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martes, 19 de julio de 2022

 

Anticapitalismo y teoría marxista del valor

"The socialism of which Eric Hobsbawm dreamed is no longer an option, and the barbaric dictatorial deviation to which he devoted his life is very largely to blame. Communism defiled and despoiled the radical heritage. If today we face a world in which there is no grand narrative of social progress, no politically plausible project of social justice, it is in large measure because Lenin and his heirs poisoned the well."

Tony Judt - The Last Romantic - The New York Review of Books - 20/11/2003
Comentario del libro: "Interesting Times: A Twentieth-Century Life" by Eric Hobsbawm

[“El socialismo con el que soñaba Eric Hobsbawm no es más una opción, y la bárbara desviación dictatorial a la cual consagró su vida es responsable de ello. El comunismo manchó y saqueó la herencia radical. Si hoy enfrentamos un mundo en el que no existe un gran relato de progreso social, ningún proyecto plausible de justicia social, es en gran medida porque Lenin y sus herederos envenenaron la fuente”.]

Corren en yunta

Anticapitalismo y teoría del valor corren en yunta, o mejor dicho, el anticapitalismo va montado en la teoría del valor a la batalla contra la modernidad.
En lo que sigue nos concentramos en demostrar el vínculo profundo entre el anticapitalismo de la izquierda radical y la teoría marxiana del valor. Sin embargo, no se puede dejar de ver que la batalla contra el capitalismo es una contra toda la modernidad y sus libertades. Tema para la continuación.

El anticapitalismo

El anticapitalismo es muy antiguo y va mucho más allá de la mera denuncia y condena de la miseria de los trabajadores fabriles.

El anticapitalismo es el fondo común de la izquierda que se pretende radical.
No estamos hablando de la denuncia de la explotación de los trabajadores, de los salarios miserables, de las condiciones de vida de una clase de obreros fabriles, actuales o recordadas; injusticias e iniquidades que han sido enfrentadas, casi siempre, con la unión solidaria de las víctimas, la organización y la lucha de los trabajadores.
Nos referimos a la ideología, a la interpretación o relato que hace responsable de todo ello a una entidad llamada “el capitalismo”. Capitalismo, que es otro nombre de la sociedad mercantil.
Éste es acusado de ser el origen y la causa última de todos los males de la sociedad, incluidas la miseria, las crisis económicas y las guerras.
También hablamos de la postura que sostiene que sólo se puede terminar con esos males destruyendo a ese leviatán. Lo sostiene la izquierda radical, llamada radical justamente por eso, porque considera que hay que atacar la raíz del mal, el capitalismo.

Los enemigos del comercio

El anticapitalismo se entiende como la negación de la empresa orientada al mercado y a los beneficios, y también el rechazo y la condena de la sociedad mercantil, de la acumulación de dinero, de los préstamos a interés y de la propiedad privada. La idea es muy anterior a Marx; ya la encontramos en la prédica de los primeros cristianos cuando la “renuncia al mundo” en favor de una vida espiritual de devoción y penitencia se consideraba el camino de la santidad y del paraíso. El “mundo” es el lugar de la tentación del demonio; el “mundo” son los intercambios sociales, es decir, el sexo y el mercado, principalmente. Antonio Escohotado rastrea la historia muy antigua de esta corriente en su obra “Los enemigos del comercio”.
Dice Escohotado en la Introducción: "El objetivo era precisar tanto como fuese posible quiénes, y en qué contextos, han sostenido que la propiedad privada constituye un robo, y el comercio es su instrumento. Varios años más tarde [...] comprendí que su tesis era muy anterior, que había reinado largos siglos sin oposición y que esa zona del árbol genealógico comunista era pertinente [Los historiadores del socialismo] mencionan de pasada a una secta israelita que identificó la compraventa con un pecado de hurto, sin añadir que buena parte de sus miembros se transformaron en nazarenos o ebionitas —el grupo original de Juan Bautista y Jesús—, y que su enseñanza vertebra el Evangelio. El especialista en historia moderna de las ideas entiende que esto es religión, que lo propuesto por Fourier, Blanqui o Marx es política, y que el comunismo constituye una rama del pensamiento socialista.” (http://www.escohotado.com/losenemigosdelcomercio2008/00_introduccion.htm)
El anticapitalismo no se limita a condenar la explotación, se extiende a la condena y la vituperación de los agentes del capital, de los comerciantes, banqueros, inversores o empresarios, que son considerados parásitos y ladrones por su profesión y por su condición de ricos, poseedores de dinero. El anticapitalismo caminó a la par del antisemitismo, oficialmente durante toda la época en que a los cristianos se les prohibía ejercer esas profesiones, y extraoficialmente sigue apareciendo aún entre los enemigos del comercio bajo la forma de denuncias del “dominio judío” de la banca.
La corriente de los enemigos del comercio tiene brotes muy vivaces hoy en día. Puede constatarse tanto en las manifestaciones de los altermundistas en todo el mundo contra la globalización en ocasión de los cónclaves de las potencias mundiales, como localmente en Uruguay en la oposición cerrada a los tratados de libre comercio por una parte de la izquierda y por un cierto nacionalismo vernáculo.
El anticapitalismo está en el legado de los pensadores sociales anteriores a Marx, y es éste quien recoge y transforma su herencia.

Las utopías

El capitalismo es disuelto imaginariamente en obras de ficción que proponen sociedades ideales. Las llamamos utopías por la obra de Thomas More “Utopía” de 1516, paradigma de su clase.
Una lista de las obras que proponen utopías se encuentra en una página (en inglés) de Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/List_of_utopian_literature
Allí encontramos una multitud de títulos al lado de los más conocidos como “La república” de Platón (ca. 370-360 BC), “La ciudad del sol” de Tomaso Campanella (1602), “Gargantúa y Pantagruel” de François Rabelais (ca. 1653-1694) o “Una utopía moderna” de H.G.Wells (1905).
Las utopías –pero habría que mirarlas todas para estar seguros– describen sociedades que tienen en común su carácter estático; están en un estado de equilibrio por la ausencia en ellas de conflictos que reclamen o produzcan un cambio, sea este positivo o negativo. En ese estado ideal la sociedad utópica ha alcanzado un punto de perfección que no da cabida a más desarrollo. Las utopías tienen también en común un cierto igualitarismo, aunque no sé si todas postulan la desaparición del intercambio comercial y del dinero. La utopía se concibe como un punto de llegada, una estación terminal de la evolución de la humanidad.
Todos estos rasgos se encuentran en el “comunismo” de Marx, Engels y los marxistas, utopía que incluye la desaparición del mercado y del dinero y, por supuesto, del Estado. Hay que recordar que el comunismo de los marxistas no es clasificado por éstos dentro de las “utopías”, es decir como una ficción literaria; al contrario, lo proponen como una “predicción científica”, un resultado real e inevitable de la historia, a las buenas o a las malas, en paz o a golpes de revoluciones, guerras y masacres.

Teoría del valor marxiana y anticapitalismo

Sostengo que la visión reductiva de la sociedad que propone el anticapitalismo marxista tiene su raíz en la teoría del valor de “El Capital”.


