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lunes, 18 de julio de 2022

Izquierda, derecha: una puesta en claro

Introducción

Este ensayo intenta restaurar un significado coherente de las nociones de “izquierda política” y “derecha política” que suelo manejar; es una clarificación que necesito para poder usarlas. También para ubicarme en el mapa político según mis creencias y mis ideales.
Queda dicho pues que este trabajo es autorreferencial, es un hito de mi historia. No pretende descubrir algo nuevo, sino poner en orden mis ideas. Quizás le sirva a alguien para poner en orden las suyas.
Una segunda parte, en texto separado, está dedicada a la crítica del marxismo, y especialmente de la teoría del valor-trabajo, que a mi ver es la piedra angular del anticapitalismo, persistente en la izquierda.
El marxismo fue mi religión política durante muchos años y su estudio consumió una buena parte de mi tiempo. Intento distinguir el anticapitalismo de la izquierda.
Tampoco aquí hay novedades, todo está dicho y escrito en algún lado, pero pongo un énfasis personal en denunciar a la teoría del valor-trabajo como el origen de las catástrofes ocasionadas por la doctrina.
En esa segunda parte incluyo un análisis de las perspectivas de futuro. Allí trato de identificar los problemas más importantes que a mi juicio debemos enfrentar en la actualidad como colectivo humano.

Las palabras, campos de batalla

La complejidad de los términos políticos es producto de la historia, tanto de la historia universal como de la local y reciente.
El siglo XX, con la descolonización, el estalinismo, el cambio profundo de la sociedad, la degradación del medio ambiente, sin olvidar las guerras y las revoluciones, ha desfigurado el esquema binario izquierda-derecha. Las palabras, izquierda, derecha, fascismo, democracia, libertad, se han convertido en campos de batalla donde se enfrentan concepciones opuestas.
El filósofo italiano Norberto Bobbio (1909-2004), en su ensayo “Destra e sinistra” (1996) intentó desenmarañar la madeja y salvar la noción de izquierda, tanto para hacerse entender, como para seguir adhiriendo a algo que consideraba esencial de su existencia social: su militancia por equidad y justicia. Sigo su huella, así como la de otros autores que me inspiran, como Antonio Escohotado, François Furet y Leszek Kolakowski. La lista de las deudas intelectuales es larga y la pondré en otro lado.

Confusión. Izquierda y antiimperialismo

Desde hace un siglo, por lo menos, se ha desplazado el centro de gravedad de la izquierda de la lucha obrera y por las libertades institucionales a las reivindicaciones nacionales.
El Risorgimento Italiano del siglo XIX, que llevó de frente la aspiración a un estado nacional unificado con el reclamo de un régimen constitucional, fue una fusión lógica y armoniosa del patriotismo con la izquierda.
La historia agridulce de las repúblicas americanas es un drama inconcluso de aspiraciones y frustraciones.
Luego, en el siglo XX, la emancipación de las colonias, la descolonización en África y Asia también alineó a los nacionalismos nacientes con los reclamos universalistas e igualitarios de la izquierda.
Como resultado esto lleva a que se confundan antiimperialismo e izquierda y a que se reemplace uno por otro. Cuando el antiimperialismo muta en nacionalismo excluyente o étnico encarna valores que están en el polo opuesto a la izquierda, por lo que se produce una inversión maligna al confundirlos. El ejemplo paradigmático en Argentina es el desprendimiento del movimiento católico, peronista y de extrema derecha Tacuara, acaudillado por Joe Baxter, que por vía de su antiimperialismo pasó del nacionalismo de extrema derecha a formar parte de los movimientos armados de extrema izquierda; recordemos que este grupo participó en la fundación del MLN Tupamaros; que una parte de él fue a dar a Montoneros, otra al ERP, y que Baxter mismo terminó en el trotskismo. Otro caso ejemplar y sugestivo es la evolución de los partidos comunistas serbio y ruso postsoviéticos hacia el ultra nacionalismo autoritario, como el encabezado por Milosevic.

Entrevero. El bolchevismo y la izquierda

El bolchevismo (o leninismo) nació de la izquierda, surgió en el partido socialdemócrata ruso, e intentó apoderarse de ella con exclusividad, condenando a su matriz socialdemócrata como “traidora”, “social fascista”, etc. En ese intento tuvo éxito, en cierta medida, durante mucho tiempo.
El principal exponente y el heredero del bolchevismo en nuestro continente es el régimen cubano, que se apoderó de Venezuela a través del régimen de Chávez y Maduro, infiltró sus instituciones y sus empresas, le extrajo miles de millones de dólares, y pretende extenderse a otros países. En el FA uruguayo el régimen cubano es artículo de fe, ni se lo critica ni se lo condena, así como se hace silencio sobre el régimen chavista, haga lo que haga. En el monopolio de la izquierda política en Uruguay no se puede atacar ni al bolchevismo ni al régimen cubano.
El fascismo mussoliniano, un nacionalismo militarista, imperialista y excluyente, nacido del movimiento socialista italiano, en su fase final también antisemita, se opuso al bolchevismo y al socialismo, y en cierto momento intentó monopolizar a la derecha.
Fascismo y bolchevismo ponen en escena su antagonismo, y pretenden que esta oposición domine las opciones políticas: el que no está con uno tiene que estar con el otro.
Como la historia enseña, esa enemistad aparente es complicidad real contra los regímenes democráticos. Lo demostró la experiencia del antifascismo en Europa en la década del 30, cuyos hilos movía Stalin, que condujo al pacto germano-soviético de 1939.
Siguiendo con los ejemplos, el nacionalismo vasco racista-esencialista de ETA es considerado de izquierda porque adhiere al marxismo-leninismo, aunque su origen sea de extrema derecha (en el Carlismo).

