Política ficción: Constanza gana las internas en 2014
Cuento corto con moraleja.
Cuento corto con moraleja.
Hacía poco que Fabián vivía solo en esa habitación con baño, un pequeño cuchitril que lo había seducido a pesar de su exigüidad y de su precio, por la gran ventana de la única habitación que se asomaba al ancho horizonte del mar-río, y por el barrio Palermo, popular y céntrico a la vez, cercano a la casa de sus padres; una vecindad que sentía como propia y donde tenía sus amigos y sus picadas preferidas.
Su novia había preferido seguir viviendo con sus amigas, pero además no había lugar para dos en ese cubículo con vista, como decía ella. La suya era la gran vida de soltero: tenía la chancha, los cuatro reales y la hija del chanchero (como rezongaba su mamá), ¿qué más podía pedir?
Fabián tenía para pedir, sin embargo. Podía pedir, por ejemplo, que su país no fuera gobernado por viejos, esos que estaban y que pensaban quedarse cinco años más. Podía pedir que se modernizara, pero sin perder su sabor y sus tradiciones, como la fainá del Rodelú y los carnavales del Teatro de Verano. Podía pedir que las cosas estuvieran en su lugar: los desaparecedores en la cárcel, los veteranos de las distintas guerras tomando mate en las plazas y los jóvenes capaces como él en los puestos de responsabilidad, pagados como se debe. Quizás por eso había votado en las internas, como todos sus amigos, a Constanza. La verdad es que al lado del Otro parecía una niña, aunque ya no lo fuera, lejos de ello. No la votó porque pensara que iba a ganar, de ningún modo, ni siquiera porque creyera que gobernaría mejor, nones, ni menos aún porque estuviera de acuerdo en todo con ella, qué va. Todo eso no importaba, porque El Otro ganaría, era seguro, y después ganaría también las nacionales, y gobernaría como lo había hecho antes. En eso había creído hasta que los resultados empezaron a caer.
Y los resultados cayeron, contundentes. Los desafiantes, los reputados perdedores, ganaron, arrasaron, en porcentaje se entiende. Las urnas habían decretado que la presidencia de la República se disputaría entre el Cuquito y la Constanza. La altísima abstención, favorecida por la lluvia y el frío mordiente, había jugado un rol determinante. Ante ese resultado imprevisto, que todas las encuestas descartaban como imposible, cundió la consternación, primero, y luego el pánico, en el FA. Y en la oposición: el júbilo, primero, y luego el pánico también. Las presidenciales enfrentarán a dos imberbes, una por naturaleza, el otro por edad, con poca o ninguna experiencia, y sin los vínculos que se preparan de larga data para asegurar los compromisos y la estabilidad. Los mercados tiemblan. El juego cambió, la mano es otra, ya nadie está seguro de nada, el futuro inmediato es una gran incógnita, la vida muestra su verdadero rostro de incertidumbre y de misterio que nunca debemos olvidar.
Había apagado la tele a las cuatro de la mañana, cuando ya el daño estaba hecho y los resultados eran definitivos. Votó un poco menos del 20 % del padrón. Solamente los más aguerridos, los más encarnizados, los más militantes lo habían hecho. Resultado: los favoritos habían perdido. Se pronunciaron las frases de circunstancia que frecuentan los perdedores, fingiendo tranquilidad, como si nada hubiera pasado, como si todo fuera parte de la vida normal de una democracia, como si pudiera ganar cualquiera que daba igual, pero los rostros tensos y demacrados, los tartamudeos, los furcios reveladores, traslucían la zozobra que cundía en la dirigencia.
Esa superficie tranquila, esa calma aparente, estalló en pedazos y fue brutalmente desmentida por el último flash informativo que cayó al cierre de la emisión: el gobierno había decretado feriado laboral y bancario por toda la semana, comenzando este lunes. Fabián recordó la crisis del 2002, que había vivido de niño. Las frases hechas y las justificaciones alambicadas ocultaban mal la verdad: que se temía que el caos político disparara una corrida a los bancos que vaciara las reservas. Ya en las primeras horas de la madrugada se empezaba a percibir el rumor de los preparativos del capital que se alzaba para huir al galope, temiendo, más que ninguna otra cosa, la inestabilidad y la incertidumbre. Era la desbandada para ponerse a resguardo, era el sálvese quién pueda y, como ocurre siempre, los que más podían más se salvaban.
Durmió poco y mal y se despertó ese lunes como de un mal sueño, El barrio parecía creer que seguía siendo domingo, que el tiempo se había detenido y se demoraba, perezoso o timorato, en el día anterior de elecciones internas, cuando los partidos eligen a sus candidatos a la presidencia. Nada se movía. Pero había escampado.