Desde las primeras páginas del primer tomo del "El Capital", en el Capítulo 1 “La Mercancía”, Carlos Marx echó los cimientos del anticapitalismo, postulando que es el trabajo vivo, el ejecutado por el trabajador asalariado, la única fuente de la creación de valor. La polisemia de la palabra "valor" no es ajena a la carga ideológica del concepto marxiano.
El DRAE da 13 opciones para el significado de la palabra "valor", que incluyen "cualidad de las cosas, en virtud de la cual se da por poseerlas cierta suma de dinero o equivalente". Esto deja pensar al incauto lector del "Capital" que el "valor" (en el sentido de Marx) de una cosa es lo que causa que tenga un precio. Veremos que en realidad el "valor" de Marx es más o menos ajeno al precio, que ese problema no supo resolverlo nunca y que fue causal de divorcio del marxismo y la economía.
"Valor" es también, siempre según el DRAE, la "cualidad que poseen algunas realidades, consideradas bienes, por lo cual son estimables", de donde se deriva la carga afectiva que lleva la afirmación: "sólo el trabajo asalariado produce valor".
La cosa se presenta así en la prosa de Marx: “Ahora bien, si prescindimos del valor de uso de las mercancías éstas sólo conservan una cualidad: la de ser productos del trabajo. [...] Al prescindir de su valor de uso, prescindimos también de de los elementos materiales y de las formas que los convierten en valor de uso. [...] estos trabajos [...] dejarán de distinguirse unos de otros para reducirse todos ellos al mismo trabajo humano abstracto, trabajo humano puro y simple. ¿Cúal es el residuo de los productos así considerados? Es la misma materialidad espectral, un simple coágulo de trabajo humano indistinto, es decir, de empleo de fuerza humana de trabajo [...] Pues bien, considerados como cristalización de esta substancia social común a todos ellos, estos objetos son valores, valores-mercancías. [...] Aquel algo común que toma cuerpo en la relación de cambio o valor de cambio de la mercancía es, por tanto, su valor.” (“El Capital”, capítulo 1, pág. 35. Edición Cartago 1965)
Valor, pues, solo crea el trabajador asalariado, el proletario. Durante su tiempo de trabajo crea más valor del que el capitalista paga por su tiempo, que es su salario; el valor que su trabajo crea durante ese tiempo es propiedad del capitalista.
En la teoría marxiana (y marxista), el capital se apropia del valor que no crea. El capital explota al trabajador que produce el valor al mismo tiempo que la plusvalía.
La versión marxista del capitalismo, aún hoy vigente en el espíritu de mucha gente de la izquierda, se describe en palabras del propio Marx así: “trabajo muerto que como un vampiro vive de chupar trabajo vivo, y más vive cuánto más trabajo chupa.” Una fórmula de impacto, y que refleja la teoría marxista del valor de las mercancías.
De la teoría de Marx se deduce directamente el carácter vampírico del capital. Con esta teoría, el anticapitalismo pasa de protesta reivindicativa por el salario y las condiciones de trabajo a cuerpo de ideas con pretensión científica.
Su predicción de la decadencia y el fin del capitalismo se basa en la “tasa decreciente de ganancia”, y ésta resulta directamente del creciente rol del trabajo acumulado (los medios de producción, valor muerto, que no produce valor) en el proceso productivo, en detrimento del “capital variable”, o sea los asalariados productores de plusvalía. Hay que tener presente que la “tasa decreciente de ganancia”, que es la enfermedad mortal y la condena a muerte del capitalismo según Marx, es una deducción directa, una consecuencia lógica de la teoría que, ella sí, es susceptible de una medida empírica. Es algo tangible y verificable. Pero resulta que no se verifica, que las cuentas no cierran. Esto en rigor ya alcanzaría para demostrar la falsedad de la teoría.

El “materialismo histórico” determinista de Marx

Subrayemos cuatro ideas centrales de la teoría de Marx-Engels y del marxismo, el llamado “materialismo histórico”: (1) Marx creía que las sociedades obedecen a leyes que permiten la predicción a largo plazo de su desarrollo, su concepción es determinista; (2) Marx sostiene que esas leyes son de carácter económico, que son las relaciones de producción lo que le da forma a la sociedad, incluida su cultura, sus ideas y su arte; (3) esas leyes se manifiestan por una lucha de clases sin cuartel hasta el triunfo de una de ellas o la ruina de toda las sociedad; y (4) al final de la historia, con el triunfo del proletariado, las clases y el Estado se disolverán en un régimen donde todo será justo y armonioso.
En la visión de Marx y del marxismo, la creación de valor es la base de la economía, y la economía lo determina todo en la sociedad, sus clases, su pensamiento y su evolución.

Un lugar para la acción voluntaria

El ciudadano no existe en la teoría de Marx, es simplemente alguien que no entendió, que no sabe quién es en realidad. Las ideas, en general, son ilusiones, emanaciones de la economía, de las relaciones de producción, lo que piensa la realidad es la conciencia de clase, y las clases se definen por la creación y la apropiación de valor.
En ese desarrollo determinista de la historia por las leyes de la economía, ¿qué lugar le queda a la acción revolucionaria consciente que pretende cambiar la sociedad?
Los revolucionarios marxistas se las vieron en figurillas para definir su rol, que parecía superfluo cuando afirmaban que el desarrollo fatal de la historia por la necesidad de las leyes económicas llevaba inevitablemente al socialismo y al comunismo.
El partido revolucionario de Lenin resolvió la cuestión proclamándose el agente de la necesidad histórica, la partera del nuevo tiempo. Los que se oponían a sus designios iban en contra de la Historia, con mayúscula. La Historia, concebida como algo que tenía un destino trazado, que marchaba inexorablemente por su camino según sus leyes, las que Marx había descubierto “científicamente”.

Esa abstracción primera, ese valor que se postula como fruto únicamente del trabajo asalariado, condiciona hoy a todos los que quieren "destruir el capitalismo" y ha vaciado de sentido social a todas las categorías que no son el obrero fabril. En esta teoría los otros no son más que vampiros, alimañas o residuos de un pasado que la Historia ha dejado atrás.
Ese virus de la negación de todo lo que no es ‘clase obrera’ infecta el pensamiento de la izquierda casi de manera inconsciente. La negación de la pequeño-burguesía y de los empresarios, reducidos respectivamente a vestigios del pasado condenados a desaparecer y a parásitos; el exigir de los pensadores, científicos, escritores y artistas que "sirvan a los intereses del proletariado", porque es la clase que “objetivamente” lleva en su naturaleza la emancipación de la humanidad, es un fondo que, a veces implícito e inconfeso, sigue formando el cimiento del pensamiento de los militantes de la izquierda radical.