El camino recorrido

Mi camino por las ideas comenzó por un antiimperialismo primario, el rechazo a la invasión de Guatemala en 1954 por un ejército mercenario pagado por la CIA, que derrocó al gobierno reformista y democrático de Jacobo Arbenz (con una secuela sangrienta que todavía perdura). La invasión en sí y la versión mentirosa que dio la prensa del hecho me marcaron para siempre. Fue perpetrado en nombre de la democracia por la primera democracia liberal del mundo, y manchó durablemente su imagen (la imagen del país y la de la democracia) a los ojos de los jóvenes de mi generación.
El golpe de Guatemala fue casi paralelo a la represión soviética de la revolución húngara en 1956, que cimentó el “tercerismo” muy en la línea del semanario “Marcha”, es decir, no nos alineamos ni con el bloque soviético ni con Estados Unidos.
Viví luego el entusiasmo con la Revolución Cubana de 1959. De allí evolucioné con la polémica chino-soviética de 1963 a un maoísmo anarquizante que me llevó a confundir la Revolución Cultural china de 1966 con una revuelta anti burocrática, consternante ingenuidad que cometí en la buena compañía de una parte de la intelligenza francesa e italiana.
En esa senda se alternaron la experiencia (militancia estudiantil, política y sindical en Uruguay, viaje a la China de Mao, vida en el Chile de Allende y en la Francia de Mitterrand) y el estudio, con especial énfasis en “El Capital” de Karl Marx. Mis intereses filosóficos a partir de 1973 se abrieron a otros autores, natural y afortunadamente. Mis intereses literarios hacía tiempo que corrían por otro carril.
Si entendemos “ideología” como “religión política”, siempre intenté someter creencias y opiniones a la razón y a los hechos de la historia: para conservar los valores y descartar los relatos ficcionales y facciosos.
Por eso mis ideas han ido cambiando. No es un motivo de vergüenza, al contrario, para mí lo es de orgullo. Pues las ideas existen para ser objetos del pensamiento, para comunicar y discutir entre seres pensantes, por oposición a los dogmas que nos aíslan en sectas estancas. Los dogmas nos estrellan contra el muro de la realidad y de la razón.

Izquierda, Derecha: origen histórico de los términos

En la Revolución Francesa

Los términos izquierda y derecha, usados para calificar a una tendencia o idea política, nacieron en la Asamblea Nacional de la Revolución Francesa, como lo explica el siguiente extracto del artículo “Izquierda política” de la Wikipedia:
“El término Izquierda política, como el de Derecha, tiene su origen en la votación que tuvo lugar el 11 de septiembre de 1789 en la Asamblea Nacional Constituyente surgida de la Revolución Francesa en la que se discutía la propuesta de un artículo de la nueva Constitución en la que se establecía el veto absoluto del rey a las leyes aprobadas por la futura Asamblea Legislativa. Los diputados que estaban a favor de la propuesta, que suponía el mantenimiento de hecho del poder absoluto del monarca, se situaron a la derecha del presidente de la Asamblea. Los que estaban en contra, y defendían que el rey sólo tuviera derecho a un veto suspensivo y limitado en el tiempo poniendo por tanto la soberanía nacional por encima de la autoridad real, se situaron a la izquierda del presidente. Así el término "izquierda" quedó asociado a las opciones políticas que propugnaban el cambio político y social, mientras que el término "derecha" quedó asociado a las que se oponían a dichos cambios.”
En esta figura paradigmática, inaugural de la significación de los términos derecha e izquierda, hay ya por lo menos dos dimensiones que volvemos a encontrar una y otra vez: igualdad y libertad, los temas eternos que dividen las aguas de nuestras ideas políticas. Primero la cuestión de la autoridad absoluta del Rey, por encima de la libertad de la Asamblea; y segundo la cuestión de la igualdad, si el Rey es uno más, con iguales derechos.
La historia de la Revolución Francesa también dio origen a otros clivajes: “una izquierda liberal que rechaza el Terror del ‘93 a favor del ‘89 de los derechos; una izquierda jacobina centrada sobre el estado y su poderío renovado por la Revolución y el Imperio; una izquierda colectivista que llama a ir más allá de la Revolución y la República en el Socialismo; una izquierda libertaria, finalmente, que defiende, contra el poder y las élites, el rol de las clases populares en la búsqueda de la igualdad.” (Tomado del comentario en Le Monde fechado 28/09/2012 del libro de Jacques Julliard “Les gauches françaises 1762-2012 Histoire, politique et imaginaire”.)

