de la desigualdad que espontáneamente genera el mercado, y en la cohesión social. Hay que acercar los beneficios de la modernidad a la mayor cantidad de gente posible (ejemplo Plan Ceibal), unir a la sociedad, tender puentes y abrir espacios de expresión, para que se dialogue y se elabore en un espíritu solidario. El rol del Estado es de promoción y de acompañamiento, a veces de ayuda, a veces de construcción de espacios, de protección contra las mafias y los superpoderes del capital financiero. Pero los emprendimientos privados tienen un rol protagónico, y deben tenerlo.

Esta es la visión del centro político, del centro-izquierda debería decir, pero de una izquierda que toma otro rumbo, un rumbo más sustancial, más con los pies en la tierra, superando las utopías decimonónicas, pero no menos cargado de futuro. Es la visión que hoy encarna Emmanuel Macron en Francia, en un combate difícil y decisivo por la Unión Europea, contra el nacionalismo retrógrado, una confrontación cuesta arriba por los prejuicios y los relatos negativos que lastran a una buena parte de los votantes, tanto de izquierda como de derecha.

Faltan pocos días.


(*) Me inspiró el título de un artículo de El País español:
"La hora de los insurgentes del centro: Con Macron puede comenzar el rearme republicano frente a los extremismos populistas", de José Ignacio Torreblanca, recomendable.