Marx, el marxismo y las reformas sociales

Cuando hablamos de marxismo lo primero que pensamos es que las grandes reformas sociales que se operaron desde la segunda mitad del siglo XIX, y que cambiaron profundamente la vida de todos los trabajadores, asalariados o no, fueron obra de los partidos socialistas marxistas; es decir, de la vertiente reformista, no revolucionaria, de ellos.
Sí, pero la cuestión no es tan simple.
Primero, el capitalismo, lejos de hundirse y hundir en la miseria a los obreros como afirma la teoría marxista, prosperó. No solamente se extendió y abarcó al mundo, cosa reconocida por la teoría de Marx –porque por otra parte ocurría ante sus ojos– sino que su siempre anunciada crisis final se postergó cada vez más.
Ocurría como con la segunda venida de Jesucristo, con apocalipsis y fin del mundo, que los primeros cristianos esperaban que ocurriera de un momento a otro y que tuvieron que acostumbrarse a postergar, a diferir y finalmente a buscarle a ese final un significado alegórico y teológico. Los marxistas también tuvieron que vivir con el desarrollo y la prosperidad de la sociedad mercantil, mientras esperaban la revolución redentora anunciada por el Maestro.
Segundo, las luchas de obreros y artesanos son anteriores a los teóricos revolucionarios, ya sean marxistas u otros. Recordar, como ejemplo, a los luditas, cuya historia cuenta E.P Thompson en "The Making of the English Working Class". Ellos fueron capaces de organizarse y enfrentar al poder de empresarios, propietarios y gobernantes, destruyendo los telares que les hacían una competencia insostenible, por lo cual algunos fueron juzgados y condenados, pero cuya organización nunca fue totalmente descubierta.
Una vertiente de los intelectuales portadores de distintas narrativas de redención revolucionaria se incorporó a las luchas obreras y se puso a su cabeza. Los pensadores se pusieron al servicio de la fuerza que pensaban era capaz de cambiar la sociedad en el sentido que ellos deseaban.
Y tercero, la cosa no es tan simple porque la situación actual, el llamado "Estado del bienestar" (Welfare State), es decir, los beneficios y protecciones de las que disfrutan los trabajadores en la actualidad, construidos de manera variada en distintos países en más de un siglo de historia, no son obra exclusiva de los partidos socialdemócratas, marxistas o no. Y, contrariamente a lo que muchos creíamos, el Welfare State no es patrimonio político exclusivo de la izquierda.
Como lo explica Robert O. Paxton en su artículo "Vichy Lives! In a way" (The New York Review of Books 24/4/2017): (traduzco libremente)
"Una segunda categoría de supervivencias [del régimen] de Vichy consiste en los programas de asistencia médica y social. El régimen de Vichy era un Estado del Bienestar. La herencia de Vichy sirve como útil recordatorio de que el Estado del Bienestar no fue originalmente un proyecto socialista o comunista."
Continúa Paxton:
"Fue introducido en la vida política europea desde la derecha, primero por [Otto von] Bismarck [1815-1898, político conservador prusiano, unificador de Alemania], con seguros de accidente y enfermedad en la Alemania imperial en 1883-1884, y emulado por el Conde Eduard Von Taafe en el imperio austríaco en 1887. Bismarck acababa de ilegalizar el Partido Socialdemócrata Alemán, y su intención era eliminar su razón de ser, así como consolidar un orden social paternalista y estatista. Los marxistas de Europa continental se opusieron a las medidas fragmentarias de bienestar social por considerarlas disolventes de la militancia obrera, sin cambiar nada fundamental en la distribución de fortuna y de poder. [...]
En Gran Bretaña, la leyes fundacionales del Estado del Bienestar, la ley de pensiones a la vejez de 1908 y la ley nacional de seguros de 1911, no vinieron de arriba como en Alemania, sino por el amplio disgusto popular con la inadecuación y la arbitrariedad de la ley de pobres de 1834. Estas leyes resultaron del trabajo del Partido Liberal, y particularmente del Canciller del Exchequer David Lloyd George, [...]
Todos las dictaduras modernas de derecha europeas del siglo XX, tanto fascistas como autoritarias, fueron Estados del Bienestar. La actual agenda conservadora estadounidense sería anatema para ellos, [...] despreciable individualismo liberal [...]. Todos ellos proveían atención médica, pensiones, alojamiento barato y transporte como cosa normal, para mantener la productividad, la unidad nacional y la paz social.
Algunas, más innovadoras, hasta organizaron recreaciones para sus ciudadanos, a través, por ejemplo, del programa Kraft durch Freude (Fuerza por la alegría) del Partido Nazi y el Dopolavoro fascista. Lo hacían en tónica paternalista, eliminando toda veleidad de constituir un poder independiente de los trabajadores que fuera capaz de luchar por mejores salarios y menores horarios. Abolieron los sindicatos, pero crearon comités mixtos de patrones y obreros, etc."
En resumen, para poner solo dos ejemplos, tenemos al "canciller de hierro" Bismarck y al Mariscal Petain como promotores del Estado del Bienestar de derecha. Pero podríamos hablar también del Gral. Domingo Perón, un nacionalista argentino admirador de Benito Mussolini que introdujo una parte de las reformas sociales que siguen vigentes en la República Argentina. O de la jornada reducida de 8 horas, experimentada con éxito por el industrial Carl Zeiss desde 1864, el mismo año de la fundación de la Primera Internacional. Reformas sociales o Estado del Bienestar no son sinónimo ni de movimiento socialista ni de talante democrático.

Las reformas sociales fueron adoptadas por los socialistas y repercutieron a su vez sobre la doctrina

(Seguimos el relato de Escohotado, tomo II, pp.520 y ss., y las citas de Bernstein en pp. 569-574.)
Ante el fracaso de las previsiones de Marx, y la evolución de la condición obrera por obra de las reformas, el pensamiento marxista empezó a dividirse a finales del siglo XIX. Las previsiones de Marx fallaban. El capitalismo florecía, no había señales de la caída de la tasa de ganancia que debería ponerle fin, como había profetizado el Maestro. Los obreros fabriles estaban consiguiendo el voto, el Estado del Bienestar tomaba forma, las condiciones mejoraban en las fábricas y los salarios se elevaban por encima del nivel de mera subsistencia. Todo ello era contrario a las previsiones de Marx.
Eduard Bernstein (1850-1932) fue quien acometió la revisión de la doctrina.
La piedra del escándalo fue su obra "Evolutionary Socialism" publicada en 1899.
Bernstein fue desterrado a Zurich, desde 1878, y luego en Londres. Allí su relación con Engels se convierte en estrecha amistad, y frecuentando la biblioteca del Museo Británico se familiariza con Kant y con el desarrollo económico. El resultado de sus lecturas será dejar de pensar que los campesinos se hunden, que la clase media está desapareciendo, que las crisis se vuelven cada vez más profundas, que la miseria y la servidumbre aumentan. Lejos de ello, nota que los propietarios crecen tanto en números absolutos como relativos, y considera que las perspectivas del socialismo son directamente proporcionales a un incremento de la riqueza social. Da en pensar que, aunque la causa del trabajo se haya liado en una guerra contra todo tipo de emprendedores, el mundo civilizado está convirtiéndose en un sistema de economía mixta donde es tan insostenible excluir la intervención del Estado como vetar la de particulares.
Concluye que la única forma de evitar que el socialismo sea una nueva secta milenarista, dispuesta a esperar un cambio catastrófico inducido por la violencia, es dejar de oponerlo al liberalismo y, al contrario, derivarlo de él. En otras palabras: ver en el socialista al liberal comprometido incondicionalmente con la democracia.
Y Bernstein se atreve a criticar duramente a Marx: Afirma que el hecho de que Marx no llegara a la misma conclusión debe atribuirse a que "este gran espíritu científico fue al fin de cuentas el esclavo de cierta doctrina [mesiánica]". Que en vez de estudiar los hechos para aprender de ellos prefirió alterar unos y omitir otros, con tal de sostener un edificio sobre una idea jamás definida sobre las clases, un plusvalor no mensurable y el colérico despropósito de "suponer que el progreso depende del deterioro de las condiciones sociales". Prefirió confiar en resultados "repentinos y definitivos", empezando "por la idea del salto brusco del capitalismo al socialismo, un milagro tanto más sorprendente cuanto que el autor se declara ateo."
Como se ve en algunas frases, como "doctrina mesiánica", "idea jamás definida sobre las clases"y "un plusvalor no mensurable", Bernstein maneja en su libro el arsenal completo de la refutación de la teoría marxista, y ésta debió retirarse y refugiarse en la fe de los creyentes de la "secta mesiánica" en la que se convirtió cierto socialismo. Pero no lo hizo enseguida, sino de a poco.