El Renacimiento, la Ilustración

Más allá de los términos, derecha e izquierda, las ideas mismas que se agrupan bajo esas etiquetas son un conjunto variopinto de diverso origen histórico, con raíces en el desarrollo de la civilización europea occidental y en la historia americana.
Me resulta necesario distinguir en ese conjunto las ideas comunistas de las liberales.
El comunismo está bien estudiado por Antonio Escohotado en su monumental obra “Los enemigos del comercio”, indispensable.
Las ideas liberales, republicanas, democráticas, por su parte, también tienen su historia, que empieza en Grecia antigua, y que fueron siempre (no sólo ahora) antagonistas de las de la vertiente comunista. Dice Escohotado:
"...la expresión más brillante de escándalo es una República platónica concentrada en oponer seguridad y libertad. Allí, junto a la propuesta de regresar a la severidad del ayer, encontramos también por primera vez la de reconvertir lo privado en común.
"Desatendido políticamente por sus compatriotas, Platón se convirtió más tarde en el principal inspirador de la teología, la pedagogía y la ética cristiana.
"Su crítica de la democracia como demagogia triunfó y, sin embargo, la aspiración al autogobierno no pudo erradicarse. Por caminos casi siempre sinuosos acabó imponiéndose una libertad inseparable de innovación, y Europa se convertiría en foco de una cultura occidental llamada a ser política y económicamente hegemónica.” (Antonio Escohotado. Introducción a “Los enemigos del comercio”.)
Subrayo del texto de Escohotado la frase: “la aspiración al autogobierno no pudo erradicarse”. Esa aspiración reaparece en las repúblicas italianas del Renacimiento, en las ciudades comerciantes de la Liga Hanseática, en la Holanda protestante. Inspira la pluma de muchos filósofos de la Ilustración. En la República de Holanda gobernada por el liberal De Witte vive, piensa y escribe Baruch Spinoza.
Triunfa con los Founding Fathers de la Revolución Norteamericana. Produce la llamarada de la Revolución Francesa. Inspira a José Gervasio Artigas.

La izquierda ¿es comunista o liberal?

No intento hacer una historia de las ideas liberales, sino explicar qué entiendo por ideas de izquierda. Pero eso no se puede hacer mencionando una sola raíz. Y la doble naturaleza de la izquierda, liberal y comunista no puede negarse, aunque el comunismo pretenda relegar al liberalismo a las tinieblas exteriores, o bien mantenerlo controlado en una alianza donde es hegemónico.
Me parece decisivo y fundador, en la formación del espíritu de izquierda liberal, el intento de crítica racional de las ideas establecidas. La creencia en la razón es lo que llevó a Baruch Spinoza, David Hume, Montesquieu y otros filósofos a someter a la crítica a las instituciones del Estado, a la Monarquía y a la Biblia; lo que permitió pergeñar la idea de progreso y la aceptación de novedades, lo que fundó la esperanza en la ciencia y la creencia de que con los cambios se podrían mejorar la vida de los individuos y a la sociedad toda.
Por eso, para mí, lo digo sin ambages, la verdadera izquierda es liberal.

Izquierda y derecha políticas

Right & Left in a nutshell

La cita de Stuart Mill dice todo lo esencial sobre la izquierda y la derecha puras, entendiendo "party" no como "partido" sino como "partidarios":
“A party of order or stability, and a party of progress or reform, are both necessary elements of a healthy state of political life.” (John Stuart Mill "On Liberty" 1859)
La cita de Enriques Krauze en cambio, lo dice todo sobre nuestra confusión (en Letras Libres, junio de 2020): "Un senador de la república me interpeló ... con una cita de Octavio Paz: ‘Hay que repetirlo: nuestra obtusa derecha no tiene ideas sino intereses’. Le respondí completando la cita: ‘La izquierda está paralizada por una tradición dogmática y por su pasado estalinista’. ".
¿Es la derecha algo más que sus intereses egoístas, es la izquierda algo más que su dogmatismo comunista?
Entonces, he aquí mi propuesta positiva: la derecha considera que lo que es, está bien, y debe perdurar. Es un estado de satisfacción en lo que respecta al orden social, de respeto de la tradición y de resistencia a los cambios; y la izquierda cuestiona los dogmas religiosos y las jerarquías, pone a la razón y la ciencia al frente de sus prioridades, toma partido y la palabra por los menores y los relegados, es un estado de insatisfacción y de deseo de cambio.
La derecha es la conservación de la tradición y el orden social.
La izquierda es la innovación, el progreso a través de lo nuevo, las nuevas ideas superando a las antiguas. Es el cuestionamiento de la autoridad, es el David con la honda de ła crítica derribando al Goliath de los dogmas

La libertad y la verdad

Verdad y libertad: son territorios en disputa, sin duda. Deliberadamente sitúo el tema “libertad” fuera de “izquierda” y de “derecha”, porque no pertenece de derecho a ninguno de las dos, como tampoco la “verdad”. Ni la libertad ni la verdad son valores de izquierda o de derecha. Son valores en disputa, de los que unos y otros quieren apropiarse y exhibir como propios.
La derecha mercantilista y la izquierda comunista rechazan la libertad de comercio, como la derecha autoritaria, el oscurantismo religioso y la izquierda comunista aborrecen la libertad de pensamiento. Pero ello no compromete ni a todas las izquierdas ni a todas las derechas.
Durante todo el siglo XX una buena parte de la izquierda estuvo asociada al comunismo, y éste a la represión y al dogmatismo, en cumplimiento de un supuesto destino proletario. La bandera de la libertad de pensamiento y de creación quedó en manos de la derecha liberal y del socialismo democrático. Libertad y verdad son criterios para juzgar tanto a la izquierda como a la derecha, me refiero a la verdad histórica sobre todo.
Y quiero aclarar que aquí no estoy hablando de libertad en el sentido de aquella compleja relación del individuo con su propia finitud, por un lado, y con la infinitud de su potencial creativo, por el otro.
Hablo de libertad política individual. Es decir, de qué restricciones hacen pesar la familia, la sociedad y el poder del Estado sobre el individuo; qué límites se imponen a su conducta, a su pensamiento y a su expresión, a su búsqueda, a sus desplazamientos, a su actividad productiva, comercial o intelectual, a su asociación con otros, a su vida sexual y amorosa. A qué leyes está sometido, quién las dicta, quién las hace respetar, y cómo se asignan las responsabilidades correspondientes.
La respuesta a esas preguntas define el régimen político imperante, que puede ser más o menos libre o autoritario.