Se asomó a la ventana en camiseta y tembló de frío. Se vistió y abrigó bien antes de salir. Las calles parecían más anchas, por desiertas. Algún perro se dirigía vivaz y concentrado a un asunto que solo él sabía. “Los perros siempre parece que tuvieran algo importante que hacer” pensó Fabián. Cruzó perros y algún gato, pero no vio gente. Se sentía en el aire como un miedo a avanzar en la realidad de ese nuevo futuro imprevisto.
Se dirigió a la casa de sus amigos a pie. En el camino, con la red de datos abierta, seguía recibiendo mensajes y tweets. En el silencio de la ciudad, en un segundo plano invisible, se desperezaba la crisis, desplegando y estirando todos sus miembros de monstruo apocalíptico. Caía un tramo tras otro del pequeño país que quería tanto. Cada media cuadra, un sms le anunciaba el derrumbe de alguna estructura, de alguna institución venerable, de un trozo del estado nacional. La confianza refluía, se escurría y se desagotaba por el agujero de lo imprevisto como un remolino que se chupaba todo el país.
Fabián, sin dejar de caminar por calles vacías, presenciaba un acontecimiento que resultaba de la más improbable de las carambolas, un efecto mariposa inaudito, como un tsunami visto llegar desde la playa, el más asombroso de los espectáculos, lástima que sea el último. Fabián había visto la película “2012”, y recordaba algo que lo había impresionado: en medio de la más total de las inundaciones -- las olas pasando por encima del Himalaya -- el celular funcionaba. Le parecía que vivía un remake.
Cuando llegó a lo de sus amigos los encontró cargando el auto con valijas y comida. Lo vieron llegar sorprendidos de que no trajera su equipaje. - ¿Qué hacen? -Nos vamos, ¿y vos? -¿Y adónde? -No sabemos todavía. Las noticias están cayendo. Un lugar que siga siendo Uruguay y no sea objetivo militar, Montevideo será ocupado en las próximas horas.
Para entonces, el Brasil ya había anexado casi todo el norte del Río Negro, Treinta y Tres y Rocha. Los blindados brasileños se habían detenido antes de entrar en Maldonado porque la Argentina reclamaba Punta del Este, y querían evitar enfrentamientos. Argentina había ocupado Fray Bentos simplemente cruzando el puente, lo mismo que Paysandú. La chimenea de Botnia había sido demolida por la artillería argentina entre gritos de júbilo de la multitud ambientalista de ambas nacionalidades, y a esta hora se decía que Mujica le cebaba mate con bizcochitos a Cristina, instalada como patrona en Anchorena, muy a sus anchas.
“Montevideo no resistirá, y es mejor que no, faltarán pan y cigarrillos, ni siquiera habrá un porro para matar el tiempo”, estimaban sus amigos, y en consecuencia habían resuelto auto evacuarse. Fabían los ayudó a cargar el auto, total, él no tenía gran cosa, y podrían pasar por su casa a buscar el mazo de cartas para jugar al truco.
Estaban listos para subirse al automóvil y arrancar cuando llegó la sorpresa. La corte electoral recontaba los votos y anunciaba que se había producido un enorme error. Un bug informático había producido un falso resultado. Con el nuevo conteo el resultado era que ganaban Tabaré y Larrañaga, ambos holgadamente.
Todo volvía a su cauce, las tropas brasileñas y argentinas se cambiaron la ropa y se volvieron turistas, Cristina dejó a Mujica la cabecera de la mesa, pidiendo disculpas por su error de protocolo, los capitales dieron marcha atrás e hicieron delete de sus transferencias de la madrugada, volvió a entrar lo que salió, quedó saldo cero. Sus amigos descargaron el auto y se empezaron a armar un porro. Fabián llamó a su novia que recién se despertaba. No le contó que el país casi se termina, no lo hubiese creído, ella también había votado a Constanza.
Fabián, sentado en el cordón de la vereda fumando con sus amigos, vio que los perros se habían echado y se rascaban las pulgas con aplicación. La gente empezaba a salir a la calle.
MORALEJA 1: La abstención puede fragilizar las instituciones, deslegitimándolas y volviendo arbitrarios los resultados electorales. ¿El voto debería ser obligatorio?
MORALEJA 2: El Uruguay soporta mal los imprevistos, es conservador, se asusta fácilmente, no les gustan las aventuras. Decir “experimento” es decir “no lo hagas”.
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