El socialismo de Bernstein

Bernstein defiende otro socialismo. Como sus amigos Jaurès y Durkheim, entiende al socialismo como "idealismo ético" en lo que respecta al sentimiento, y como "liberalismo organizado" en lo que respecta a la estructura institucional, insistiendo en que "la democracia no es solo su instrumento, sino su substancia". "Antes de confundirlo con un apocalipsis vengador es preferible la racionalidad del capitalismo, [...] Pero no hay razón para abandonar el socialismo, que es la manera más segura de concentrar a quienes respetan la libertad y la compasión [...]".
Las diferencias de Bernstein con el socialismo que seguía siendo revolucionario se ahonda con la revolución de Lenin. En 1922, compara la revolución bolchevique con la alemana, dice que el golpe de Estado bolchevique se limitó a "sumir en esclavitud" a los trabajadores, mientras que los alemanes "no solo lograron plenos derechos políticos sino mejores condiciones sociales".
En Wikipedia se describe así el socialismo de Bernstein:
"[...] las predicciones del marxismo son erróneas. Los obreros ya viven mejor, el capitalismo es más fuerte y existe ya legislación social, lo que conduce a una revisión y corrección del pensamiento clásico marxista. Su pensamiento adopta algunos valores liberales como positivos para enriquecer el socialismo. La burguesía actual no es ya la que criticaban Marx y Engels: es mucho más fragmentaria (grande, pequeña y nuevas clases medias). Parte de ella es susceptible de adherirse al socialismo. Para ello el sufragio universal es el gran arma del proletariado. Donde existe, los obreros tienen más poder y pueden hacer más presión y nacionalizar industrias, hacer cambios sociales. No se ve en Bernstein el camino de la revolución sino un cambio gradual. El socialismo llega después de una serie de éxitos. Los socialistas han de ser el partido del proletariado pero no la dictadura del proletariado. No es precisa una revolución violenta para llegar al socialismo, sino una evolución por medio del sindicalismo y la acción política pacífica."
La izquierda marxista se dividió, como sabemos, en reformistas y revolucionarios, con varias subdivisiones en cada tendencia. Los reformistas sostenían que el capitalismo se podía hacer más humano y generoso. Los revolucionarios, que solamente una revolución que acabase con el capitalismo podría engendrar una sociedad justa, y que la teoría marxista debía adaptarse, pero siempre fiel a su carácter revolucionario. En esta división de la izquierda no se sabe de qué lado se hubiera alineado Marx; algunos, como Lenin, piensan que lo hubiera hecho del lado revolucionario, como lo sugiere alguna de sus frases. Estoy de acuerdo en esto con Lenin, y creo que su toma de partido arranca desde el enunciado de la teoría del valor-trabajo.

Los enemigos del comercio entre los luchadores sociales

La negación de la burguesía y de su mundo, incluyendo en él sin diferenciar a empresarios, inversores, banqueros, propietarios de la tierra, rentistas y dueños del capital, responde en espejo al desprecio de la sociedad poseedora por los que están al margen de ella, altanería a veces teñida de racismo. El “clasismo” de los trabajadores responde al de los patrones.
El gran trabajo de pensar un mundo distinto del existente, de concebir ideas que restauren la dignidad de los productores, de construir conceptos que abatan la arrogancia de los poseedores, y de organizar a los débiles para enfrentar a los fuertes socialmente, fue la obra de los reformadores, militantes y utopistas del siglo XVIII y XIX.
Sin ellos el mundo no sería lo que es hoy, la condición de los trabajadores cambió decisivamente en Europa y en América gracias a su compromiso y su labor.
Algunos de los que se comprometieron en la lucha contra los abusos soñaron un apocalipsis revolucionario que pariera una utopía comunista, un mundo solidario y armonioso que aboliera la pobreza al mismo tiempo que la riqueza. Ideas tomadas del acervo religioso que condenaban la posesión y el comercio, que demonizaban al dinero, que fueron recicladas y utilizadas por los pensadores laicos defensores de los trabajadores; muchos fueron enemigos de la propiedad privada, del dinero y del comercio.
El pensamiento social y el cuestionamiento de las miserias inducidas por el régimen mercantil y capitalista no se agota en Marx, que no es ni el principio ni el fin ni la cumbre. Pero es el más influyente en nuestra época, y el anticapitalismo se nutre de él.
El marxismo se inserta en la tradición de las luchas obreras, teórica y prácticamente. Republicanos, liberales y librepensadores se encontraban a gusto en el movimiento obrero, donde sus ideas eran hegemónicas. Como pensadores de esa veta, Kolakowski estudia a Gracchus Babeuf, Saint-Simon, Owen, Fourier, Proudhon, Weitling, Cobet, Blanqui, Blanc como precursores que Marx enfrentó y creyó superar.
El anticapitalismo alcanzó un nuevo estadio con la obra de Marx. De la dignificación del trabajo y la emancipación de los trabajadores en organizaciones propias, el marxismo pasó a la negación total del rol de capital como agente activo de la creación de valor de los productos, y lo redujo a la condición de puro apropiador. Pasó de la condena moral a la negación conceptual de su rol social, caracterizándolo como parásito de la producción, mero apropiador de valor por obra de su propiedad de los medios de producción.
El movimiento obrero supo superar, en parte, el dogma marxista y afirmarse como parte activa de la sociedad, aportando una parte decisiva de lo que es hoy nuestro modo de vida moderno y democrático. Tenemos instituciones estatales y privadas que se ocupan de la salud y de la educación fruto de esa lucha secular.

Crítica de la teoría marxiana del valor: su carácter excluyente y totalitario

Afirmo que el marxismo lleva el totalitarismo en sus genes.

El marxismo pegó el salto de la reivindicación obrera a la negación total del rol de capital como agente activo de la creación de valor de los productos, redujo al capital a la condición de puro apropiador y por el mismo movimiento, con la misma teoría, reivindicó el carácter científico de su visión.
Es claro que con lo “científico” viene lo compulsivo. Negar una verdad científica en el siglo XIX era exponerse al escarnio, pero en el siglo XX soviético negar el carácter “científico” del marxismo llevaba a la internación y al tratamiento psiquiátrico o peor, al gulag.
Las siguientes dos características de la teoría marxiana, que el marxismo conserva, le dan un carácter totalitario en potencia: (1) solamente los obreros producen valor, los pequeños campesinos y comerciantes son vestigios del pasado y capitalistas potenciales, y los capitalistas son parásitos sociales; y (2) la teoría no se puede contradecir porque tiene el valor de verdad que le da la ciencia. De lo cual se deduce que un estado "obrero", armado de la teoría marxista no admite contradicciones válidas. La clase es una, la teoría es una, y el partido en consecuencia es único también.