Derecha

Entiendo que la “derecha” es la corriente política que da preeminencia al mantenimiento del orden social y a la conservación de las tradiciones. Defensa y restablecimiento del orden, transmisión de las tradiciones, allí está, creo yo, el corazón legítimo de la derecha y su verdadera razón de ser, las fuentes de su fuerza y de la adhesión que suscita, la explicación de su continuidad y de la vigencia política permanente de sus ideas.
Conservar el orden social es, casi siempre, perpetuar la posición social de las personas, ya sean estas propietarios, siervos, obreros fabriles, etc, según los casos y las sociedades; la reproducción del orden social por la herencia es crucial. La movilidad social, el cambio de estamento, ya sea durante la vida de los individuos o de su progenie, puede ser tolerada por la derecha, pero es mirada con desconfianza como un peligro, un factor disolvente de las costumbres y de los valores a conservar.

Rituales y costumbres

Los rituales y las costumbres de la vida cotidiana son parte integrante de las tradiciones, expresan la estructura social y, al ejecutarse, la conservan y la reproducen. El casamiento, por ejemplo, pero también la obtención de diplomas, la comunión, la circuncisión, la fiesta de quince, la bar-mitzvah, etc.
Sin duda el orden social también está representado en ciertos rituales banales y cotidianos, diferentes según la sociedad de que se trate; entre nosotros puede ser el uso de corbata en ciertas ocasiones, los protocolos de saludo, de precedencia, de trato.

Orden social

Más importante aún: el orden social es también lo que nos preserva de la rapiña, de la violación, del asalto a mano armada, es lo que hace que nuestros depósitos bancarios estén seguros, es lo que garantiza la propiedad de nuestra casa, e via dicendo.
Se entiende, pues, que el orden social es un valor que la mayoría comparte, y que es un gran bastión político de la derecha. La izquierda tiene que pensarlo muy bien antes de atacarlo, y debe respetarlo si quiere tener vigencia electoral y amplia adhesión popular.
Incluso cuando el orden es desbaratado por un levantamiento revolucionario, generalmente considerado de izquierda justamente porque rompe el orden existente, la nueva autoridad constituida tiene como primera preocupación el restablecimiento de la vigencia y el respeto de la ley, sea de la antigua ley o de la nueva, la antigua si la revolución es derrotada, la nueva si triunfa.
Cuando un movimiento político transformador intenta analizar el orden social vigente para determinar qué partes se pueden cambiar sin peligro de caos y cuáles hay que preservar, es porque sabe que no se puede jugar con ello de manera irresponsable.

La huelga

La huelga fue mirada por la izquierda revolucionaria del siglo XIX (en particular por los anarco-sindicalistas) como la expresión y la herramienta de la subversión total del derecho de propiedad, capaz de conducir y de alumbrar un nuevo orden social.
Pero las luchas sindicales y obreras condujeron a otro equilibrio entre clases sociales. La codificación del derecho de huelga es un recurso para abrir, en el orden social imperante, una puerta que permita la reivindicación obrera, articular un espacio de protesta y de cambio, sin desarmar la estructura general. La introducción del derecho de huelga es considerado, con razón, obra de la izquierda, y fue en su momento denunciado como subversivo, pero hoy forma parte, a partir de su adopción en el marco legal, de las reglas del orden social. Hoy, la huelga y los sindicatos son vistos como un factor de equilibrio. Tan solo una derecha extrema sigue soñando con la supresión total del derecho de agremiación y de huelga.

La tradición

La tradición es otro de los bastiones de la derecha. La tradición incluye las creencias religiosas, el rol canónico de la mujer y del varón, ciertos valores y anti valores, como ser el rechazo de la homosexualidad y la admiración del coraje guerrero. La tradición se transmite de generación en generación sin que la política intervenga, casi, en ello. Pero la política de derecha hace de ella una bandera, mejor dicho, hace de su conservación una bandera. Las tradiciones se transmiten de una manera que es imperceptible desde el escenario político, salvo cuando alguna de ellas es cuestionada o atacada, por ejemplo por el movimiento feminista o el de gays y lesbianas reclamando el derecho de adopción. Entonces se produce un enfrentamiento en el que los defensores del bando tradicional, el statu quo, son casi siempre actores políticos de la derecha.
Pero, por supuesto, los valores tradicionales y las tradiciones tienen la adhesión de la mayoría, y su abandono supone un desgarramiento mayor en la sociedad, que no ocurre sin conflicto.

