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martes, 8 de mayo de 2012

El Revisionismo Histórico y la negación de Montevideo

Un artículo de La Diaria del 24 de febrero de 2011, "Todos contra el liberal", informa que el gobierno argentino creó, por decreto presidencial, el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, a fines de 2011. El mismo artículo informa que varios intelectuales argentinos criticaron la iniciativa, por ejemplo Beatriz Sarlo.

Es inquietante que el revisionismo histórico sea la doctrina oficial del actual gobierno argentino.
Porque es la reivindicación de Rosas y del rosismo, y el rosismo es la negación de la independencia uruguaya y la voluntad de anexión de nuestro país a la Argentina. Convertido en doctrina oficial del actual gobierno argentino explica muchas de sus actitudes hostiles y presagia otras. El rosismo es también una política de expansión territorial, que no excluye al Paraguay.

Ese estado de ánimo, o actitud política, no es exclusiva de la tradición federal rosista o del revisionismo histórico. La Doctrina Zeballos, llamada así por haber sido formulada por el canciller argentino Estanislao Zeballos -- personalidad de militancia mitrista, al frente de la diplomacia argentina bajo las presidencias de Juárez Celman, de Carlos Pellegrini y más tarde de Figueroa Alcorta -- sostenía que las aguas territoriales argentinas en el Río de la Plata llegaban hasta las playas uruguayas, por eso también es llamada doctrina de la “costa seca”. Toda una historia de incidentes militares y diplomáticos que se superó con el Tratado del Río de la Plata, vigente hasta hoy. Pero los conflictos y los encontronazos siguen, baste recordar la pulseada de las pasteras y la del dragado del canal Martín García.

El revisionismo histórico es inquietante en la cabeza argentina, pero coherente.

El revisionismo histórico en la cabeza oriental
En cambio, lo que causa zozobra, por lo incongruente, es el revisionismo en la cabeza oriental. De nuestro lado del río-ancho-como-mar son numerosas las corrientes políticas que convergen a esas posiciones, (socialistas, blancos, tupamaros), manteniendo un soberanismo y un nacionalismo de fachada. Este es una combinación imposible de negación del país -- de su independencia, de su personalidad, de su derecho a la existencia independiente -- con el nacionalismo radical. Todo bajo cubierta de anti-imperialismo, de un imperialismo lejano, norteamericano o inglés. De hecho, es nacionalismo argentino vestido por uruguayos. Entienden la “liberación nacional” como lo hacían los 33 Orientales: convertirnos en una provincia argentina; no en un estado soberano confederado, como quería Artigas (y fue rechazado por la otra orilla), sino federado como una provincia más.

Varios prejuicios difundidos y arraigados entre nosotros llevan agua al mismo molino. Dicen que la República Oriental es un invento inglés, que Artigas no la quiso, que los 33 querían otra cosa; se da por supuesto que somos un "estado tapón", etc. Ideas crecidas en la falsedad a partir de una pequeña semilla de verdad. Estos prejuicios tienen curso en la sociedad uruguaya como si fueran evidencias, como lo muestran los humoristas y las letras de las murgas. Ir contra ellos es como decir que la Tierra es redonda, cuando todos creen que es plana.

Por supuesto, Carlos Real de Azúa es uno de los iniciadores de esta corriente, pero en su caso luchaba contra un dogma de signo contrario, una monolítica afirmación de premonición nacional desde los inicios, cuando en realidad fue el producto de una serie de conflictos y de una lenta maduración.

¿Artigas no la quería?
En el libro de Arturo Ardao "Artigas y la Confedaración", recientemente reeditado por Fin de Siglo (2011), el autor se pregunta: en las Instrucciones del Año XIII, ¿Artigas propugna una Federación o una Confederación? Ardao ilustra los dos conceptos y analiza los textos y la tradición en la materia, concluyendo por la Confederación. Los referentes (tanto para Ardao como para Artigas) son las constituciones estadounidenses de 1777 (que establece una Confederación) y la de 1787 (que constituye la Federación que dura hasta hoy). Ardao, a través de su lectura de los documentos artiguistas, calibra con precisión el tipo de relación que Artigas quería que el estado oriental tuviera con las otras provincias del antiguo virreinato, y demuestra que es la de confederación como estado soberano. Además, en patentes de corso emitidas por el Protector, se habla de "República Oriental". ¿Por qué se persiste en ignorar este hecho?