La fusión del individuo y la sociedad

A los ribetes totalitarios de la teoría del valor se suma la concepción del comunismo como fusión del individuo y la sociedad. Kolakowski (1976, Book One "The Founders", Chapter IX "Recapitulation", pp. 146-147) lo explica así:
“La trascendencia de la alienación es otro nombre para el comunismo: una transformación total de la existencia humana, la recuperación por parte del hombre de la esencia de su especie. El comunismo pone fin a la división de la vida en esferas públicas y privadas, y a la diferencia entre la sociedad civil y el estado; elimina la necesidad de las instituciones políticas, la autoridad política y los gobiernos, la propiedad privada y su fuente en la división del trabajo. Destruye el sistema de clases y la explotación; cura la división en la naturaleza del hombre y el desarrollo lisiado y unilateral del individuo. Contrariamente a la opinión de Hegel, la distinción entre el estado y la sociedad civil no es eterna. Al contrario de los puntos de vista de la Ilustración liberal, la armonía social debe buscarse no mediante una reforma legislativa que reconcilie el egoísmo de cada individuo con el interés colectivo, sino eliminando las causas del antagonismo. El individuo absorberá la sociedad en sí mismo: gracias a la desalienación, reconocerá a la humanidad como su propia naturaleza internalizada. La solidaridad voluntaria, no la compulsión o la regulación legal de intereses, garantizará la armonía de las relaciones humanas. La especie (véase Fichte) puede realizarse en el individuo. El comunismo destruye el poder de las relaciones objetivadas sobre los seres humanos, le da control nuevamente sobre sus propias obras, restaura el funcionamiento social de su mente y sus sentidos, y cierra el abismo entre la humanidad y la naturaleza. Es el cumplimiento del llamado humano, la reconciliación de la esencia y la existencia en la vida humana. También representa la conciencia del carácter práctico, humano y social que pertenece a toda actividad intelectual, y repudia la independencia falsa de las formas existentes de pensamiento social: filosofía, ley, religión. El comunismo convierte la filosofía en realidad, y al hacerlo, la anula.”
Subrayo: "The individual will absorb society into himself: thanks to de-alienation, he will recognize humanity as his own internalized nature." O sea, el individuo absorberá la sociedad en sí mismo: gracias a la de-alienación, reconocerá a la humanidad como su propia naturaleza interna. Es similar a lo que se llamó el “hombre nuevo” en la ideología revolucionaria de los años sesenta. El trabajador-militante que producía para el Estado “Proletario” impulsado por estímulos morales.

El totalitarismo en reiteración real

Ese carácter totalitario en potencia de la teoría de Marx y del marxismo pasó a ser en reiteración real en todos los regímenes proclamados socialistas o marxistas, en todos los climas y continentes, en todas las culturas y a partir de cualquier estadio de desarrollo económico, desde la Unión Soviética, pasando por Checoslovaquia, China, la Cuba de Fidel Castro, la Corea del Norte de los Kim, la Albania de Enver Hoxha, y terminando en la catástrofe venezolana de Chávez y Maduro.

Crítica de la teoría marxiana del valor. Inoperancia práctica – no explica el precio

La teoría del valor es empíricamente inútil para el cálculo económico y produce predicciones erróneas, proyecciones falsas. Eso alcanzaría para descartarla si su creencia no tuviera raíces religiosas.


Una teoría es algo distinto de una observación. Que la Tierra es redonda y gira sobre sí misma y alrededor del Sol no es evidente, pero explica bien las salidas del sol y los ciclos de las estaciones. Una teoría se considera válida si corresponde o explica los fenómenos observados; además, las predicciones que resultan de la teoría deben confirmarse en la realidad de las observaciones empíricas. De otro modo la teoría es descartada como inválida.
La coherencia interna de la teoría también es importante, eso lo tiene la teoría de Marx, pero no así las otras condiciones. Una teoría científica no es un teorema matemático.
En primer lugar, la teoría del valor-trabajo (la teoría del valor de Marx) no explica el precio de las mercancías. La divergencia entre el valor y el precio debería resolverse en el Tercer Libro de la obra.
El segundo y el tercer tomo del Capital son publicaciones póstumas de Marx. Engels editó sus notas y publicó ese trabajo. Cuando salió el Tercer Tomo en 1894 con la conclusión del trabajo de Marx, con el “cierre” de su sistema de ideas sobre el Capital, la decepción fue grande. El economista Bohm-Bawerk publicó en 1896 una crítica negando que se aportara en él una explicación satisfactoria a la conversión del valor (en el sentido de Marx) en precio constatado empíricamente, y siguió una polémica que no se apagó hasta hoy.
Escribió Kolakowski:
“La teoría del valor de Marx ha sido muy criticada desde varios puntos de vista, especialmente el de su inadecuación para el análisis empírico. La objeción fue expresada por Conrad Schmidt y después por Bohm-Bawerk [...], Sombart, Struve, Bernstein y Pareto, y en los últimos años por Joan Robinson y Raymond Aron. Mencionaremos los puntos principales.
[...] el valor en el sentido de Marx es inconmensurable [...]
Por esta razón, los economistas de un giro empírico consideran que la teoría del valor de Marx es inútil, ya que no puede aplicarse a la descripción empírica de los fenómenos. Su punto no es que Marx dio la respuesta incorrecta a la pregunta ¿Qué es el valor real? Sino que esta pregunta no tiene ningún significado en la ciencia económica si se refiere a algo más que a los factores que gobiernan los precios. Sobre esta base, la teoría de Marx ha sido criticada como metafísica en el sentido peyorativo dado a este término por los positivistas: es decir, pretende revelar la esencia escondida debajo de los fenómenos superficiales, pero no proporciona ninguna forma de confirmar empíricamente lo que dice.
[...]
Como interpretación de los fenómenos económicos, la teoría del valor de Marx no cumple con los requisitos normales de una hipótesis científica, especialmente la de la posible refutación [falsificabilidad].
[...]
La teoría del valor, entonces, no es una explicación de cómo funciona la economía capitalista, sino una crítica de la deshumanización del objeto, y por lo tanto del sujeto, en un sistema en el que todo está en venta. Desde este punto de vista, la teoría es parte del ataque romántico a una sociedad esclavizada por el poder del dinero.”

Crítica de la teoría del valor: Marx insatisfecho, Engels asume

Se afirma que Marx no estaba satisfecho con su teoría y es por eso que no publicó los tomos siguientes de su obra. Dice Escohotado que después del fallecimiento de Marx, Engels se impone el "esfuerzo de proporciones grandiosas" de terminar la obra inconclusa del Maestro y reconciliar el valor-trabajo con el precio, publicando el volumen II del Capital en 1885 y el tercero en 1894, compuestos a partir de un acervo de notas y cuadernos difíciles de descifrar, y en el caso de algún capítulo, escrito directamente por él. Engels dedicó ocho horas por día durante casi una década a la composición de este último volumen. Esfuerzo conmovedor, considerando que Marx abandonó su plan expositivo original algo antes de que se lo impusiera su salud, y coincidiendo con el momento en que el principio del valor/trabajo fue desalojado por el de la utilidad marginal. (Escohotado - Tomo II, pp. 365 y sig.)
La divergencia entre valor-trabajo y precio de las mercancías es reconocida explícitamente por Marx en una nota del Tomo I,14 divergencia de la cual, según él, pretende sacar partido la “economía vulgar”.