La defensa de los ricos

La derecha ha tenido siempre el rol principal en la defensa de los ricos y los poderosos. Estos financian sus partidos políticos, sus asociaciones y sus ateneos. Esto deriva de aquello: los ricos y los poderosos son las personas mejor instaladas en el orden vigente, que les conviene preservar.
Pero esto solo no podría explicar la fuerza de sus partidos, ni podemos creer que la mayoría de la gente, que no es ni rica ni poderosa, está engañada y es ciega a la realidad, aunque algo de esto puede haber. El fondo de la cuestión es, sin embargo, que la derecha cuenta con dos palancas de mucho coeficiente, que son el orden y la tradición, porque estos son aceptados por la mayoría como una necesidad y un bien social. Que en general lo son, sin duda.

La derecha paternalista

El “estado del bienestar”, que es hoy prenda de los gobiernos socialdemócratas, fue en sus comienzos una táctica ideada por la derecha para preservar el orden social y quitar aire a sus adversarios socializantes. Antes aún, existieron las iniciativas de las parroquias en ayuda de los pobres, de los indigentes, de los huérfanos y los enfermos. Esto no tiene origen en ideas de izquierda, sino en una sensibilidad especial frente a las dificultades de las personas desfavorecidas o desgraciadas.
Hablaremos de esto más adelante, ahora basta recordar que los Estados nazis y fascistas fueron Estados de Bienestar, proveían salud, alojamiento, transporte y diversión, acompañadas de su propaganda, y lo hacían de una manera paternalista, sin permitir una organización independiente de los objetos de esas políticas.
La derecha más autoritaria es también paternalista.

Izquierda

La izquierda pura – la igualdad

Me refiero así a la izquierda como pensamiento libre, sin los compromisos ni las responsabilidades del gobierno o del poder político, porque siento la necesidad de distinguir la izquierda como orientación de gobierno (o que se prepara para gobernar) y la izquierda como sensibilidad social movilizada por fuera del Estado, independiente de él.
Así como la derecha pura es la tradición y el orden, la izquierda pura es la palabra de los disconformes, es el cuestionamiento del orden imperante, la puesta en tela de juicio de los valores tradicionales, y es la aspiración de igualdad, de justicia y de libertad.
Norberto Bobbio se pronuncia por la aspiración a la igualdad como criterio para distinguir izquierda y derecha: "[...] me resulta que el criterio [...] para distinguir la derecha de la izquierda es la distinta actitud que los hombres [...] asumen frente al ideal de la igualdad, que es, junto al de la libertad y el de la paz, uno de los fines últimos que se proponen de alcanzar y por los cuales están dispuestos a luchar."(Cap. VI - Eguaglianza e libertà pp.71-82)
Son también estos unos valores muy apreciados y, por lo menos de palabra, reconocidos por una amplia mayoría. Las diferencias empiezan cuando se llega a los casos concretos, quién tiene derecho a qué según su condición.
Pero las dudas van más allá de la casuística pues la igualdad, la libertad y la justicia son conceptualizadas de modos muy distintos según las corrientes políticas y filosóficas.
Por igualdad algunos entienden la absoluta igualdad de bienes materiales. La experiencia de los kibbutz es un ejemplo de intento de llevar a la práctica social el ideal de la igualdad, pero en condiciones acotadas. Algunas comunidades religiosas, y quizás los saint-simonianos, también lo intentaron o lo intentan. En nuestro medio existieron (¿existen?) experiencias como la Comunidad del Sur, y otras. El ideal o meta final del comunismo expresa esa creencia. “A cada cual según sus necesidades” reza el principio, lo cual supone una abundancia ilimitada de bienes y/o una restricción de las “necesidades”. Pero este ideal no conoció nunca ni siquiera un comienzo de aplicación a escala de una sociedad compleja. La experiencia de los Jemeres Rojos en Camboya en 1978 fue quizás una, y terminó en genocidio. Sólo hay experiencia de reparto de bienes limitados según distintos criterios, pero siempre mediando en el reparto o bien un mercado comercial o bien una burocracia omnipotente.
La igualdad como concepto tropieza con la desigualdad inherente a la especie humana, pues siempre habrá diferencias de sexo, de edad y de salud, por lo menos. Es imposible que no haya, además, diferencias de aptitud para tal o cual actividad, diferencias de facilidad de aprendizaje, diferencias de gustos y de vocación. Todo concepto de igualdad debe lidiar con estas desigualdades que no se pueden borrar en ninguna sociedad, ni real ni imaginaria.
El tema de la igualdad es central y muy problemático. Lo menciono sin pretender resolverlo.
Creo que John Rawls, que en “A Theory of Justice” reflexiona sobre la desigualdad, y sobre qué desigualdad puede ser aceptable en una sociedad para ser considerada “justa”, se acerca a una solución y propone un criterio teórico.
A propósito de igualdad no podemos dejar de citar a Hume:
“Dividamos las posesiones de un modo igualitario, y veremos inmediatamente cómo los distintos grados del arte, esmero y aplicación de cada hombre rompen la igualdad. Y si se pone coto a esas virtudes, reduciremos la sociedad a la más extrema indigencia. En vez de impedir la carestía y la mendicidad de unos pocos, éstas afectarán inevitablemente a todo el cuerpo social. También se precisa la inquisición más rigurosa para vigilar toda desigualdad, tan pronto como aparezca por primera vez, no menos que la más severa jurisdicción para castigarla y enmendarla. Pero tanta autoridad habrá de degenerar pronto en una tiranía, ejercida con grandes favoritismos.”
Según Antonio Escohotado, que lo cita en "Los enemigos del comercio" Tomo 1, pág. 385,  “Lúcido y premonitorio, fue dirigido a los levellers, primigenios comunistas, y es válido para todas las experiencias realizadas hasta hoy”.
La igualdad que defiende y caracteriza a la izquierda liberal (ya no es la izquierda pura) es la igualdad ante la ley que, recordemos, se ilustra en la abolición de la servidumbre y de la esclavitud, de modo que la “igualdad ante la ley” tiene mucho que ver, en su origen, con la lucha por la libertad política. O, más simplemente, como lo dice Antonio Escohotado, la búsqueda de “una sociedad sin superiores e inferiores por nacimiento.” (T1, pág 222) Es la negación tanto de los privilegios aristocráticos como de condiciones de inferioridad hereditarias. La igualdad que quiere la izquierda liberal comprende la igualdad de oportunidades, de acceso a la ciencia, al conocimiento del mundo, a la experiencia artística, a la información. Y es una igualdad universalista, para todos, sin distinción de origen étnico, sexo o religión.