¿Somos un invento inglés?
Sobre la afirmación de que somos “un invento inglés” ya escribí en otro momento una entrada del blog (“¿Somos un invento inglés?”) refutando esa idea. En cuanto a los 33, en efecto, la declaración de “independencia” del 25 de agosto de 1825 nos proclama provincia argentina. Hay que saber que esa expedición fue apoyada y financiada por Juan Manuel de Rosas y que los 33 no eran todos orientales. Había un partido (en el sentido amplio) de orientales que miraban con buenos ojos la anexión de la Banda Oriental a la Argentina, de los cuales Manuel Oribe formaba parte, como lo muestra toda su trayectoria.

La negación de Montevideo.
Además de falsificar el sentido histórico del artiguismo (que era confederacionista y no federacionista), el revisionismo se empeña en ignorar el peso y la voluntad de autonomía de la ciudad de Montevideo, que la tuvo desde sus primeros balbuceos, y que fueron resistidos por las autoridades porteñas, tanto coloniales como independientes. Zabala pospuso cuánto pudo la fundación de esta ciudad, que la Corona exigía para resistir al avance portugués.
La negación de Montevideo es una constante del revisionismo histórico en su versión oriental. Se le achacan todos los defectos y culpas, que Montevideo por cierto tuvo: monopolio de la trata de negros, contrabando, oportunismo, baluarte de la Corona, primero, tibieza con Artigas después, hasta recibir bajo palio a Lecor. Todo eso, al mismo tiempo, traza su perfil burgués de ciudad-estado y revela su gran autonomía y personalidad. Cosa que siermpre molestó a su archirival Buenos Aires, que veía crecer una competidora peligrosa.

Mi pasado me condena
Se condena el pasado de Montevideo, y con eso se liquida el tema. Pero el tema es que en Montevideo reside la fuerza dinámica que transforma este territorio llamado Banda Oriental. Como dice Ana Ribeiro en su libro “Montevideo, la malbienquerida”, (Planeta 1996): “Montevideo condensa al país y a la identidad nacional.” (pág. 12)
Montevideo, que Zabala no quería fundar y se vio obligado por la Corona. Montevideo que logró sobrevivir en el medio hostil, apretado por sus murallas en un espacio demasiado reducido, menor que el que se había deseado inicialmente.
Montevideo, eterna rival de Buenos Aires, que no descansa en su intento de anularla.
Montevideo es la Banda Oriental, que sin ella sería un territorio vacío, dispuesto para la expansión de los negocios porteños o brasileños. Y es que la ciudad tiene (siempre tuvo) sus propios negocios, sus propias clases de comerciantes, abogados, banqueros, contrabandistas, etc.
No existen solamente los paisanos y los pueblos del interior, tanto hoy como en la época primera, existe Montevideo. Es la ciudad que resistió (heroicamente, ¡sí!) el Sitio Grande, hasta hoy el intento más consecuente para someterla y aniquilarla.

El Uruguay existe gracias a un tejido de Tratados internacionales
En la óptica revisionista es pecado buscar apoyos exteriores en nuestros conflictos con Argentina, como si fuéramos una provincia más de ese país. No le perdonan (los revisionistas porteños y orientales) a Tabaré Vázquez haber resistido la presión argentina contra las pasteras, buscando apoyos en quién pudiera darlos.

Sin Montevideo no se explica Uruguay, y sin ella es fácil quitarle sentido y reducirlo a cero. La negación de Montevideo va de par con la del derecho a la existencia del Estado Oriental independiente.

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