Crítica de la teoría del valor. Fracaso teórico

Esto despacha lo que respecta a la utilidad empírica de la teoría de Marx, porque entonces el valor, como condición separada y distinta del precio, resulta una propiedad que podríamos llamar metafísica de las mercancías, algo completamente indiferente a la economía, como así también la plusvalía, y todo lo demás.
En la vida de los negocios, en el día a día de los capitales, se sabe y se espera que los beneficios (identificados por Marx a la plusvalía) sean proporcionales al tamaño del capital (medido en unidades monetarias), pero en la teoría de Marx la plusvalía sería proporcional al “capital variable”, es decir a la parte invertida en salarios. Esa es una divergencia crucial entre la teoría de Marx y la realidad empírica, que el Tercer Libro del Capital intenta salvar, pero no lo consigue.
Además, y paralelamente a su fracaso empírico en el cálculo del precio, la teoría prevé una tasa decreciente de ganancia que llevará a la ruina del sistema capitalista. Esa predicción se reveló falsa, y el capital siguió prosperando cada vez más. Este es uno de los criterios principales de confirmación o invalidación de una teoría: sus predicciones confirmadas o invalidadas.
El sistema económico mundial será destruido quizás por la guerra nuclear, por la contaminación ambiental, por el cambio climático y/o por las fracturas sociales generadas por las desigualdades abismales fomentadas al abrigo de la conducción neoliberal predominante, pero no por lo que Marx predijo.
La teoría del valor, una vez despojada de su pretensión científica, queda reducida a una opción ideológica, a una creencia de raíz religiosa bien descrita por los historiadores citados, y es defendida desde posiciones partidarias por militantes de la revolución proletaria; es una toma de partido anticapitalista. Es una creencia, una opción como puede serlo cualquier religión. En responsabilidades de gobierno, esta ideología lleva a políticas discriminatorias y ruinosas, porque es una religión de odio que niega a una parte importante de la sociedad.

Crítica de la teoría del valor. Fracaso histórico de los regímenes marxistas

La teoría del valor de Marx está en el origen del fracaso histórico de todos los regímenes que se amparan en esa idea. El “socialismo real” es la cristalización de la teoría marxista y es sinónimo de ruina económica y opresión política. El responsable intelectual no es ni Stalin ni Lenin, sino Marx.

La teoría del valor de Marx es la base del “análisis de clase” que informa las políticas de todos los países que quisieron o quieren “construir el socialismo”. Analizan la sociedad en obreros fabriles (considerados proletarios), campesinos pobres (aliados asimilables al proletariado), comerciantes (asignados a la pequeño burguesía que aspira a devenir capitalista), campesinos medios y ricos (burguesía o pequeña burguesía rural), empresarios de todo tipo (burguesía capitalista), intelectuales (clasificados según su ideología, es decir en función de su adhesión al partido se considerarán aliados del proletariado o sus enemigos), etc. Todas estas clases se destruirán salvo la de obreros fabriles, que será encuadrada estrechamente por el Partido. El Estado “proletario” tomará el rol de todas las clases, es decir, todas las empresas y las explotaciones rurales serán dirigidas por funcionarios del Partido Único, el Estado “proletario” será el único propietario.
En la teoría de Marx, y en la práctica comunista, se ignora al empresario, al inventor y al inversor como factor productivo, aunque la historia enseñe lo contrario, a saber: que el pronóstico pesimista de rendimientos decrecientes y salarios declinantes se incumple justamente gracias a la inventiva, a la libertad y al estímulo de la libertad de comercio.
Esto que describo no es una ficción distópica, una pesadilla orwelliana, es lo que sucedió y sucede en los países socialistas. En Cuba, hasta hace poco, no podía haber ni un kiosko propiedad de un empresario privado. No había un chacarero que cultivara su parcela, porque la pequeño-burguesía genera capitalismo y hay que erradicarla, ya lo dijo Lenin. El Estado “proletario” toma todos los roles, salvo el de obrero, y elimina a los demás.
Esto ocurre y ocurrió realmente. Explica la ruina del socialismo en todos los lugares en que se dió, en las latitudes más diversas, en distintos continentes, con distintas lenguas y culturas de origen. En Cuba, Corea del Norte, Vietnam, Checoslovaquia, Hungría, Ucrania, y un largo etcétera. El Estado “proletario” es propietario de todo, intenta dirigir la producción mediante una planificación central, ignorando la demanda, bloqueando la creatividad y aniquilando a todo tipo de empresario y empresa privada. Durante algunos años, gracias al Sputnik y al poderío militar soviético, se creyó en la planificación central como en la panacea para curar el subdesarrollo. La experiencia fue concluyente y negativa.
Con el sistema socialista inspirado en el análisis de clase marxista el campo no produce y las fábricas son ineficientes, solamente marcha bien la industria militar, que no se fija en costos y no tiene competencia. Sin empresarios, sin comerciantes, sin libertad de asociación y de empresa, sin mercado, solamente con burócratas del partido único al frente de todo, impera el estancamiento y la rigidez, sin hablar de la corrupción inevitable y endémica. La URSS de Brejnev es el ejemplo, pero la Cuba de los Castro no es menos demostrativa.
Esto explica el fracaso histórico del socialismo y tiene su origen en la teoría del valor de Marx.

Costo humano del fracaso marxista

Me he referido arriba al fracaso histórico en su aspecto económico, pero no puedo dejar de recordar el costo humano de ese fracaso, las hambrunas y los campos de concentración, el estado de vigilancia cotidiana, la omnipresencia de la policía política, rasgo común y terrible de todos estos regímenes.
Creo que es necesario mencionar aquí, aunque sea al pasar, el Holodomor y Gran Hambruna China:
Holodomor o Golodomor (en ucraniano, Голодомор, “matar de hambre”), también llamado Genocidio ucraniano u Holocausto ucraniano, es el nombre de la hambruna que asoló el territorio de la República Socialista Soviética de Ucrania, en el contexto del proceso de colectivización emprendida por la URSS, durante los años de 1932-1933, en la cual habrían muerto de hambre entre 1,5 y 10 millones de personas. No fue una catástrofe natural. Fue provocada por Stalin para someter a los campesinos ucranianos que resistían la colectivización.
La Gran Hambruna China, oficialmente conocida como los Tres Años de Desastres Naturales, fue el período de la República Popular de China entre 1958 y 1961, caracterizado por una hambruna generalizada. Según las estadísticas del gobierno, provocó 15 millones de muertos en este período. Las estimaciones no oficiales varían, pero son a menudo bastante más altas. Yang Jisheng, un ex reportero de la Xinhua News Agency que pasó más de diez años reuniendo información de la que no disponían otros investigadores, estima un balance de 36 millones de vidas.

Conclusión

El anticapitalismo distrae de lo importante y desvía la política de izquierda de sus objetivos.