La justicia

La justicia es aún más difícil de aprehender. Es la aspiración a la plena vigencia de un estado de derecho, con la aplicación de leyes “justas” (las comillas indican que hay una disputa en cuanto a cuáles serían las leyes justas). Esta aspiración incluye el juzgamiento y la condena de los crímenes impunes de los poderosos de una época, por ejemplo de los crímenes de la dictadura en Argentina y de las torturas, de las desapariciones y los robos de bebés. En esto muchas corrientes de derecha democrática van a concordar. Pero la justicia que quiere la izquierda no es simplemente la vigencia del estado de derecho, sino también la eliminación de las injusticias sociales, como la pobreza hereditaria, con su cortejo de déficits educativo y sanitario, y la extrema polarizacioń de la distribución de los bienes y de los beneficios del desarrollo industrial y científico. No es lo mismo que la igualdad, pero converge con ella a una sociedad donde se moderan las diferencias sociales.

El orden social y la tradición

La izquierda se opone al orden establecido. Lo considera injusto.
Se opone a la tradición, por lo menos a algunos de los valores que son aceptados como religión por la sociedad.

La Ilustración

La crítica, la reflexión, la razón, la ciencia, son valores que la izquierda hace flamear en sus estandartes, y es legítimo porque históricamente ellos socavaron la autoridad de la tradición religiosa, la de los doctores de la iglesia y el orden de los señores feudales.
Sin embargo, la libertad de comercio, decisiva en el trabajo de zapa del orden feudal, y la base de la prosperidad actual del mundo, no es defendida por la izquierda de manera unánime: la vertiente social democrática marxista la cuestiona, (sin hablar de la comunista, que la rechaza de plano, como también rechaza todas las demás libertades).
La ciencia (el espíritu científico, y sus logros) es hermana de la Ilustración.
El tema de la libertad de crítica y de pensamiento toca el de las libertades en general, y es territorio en disputa entre la corriente comunista y la corriente liberal en la izquierda. El dogmatismo marxista, con su pretensión a la verdad única “científica”, es todavía hoy un formidable enemigo de la libertad, tanto de pensamiento como de comercio.

La izquierda en el gobierno

Vimos, en el apartado anterior, la izquierda “pura”. Sin embargo, cuando llega al gobierno a la izquierda le toca asegurar el mantenimiento del orden y el respeto de la tradición, por lo menos de algunas tradiciones, como ser las que conforman la identidad nacional. Si no se ha separado la Iglesia del Estado, como en Argentina o el Reino Unido, el gobierno de izquierda tiene la obligación de hacer respetar las tradiciones religiosas. Menuda contradicción.
Cuando gobierna, tiene que hacerlo para todos, no solamente para quienes están de acuerdo con sus ideas; avanzar con leyes y consensos, si quiere mantenerse dentro de la institucionalidad democrática. En el gobierno debe dirigir la policía y las fuerzas armadas, administrar las cárceles, proceder según las leyes anteriores, mientras que no consiga cambiar algunas. Ya no puede ser la izquierda “pura”, sin compromisos. Eso, sin contar los casos en que cae directamente en los vicios que criticaba desde la oposición.

El espíritu revolucionario y los extremos autoritarios

La extrema izquierda

La izquierda extrema es la izquierda revolucionaria, la que busca el triunfo definitivo y absoluto de sus ideas, de su concepto de la justicia y de la igualdad, la victoria final de su modelo de sociedad, por los medios que sean. El fin es tan alto, tan absoluto, que justifica cualquier sacrificio (vidas, generaciones, valores). El parecido con el fanatismo religioso (católico, islámico, etc.) no es mera coincidencia.
El problema de las revoluciones izquierdistas triunfantes es que pretenden suprimir al orden injusto y también a sus defensores. Suprimen los partidos de derecha y luego tienen que asumir su función, pues es necesario defender el orden y preservar las tradiciones, ya sean estos las nuevas tradiciones y el nuevo orden. Un solo partido, una sola tendencia, ocupando todas las funciones, actuando en todos los roles.
La Revolución goza de un inmenso prestigio. Revolucionario es un adjetivo poderoso, su mención suscita entusiasmo o temor, pero emociona siempre al extremo. Ha sido el fondo de comercio del régimen cubano de Fidel Castro, que lo explota hace más de medio siglo, sin que dé señales de agotamiento, a pesar de haber arruinado a su país y de haberlo hecho vivir bajo un despotismo paralizante. Es como lo que en otra época puede haber sido el prestigio de la palabra divina, de un profeta o de un rey taumaturgo. ¿Por qué?
Es (creo) que la Revolución evoca el acceso a la utopía. No es simplemente el derrocamiento de un régimen político, de un gobierno o de un monarca, es el pasaje intentado al reino celestial, a la edad de oro; “revolución” significa justamente eso, vuelta completa de 360 grados, el retorno al comienzo, al paraíso perdido, a la mítica armonía que, se cree, existió al alba de la sociedad humana, el “comunismo primitivo” de Engels, o cosa similar. En nuestra América, de raigambre guaraní, el espíritu revolucionario atisba desde las profundidades de la “tierra sin mal”, meta de las migraciones emprendidas por poblaciones enteras bajo la conducción de un karaí.
Esta revolución reivindica y utiliza para sus fines la violencia del oprimido. Los mujiks que incendian el castillo de los señores, los esclavos que matan a sus amos, esto es, el “odio justo” contra el cual nos prevenía Nina Berberova, la violencia que, según Franz Fanon, transforma al oprimido en libre. Franz Fanon teoriza la función redentora de la violencia. Pero luego del estallido revolucionario, de la rebelión, hay que hacer entrar en cintura a los insurrectos, hay que poner orden. La izquierda revolucionaria que es primero violenta, es después represiva.
La Revolución es, sin duda, una prenda de la izquierda, pero la desborda por todos lados. Tiene de la izquierda el cuestionamiento del orden establecido y de las tradiciones instaladas, pero le suma el dogmatismo de sus objetivos, –en el polo opuesto a la libertad de pensamiento y a la duda científica–, y la defensa a ultranza del futuro nuevo orden, en lo cual se identifica con la derecha más absoluta. Stalin y Hitler pueden ser equiparados como expresión de poder totalitario, revolucionario y absoluto, subvirtiendo el orden y las tradiciones que los precedían, e instaurando otras que convirtieron en intangibles, absolutas, incuestionables.
Se podría decir que la izquierda es compañera de ruta de la revolución, pero que esta última la supera, la desborda, y finalmente la derrota.
Vale la pena escuchar a Leszek Kolakowski sobre el “Espíritu Revolucionario”:
"En general, la mentalidad revolucionaria es la actitud espiritual que se caracteriza por la creencia particularmente intensa en la posibilidad de una salvación total del hombre en oposición absoluta con su situación actual de esclavitud, de manera que entre las dos no habría ni continuidad ni mediación; más aún, que la salvación total sería el único fin verdadero de la humanidad al cual todos los valores deberían estar subordinados como medios. No existiría más que un solo valor que sería la negación total del mundo existente."(Leszek Kolakowski "L'esprit révolutionnaire" Denoël 1985)
También a George Orwell:
"Es el sueño de una sociedad justa que parece poblar la imaginación humana en todas las edades, sea que se llame el Reino de los Cielos o la sociedad sin clases, o bien que sea concebida como una Edad de Oro que existió alguna vez en el pasado y de la cual degeneramos. Innecesario decirlo, los esclavos fracasan en alcanzarla. En cuanto se establecen como una comunidad su modo de vida resulta tan injusto, laborioso y lleno de miedo como cualquier otro." (George Orwell (1944) "Arthur Koestler")

La libertad divisoria de aguas

Si la actitud ante la igualdad divide las aguas entre la izquierda y la derecha, la libertad (política) lo hace tanto en el seno de la derecha como en el de la izquierda. Otra vez recurrimos a Norberto Bobbio:
“Hay doctrinas y movimientos autoritarios tanto en la derecha como en la izquierda. [...] porque el criterio de la libertad sirve para distinguir el universo político no tanto respecto a los fines sino en cuanto a los medios para alcanzarlos: se refiere, esto es, a la aceptación o al rechazo del método democrático, entendido como el conjunto de reglas que permiten de tomar decisiones colectivas a través de debates libres y de libres elecciones, sin recurrir a la violencia. El contraste respecto al método permite distinguir en el ámbito de la derecha y de la izquierda el ala moderada del ala extremista.” (“Destra e sinistra” pág. 80)
La disposición frente a la libertad y a la violencia divide las aguas tanto en la izquierda como en la derecha.

Otras revoluciones, que no son LA Revolución

Quiero dejar constancia de que en la historia hay muchas revoluciones que no responden a la descripción esbozada más arriba, es decir, la del apocalipsis emancipador: la Revolución Francesa del comienzo hasta el Terror Jacobino; la revolución china de 1911 que derrocó a los emperadores y fundó la República presidida por Sun Yat-Sen; la revolución rusa de febrero de 1917 que derribó al Zar y fundó una república parlamentaria, aniquilada por Lenin y Trotsky en octubre de ese mismo año; la revolución “de los claveles” de 1974 en Portugal que derribó a la dictadura salazarista; la revolución “de terciopelo” checa que sacudió el yugo comunista; las primaveras árabes; la Transición española después de la muerte de Franco, que desembocó en la Constitución de 1978; etc. Generalmente son las revoluciones que alcanzan sus objetivos cuando obtienen la victoria, cuando consiguen derribar al poder despótico, instaurar una república, una monarquía constitucional o un régimen religioso (pensar también en la Revolución Inglesa de Cromwell, en la de Calvino en Ginebra).
El leninismo distinguía estos dos tipos de revolución llamándole a una “proletaria” y a la otra “burguesa”. Y si no encajaban en la burguesa eran “insurrecciones” o “revueltas”. Yo prefiero llamar a la primera “totalitaria (de intención)” y a las segundas dejarlas sin denominación común, porque su diversidad es grande y hay que ir caso por caso.