La cuestión de saber qué habría pensado Marx del estalinismo no se puede resolver, obviamente, ni tiene tanta importancia. Hubo partidos marxistas que condenaron el golpe de estado de Lenin contra el gobierno provisional (la llamada “revolución de octubre”), y otros que adhirieron a la IIIª Internacional; unos que demostraron que Lenin se apartaba de la teoría de Marx, y otros que sostuvieron que solamente Lenin le era fiel, ambos con citas y textos del Maestro en apoyo de sus respectivas tesis. Como en cualquier disputa teológica.
Sin duda el comunismo en China, Vietnam, Camboya, etc., impulsó y produjo cambios profundos, cuando no hecatombes. Son los cambios que la teoría marxista constata y predice que opera y operará el capitalismo: la modernización, la disolución de la sociedad tradicional, la incorporación de la mujer al mundo del trabajo. Es más, el comunismo impulsó estos cambios a sabiendas de que operaba la revolución burguesa, premisa del socialismo y del comunismo en su teoría. De modo que no cabe duda de que el comunismo hizo obra: hizo obra capitalista, y de la más despiadada.
Otra cosa: es obvio que el comunismo es una religión sin dios, que promete el paraíso en la Tierra, y de ahí su gran debilidad, porque ese paraíso lo podemos evaluar. El comunismo fue y es una religión global, secular. En su ridícula pretensión de ser "científico" no se diferencia de otras religiones que también se consideran hijas de la ciencia.
Sin embargo, los partidos socialistas de occidente, no comunistas, socialdemócratas, siguieron durante mucho tiempo a la vez adhiriendo a la doctrina marxista y posponiendo el apocalípsis revolucionario, mientras desarrollaban sus actividades de organización y protección social de los trabajadores, enfrentados a los partidos comunistas y en competencia con ellos en los sindicatos por el favor de los trabajadores. Acusados siempre de colaborar con el capitalismo y de oponerse a la emancipación definitiva de la clase obrera, algunos partidos socialistas terminaron por abandonar la referencia marxista. Fue en el Congreso de Bad Godesberg de 1959 que el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) dio el paso, 42 años después de 1917. En esa ciudad, que es hoy un distrito de Bonn, la ex capital de la República Federal de Alemania, “El SPD abandonó formalmente el marxismo, renunciando a «proclamar últimas verdades», e identificando completamente socialismo con democracia. Así el SPD se propuso crear un «nuevo orden económico y social» conforme con «los valores fundamentales del pensamiento socialista» —«la libertad, la justicia, la solidaridad y la mutua obligación derivada de la común solidaridad»— y que no se consideraba incompatible con la economía de mercado y la propiedad privada.”
El SPD se comprometió a reformar el capitalismo sobre principios éticos y rechazó las nacionalizaciones como principio básico del socialismo.
El Partido Socialista Francés, que no se distanció explícitamente del marxismo, ganó las elecciones en 1981 en alianza con el Partido Comunista Francés, y emprendió un ambicioso programa de nacionalizaciones, del cual tuvo que dar precipitadamente marcha atrás dos años después, ante el descalabro económico que había provocado.

La izquierda que yo quiero

Entonces: ¿Qué pasa si la izquierda renuncia a actuar el apocalípsis comunista? ¿Qué queda de la izquierda si se despoja del marxismo y de la “revolución”?
Mi respuesta es: queda todo lo importante, la defensa de los débiles, la organización de la solidaridad, la lucha contra la injusticia, por mejores leyes y por más libertad y democracia. Afirmar la trascendencia del individuo quien, más allá de su rol en las estructuras sociales, ya sea trabajador asalariado, empresario, músico vagabundo, actor, técnico, artesano o malabarista, merece respeto y lugar, forma parte de la riqueza humana de la sociedad y se debe tratar como tal.
En 2014, frente al proceso electoral uruguayo, escribí en mi blog:
"Yo quiero “otra” izquierda. Para mí la disyuntiva no es [un candidato u otro del FA]. Quiero una izquierda que postule la defensa de los débiles, especialmente los niños, los minusválidos, los enfermos y los viejos, que se plantee como objetivo social la equidad y la igualdad de oportunidades, la regulación de un libre mercado sano y la defensa de la libertad de expresión y de las libertades individuales, incluidas la libertad de asociación y de empresa. Justamente por eso quiero una izquierda que no hable más ni de socialismo ni de marxismo ni de revolución, que entierre el cadáver del comunismo a tres metros bajo tierra sin dejar ninguna garra afuera. Una izquierda que no apoye a ningún régimen autoritario, ni el de los Castro ni el de los Chávez ni el de los Ortega, que no defienda a los represores, ni a los de hoy en Venezuela ni a los de ayer en Uruguay. Una izquierda que, en el gobierno, sepa tener relaciones con todos los países, con los supuestos buenos y los supuestos malos, pero que en el llano sepa distinguirlos. Una izquierda que no sea una federación de corporatismos.
Todo eso quiero y no lo tengo."

Valor mercantil y valor humano, el mérito y la remuneración

Queda mucho por decir sobre el valor que no es mercantil y sobre el mérito que no es eficiencia.
El valor humano, es decir, lo que amamos de los seres, lo que los distingue positivamente, lo que estimamos, admiramos o emulamos de los demás, no es medible en dinero, aunque a veces tenga repercusiones mercantiles.
Para empezar por lo más obvio, la vida amorosa y familiar, el desarrollo de los niños, la biología misma de la especie y, por lo tanto, de la sociedad, depende del vínculo afectivo. Sin él no es posible la existencia y el crecimiento de los individuos. Sin amistades y relaciones sociales no hay personas.
Un cantante que tiene éxito puede ganar mucho dinero, y su arte no deja de ser un valor que no se mide en dinero. Se puede ser un gran pintor o un gran músico sin éxito comercial. El mérito y el valor artístico se distribuyen de manera separada (aunque vinculada) al éxito comercial.
El trabajo solidario y voluntario, la organización de empresas que no persiguen fines de lucro inmediato, son valores que a veces sí y a veces no se traducen en actividades mercantiles redituables y dinero, pero que muy a menudo crean recursos esenciales para el resto de la sociedad.
Pienso en el soft libre, desarrollado y mantenido por trabajo voluntario y continuado, que hoy está incorporado a la actividad industrial en todo el mundo –los servidores Apache son mayoritarios en la red– y forma parte de la infraestructura informática del mundo moderno. La World Wide Web es en realidad un proyecto literario de híper texto, y si bien cambió al mundo, no hizo rico a su inventor.
Sin duda, el ejemplo más elocuente del poder actual del trabajo solidario (o generoso) es la enciclopedia Wikipedia, recurso cotidiano sin el cual ya no sabríamos trabajar.
Hacer del valor monetario y del mercado el único juez del valor humano y del mérito no es ni justo ni inteligente ni viable. Arruina a la sociedad y la vacía de sentido tanto como lo hace su contrario, la ausencia de estímulos materiales en el trabajo, la esclavitud o la condición de súbdito de un sistema totalitario comunista, que reseca la creatividad y la productividad.
Tenemos que vivir en una multiplicidad de referencias, no podemos contentarnos con una sola medida de todo. Las relaciones mercantiles son sólo una parte de las relaciones en las que viven inmersos los individuos.

Apunte sobre los problemas y las tendencias actuales, y los horizontes de fuga de los modelos

Las tendencias manifiestas de la sociedad globalizada son la desigualdad extrema, la vigilancia generalizada y el régimen plutocrático, es decir, los muy ricos, que ya tienen los bienes, tendrán también el poder político. Rechazo del “materialismo histórico” y del determinismo marxista.

Los problemas como los veíamos antes

Hace algunos años, pongamos 40 o 50, la preocupación dominante era que los dos tercios de la población del mundo pasaba hambre, era pobre y subalimentada, y se temía que el crecimiento demográfico explosivo agravara esa situación hasta el colapso de todo el sistema. El Tercer Mundo, oprimido por el imperialismo de los países desarrollados, explotado por el neo-colonialismo, no podría salir de su condición subdesarrollada sin una revolución que lo liberara; entre líneas se lee: que pasaran al régimen de planificación socialista y al campo liderado por la URSS o la RPCh. Se pueden consultar los manifiestos de la Conferencia Tricontinental (Asia, África y América Latina) de 1965 para ilustrarse al respecto. En esa época, el Che Guevara proponía crear “uno, dos, tres, muchos Vietnam”, e intentó hacerlo en Bolivia (sin consultar a los bolivianos, naturalmente).
La visión catastrofista y plañidera sobre el Tercer Mundo se fue disolviendo a medida que varios países de ese Mundo pasaron a ocupar lugares de relieve en la industria y en las exportaciones mundiales, cosas que en los años sesenta considerábamos imposible, porque era contraria a los “intereses imperialistas”.
Pero las cosas no anduvieron como pensábamos
Es interesante mirar un gráfico de la evolución de ciertos parámetros en los últimos 200 años porque contradice y desmiente el discurso de que todo anda mal y cada vez peor:




De este cuadro se concluye que la extrema pobreza disminuyó, así como la mortalidad infantil y el analfabetismo, y aumentaron la educación básica, la democracia y la vacunación.

Los problemas como se ven en la actualidad

De estas cifras, y de otras que se conocen, me parece importante destacar tres cosas:
1 – Tuvo lugar un prodigioso aumento de la población mundial y de la esperanza de vida promedio en todo el mundo. La población se ha multiplicado y los bienes disponibles aún más. La pobreza ha bajado globalmente y el acceso a los conocimientos se ha hecho posible a mucha más gente. Los cuadros de miseria y pobreza están lejos de desaparecer, pero se han reducido de manera constante, su tendencia es claramente a la baja. Hay una mejora innegable, que descansa en una expansión de la producción de todo tipo de bienes, la cual a su vez depende de la expansión del comercio mundial.
2 – La actividad humana multiplicada, la misma expansión de la producción que alimenta ese consumo creciente, pesa de manera negativa sobre el medio ambiente. Está en tela de juicio la sustentabilidad de la presencia humana en el Planeta. Están al orden del día la contaminación, el cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales y de los combustibles fósiles sobre utilizados: estamos provocando alteraciones en los equilibrios globales de la atmósfera y de los océanos que pueden tener consecuencias dramáticas y que ponen en peligro la supervivencia de nuestra especie, y la de muchas otras.
3 – En lo interno de las sociedades y los estados nacionales independientes, que hoy son la regla en todo el mundo, se avanza creando, no más pobreza, pero sí más desigualdad, tanto en los ingresos como en la influencia sobre el sistema político. Las migraciones agravan esta tendencia. Es decir, se polarizan los ingresos, y con ello se polariza la influencia política sobre el gobierno. Vemos surgir las alternativas de gobiernos plutocráticos o populistas, cuando no gobiernos que reúnen ambas características, como el de Trump.
Con la desigualdad extrema aparecen las fracturas sociales y los riesgos para la democracia. Se crean ghettos para ricos y ghettos para pobres, los polos se miran y no se conocen más, la sociedad está fracturada.
Los ricos protegen sus bienes y su modo de vida en enclaves aislados de los riesgos que se viven en los barrios menos pudientes, se crean barrios privados, countries cercados y recorridos por patrullas de personal de seguridad. Entre los excluidos crece la extrañeza ante un mundo de lujo y de riqueza que los medios de comunicación ponen en escena como modelo de vida, fascinante e inalcanzable. El terreno es propicio para que medren los demagogos de izquierda o de derecha.
A mi ver, estos dos son los problemas actuales más agudos: la contaminación ambiental con cambio climático asociado, y la desigualdad, con riesgos populistas para la democracia y una naciente plutocracia, que ocurren sobre el telón de fondo permanente y secular del fortalecimiento y expansión del Estado.

Las cosas se complican aún más con las nuevas tecnologías

La ecuación de la proyección social hacia el futuro de nuestras sociedades se complica con el agregado del desarrollo de las bases de datos, que registran y procesan hasta los detalles más mínimos de la vida de cada individuo, y con ello hacen posible una vigilancia y un control que la humanidad no había conocido nunca, junto al de la inteligencia artificial, que permite la explotación para diversos fines, tanto comerciales como policiales, de esas bases de datos; y que también automatiza tareas, sustituye personas por robots, cambiando el panorama laboral de todos.
No podrá existir una democracia real sin transparencia de los algoritmos que procesan las bases de datos, porque debemos saber con qué criterios nos evalúan y prevén, ni sin formación accesible para los puestos de trabajo de la nueva economía, así como una amplia red que amortigüe los rezagos. Software libre, de código abierto, revisable por el público, estándares públicos, algoritmos conocidos, centros de formación técnica, científica y artística accesibles para todos. Son las condiciones de una verdadera democracia en el contexto de la nueva economía transformada por la revolución de las comunicaciones y la tecnología digital y biológica.

Convergencia de los distintos modelos

Varios y muy distintos partidos proponen sin embargo modelos que convergen, por distintos caminos, hacia una sociedad vigilada, plutocrática, polarizada, fracturada, burocrática y oligárquica.
Los polos ideológicos, o propuestas, y sus horizontes de fuga, son:
• El camino “neo-liberal”, cuyo horizonte de fuga es el régimen plutocrático. El endiosamiento del mercado, definitorio del neo-liberalismo, sacraliza los resultados aleatorios del intercambio mercantil como dictados divinos, y estos resultados son siempre la polarización extrema de la riqueza, y la consiguiente polarización en espejo de la influencia sobre el poder político (lo que llamamos la plutocracia), que a su vez fija y perpetúa la fractura social.    
• El polo estatista, anti capitalista o socialista; su horizonte de fuga es la constitución de una “nueva clase” (Milovan Djilas): la burocracia, que desarrolla un espíritu de casta, privilegios hereditarios, y un mundo separado donde desarrolla su vida. Esto ocurre y ocurrió en todos los países socialistas, y también en algunos que no se llaman tales.
• El camino desarrollista-capitalista de capital controlado por un Estado omnipresente, que hace de la influencia sobre el Estado un factor decisivo en el éxito en los negocios; esto da existencia a un régimen mercantilista que no dice jamás su nombre. Es el régimen predominante en América Latina, y que toma siempre, a la postre, uno de los dos caminos mencionados anteriormente.
Todos estos modelos o caminos conducen, convergen hacia una sociedad fracturada en oligarquía-súbditos. En algunos casos, la libertad de comercio no existe, en otros muere como resultado paradojal de su ejercicio, junto a las demás libertades.
Como alternativa real, verdadera, efectiva, a la fractura o polarización de la sociedad en amos y esclavos es necesaria una propuesta liberal-social, que proteja el desarrollo de una clase media profesional dinámica, industrial y comercial, de trabajadores, empresarios y profesionales libres, y adaptar los recursos públicos a la protección de las condiciones de precariedad y de los riesgos del emprendimiento y la inversión, inherentes a esa configuración.
Hoy la precariedad es el lote de los intelectuales, dirigentes de empresa, técnicos e inversores, y de la mayoría de los empleados trabajadores. Las instituciones no están adaptadas a ella, a pesar de que es el rasgo más saliente de la nueva economía.


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