La derecha extrema

La derecha extrema es la derecha revolucionaria. Según esta corriente, las reglas vigentes acarrean una decadencia del orden y de las tradiciones y es necesario cambiarlas radicalmente, inclusive por la violencia, para no seguir deslizándose barranca abajo en la pendiente de la degeneración y de la corrupción de las buenas costumbres, para no perder totalmente la sustancia única del (imaginario, ficcional, mítico) ser nacional. Discurso similar ligeramente cambiado, pero igualmente apocalíptico en la variante religiosa de lo mismo. No es conservadora de las reglas, sino que propone un cambio radical de ellas, pero siempre en nombre de un orden y de una tradición, que necesitan de un remedio draconiano para sobrevivir.
Un ejemplo de este concepto puede ser el movimiento insurreccional de Francisco Franco, que enfrentó a la República Española.
El totalitarismo
La derecha totalitaria, nazi o fascista, es también revolucionaria, pero es algo aparte. El totalitarismo, fascista o comunista, es el tema del libro de Hannah Arendt, al cual me remito. Arendt osó meter en la misma bolsa al hitlerismo, al estalinismo y al fascismo, para gran escándalo de los comunistas, que se creían los enemigos mortales del nazismo. Arendt mostró el carácter propio del totalitarismo, que no puede considerarse ni de izquierda ni de derecha, aunque venga de esos lugares. El estudio de Arendt hace época, y no intentaré resumirlo aquí.

El populismo

El populismo no encaja en los perfiles que he diseñado, ni el de la izquierda ni el de la derecha.
El odio de los ricos y la agitación contra las élites se encuentra en todas las formas de populismo, aunque algunos pondrían eso en el rubro "izquierda".
Se constituye en torno a un líder y propone un discurso que toma temas de la izquierda y de la derecha según la coyuntura.
Remito a un artículo de mi blog:
https://eduardomariani.blogspot.com/2018/07/apuntes-sobre-el-populismo.html

El centro político

(fragmento de mi artículo “La destrucción del centro”)
Por centro político entendemos los sectores reformistas auténticamente democráticos y moderados. Reformistas en el sentido más amplio, porque es claro que desde el centro se pretende cambiar cantidad de cosas, todo lo que no anda bien, todo lo que es injusto para la mayoría o dañino para el país. Democráticos porque su acción se desarrolla dentro las instituciones y en uso legítimo de los derechos constitucionales; son instituciones que el centro defiende por principios republicanos, y no en función de una cierta realpolitik. Son moderados porque se mantienen a distancia de las visiones apocalípticas que pretenden arreglar los vicios e injusticias de la sociedad con cambios súbitos y draconianos, generalmente mediante revoluciones armadas o regímenes autoritarios. El centro es considerado centro izquierda o centro derecha según hacia qué lado incline sus alianzas (para llegar al poder) o sus arbitrajes (una vez en él). [...] No puede ser marxista-leninista (es decir endiosar al partido y al Estado) ni neoliberal (o sea, endiosar al mercado), aunque puntualmente promueva medidas estatistas o liberalizadoras. [...]
Se debe insistir sobre el calificativo de auténtico. Muchas fuerzas políticas intentan aparecer como de centro, ostentan carátula y pose de centristas, pero esconden la pezuña violenta y autoritaria. El tema de la impostura, de la demagogia, es fundamental porque es el modo de volver la democracia y la libertad contra sí misma, de usar la libertad para destruirla, de valerse de los recursos de la democracia para socavarla. Eso hacen los demagogos, los Perón, los Chávez. Cuando la democracia se vuelve sagrada e inatacable, llegan los populistas a continuar la obra de los fascistas.

Notas para un programa de gobierno de centro izquierda en Uruguay

La primera conquista que debe plantearse el Centro es su independencia política, cosa desesperadamente ausente en el Frente Amplio uruguayo, donde el PCU y el MPP dominan y condicionan las opciones. La independencia política del Centro (uruguayo) fue asesinada junto a Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz en Buenos Aires en 1976.
Hay que proponerse reforzar el Estado de derecho y acometer la reforma del Estado (que incluye Verdad y Justicia, naturalmente, pero muy especialmente transparencia, reducción, simplificación y agilización de la burocracia, que asfixia a las familias y a las empresas).
La reforma del Estado incluye la de las empresas del Estado, para acercarlas al derecho privado. Inversiones, control, productividad. Algunos lo llamarán privatización, pero no lo es. El Estado puede (y debe en el caso de Uruguay) conservar el paquete mayoritario de algunas. El personal empleado debe perder sus privilegios, que dividen a la sociedad uruguaya. Esto vale también para los gobiernos departamentales.
Reforma del derecho penal y de las cárceles, seguridad en los barrios, etc.
Integración social, que incluye con énfasis, pero no se agota en: protección de la infancia y de la maternidad. También: educación básica, científica y profesional, deportes, artes, música, urbanística, vivienda, etc.
Inversión en materia gris, transformación de la estructura productiva del país en ese sentido.
Desarrollo: atacar los problemas seculares de caminería, transportes, energía e integración regional, lo cual implica replantearse el famoso puerto de aguas profundas.


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